Tres rosas amarillas – Un cuento de Chéjov y un libro de Carver en su homenaje
«El arte de escribir consiste en decir mucho con pocas palabras”
La inmensa Rusia zarista de finales del siglo XIX, internamente convulsionada por una agitación político-social incipiente que, con el tiempo, derivaría en la Revolución de 1917, fue tomando conciencia de los cambios profundos que se avecinaban de la mano de un grupo de intelectuales liderados entre otros por León Tolstói, Fiódor Dostoyevski, Aleksandr Pushkin y un destacado Antón Chéjov. La historia comenzaba a cambiar amenazando romper las viejas estructuras de un sistema monárquico obsoleto, sostenedor de grandes desigualdades que terminaron generando una atmósfera asfixiante de consecuencias nefastas para toda la población, sin diferencias de clase o condición.
La literatura en general, incluyendo la de Chéjov, no podía quedar al margen de esa influencia negativa ni de toda esa oscuridad de ideas imperante en la época. El célebre autor de «El jardín de los cerezos» fue testigo involuntario y obligado de esos acontecimientos, pero también un observador muy crítico que encontró con lucidez e ironía la forma de transmitir en sus libros y obras teatrales un panorama certero de esos hechos; y lo hizo a través de textos llenos de sensibilidad y realismo, sin obviar un cáustico sentido del humor. Él escribía para hacerse preguntas, no para responderlas.
Por otra parte, Chéjov experto indiscutido en la descripción de matices emocionales y en el retrato psicológico de personajes, rechazaba en cierto modo la finalidad moral de las obras literarias tradicionales.
Hay un cuento referido a él muy interesante que se llama Tres rosas amarillas y da título al libro editado por el escritor y poeta estadounidense Raymond Carver (1938-1988), que lo concibió como tributo al genio ruso de las letras, narrando en una excelente reconstrucción imaginaria sus últimos días de vida. Verdadero broche de oro para esta obra de Carver, escrita a la altura del protagonista.
Tres rosas amarillas, lleva implícita una delicada invitación a leer el relato que se convierte, sin pretenderlo, en una cita ineludible para su lectura.
Tres rosas amarillas (fragmentos del cuento)
«Chejov. La noche del 22 de marzo de 1897, en Moscú, salió a cenar con su amigo y confidente Alexei Suvorin. Suvorin, editor y magnate de la prensa, era un reaccionario, un hombre hecho a sí mismo cuyo padre había sido soldado raso en Borodino. Al igual que Chejov, era nieto de un siervo. Tenían eso en común: sangre campesina en las venas. Pero tanto política como temperamentalmente se hallaban en las antípodas. Suvorin, sin embargo, era uno de los escasos íntimos de Chejov, y Chejov gustaba de su compañía.
Naturalmente, fueron al mejor restaurante de la ciudad, un antiguo palacete llamado L’Ermitage (establecimiento en el que los comensales podían tardar horas -la mitad de la noche incluso- en dar cuenta de una cena de diez platos en la que, como es de rigor, no faltaban los vinos, los licores y el café). Chejov iba, como de costumbre, impecablemente vestido: traje oscuro con chaleco. Llevaba, cómo no, sus eternos quevedos. Aquella noche tenía un aspecto muy similar al de sus fotografías de ese tiempo. Estaba relajado, jovial. Estrechó la mano del maitre, y echó una ojeada al vasto comedor. Las recargadas arañas anegaban la sala de un vivo fulgor. Elegantes hombres y mujeres ocupaban las mesas. Los camareros iban y venían sin cesar. Acababa de sentarse a la mesa, frente a Suvorin, cuando repentinamente, sin el menor aviso previo, empezó a brotarle sangre de la boca.(…)»
«Más tarde, después de una segunda hemorragia, Chejov se avino a ser trasladado a una clínica especializada en el tratamiento de la tuberculosis y afecciones respiratorias afines. Cuando Suvorin fue a visitarlo días después, Chejov se disculpó por el «escándalo» del restaurante tres noches atrás, pero siguió insistiendo en que su estado no era grave.(…)»
«También Leon Tolstoi fue una vez a visitarlo. El personal del hospital mostró un temor reverente al verse en presencia del más eximio escritor del país (¿el hombre más famoso de Rusia?) Pese a estar prohibidas las visitas de toda persona ajena al «núcleo de los allegados», ¿cómo no permitir que viera a Chejov? Las enfermeras y médicos internos, en extremo obsequiosos, hicieron pasar al barbudo anciano de aire fiero al cuarto de Chejov. Tolstoi, pese al bajo concepto que tenía del Chejov autor de teatro («¿Adónde le llevan sus personajes? -le preguntó a Chejov en cierta ocasión-. Del diván al trastero, y del trastero al diván»), apreciaba sus narraciones cortas. Además -y tan sencillo como eso-, lo amaba como persona. Había dicho a Gorki: «Qué bello, qué espléndido ser humano. Humilde y apacible como una jovencita. Incluso anda como una jovencita. Es sencillamente maravilloso.(…)»
«Sostenía entre las manos un jarrón de porcelana con tres rosas amarillas de largo tallo. Le ofreció las flores a Olga con un airoso y marcial taconazo…(…)»
Carver fue un autor que no se ajustó a una estructura convencional para narrar en cuentos las historias de vida. Acostumbraba iniciar y concluir sus relatos de una manera imprevisible y escribiendo a impulsos. Imprimió a sus obras un estilo de prosa transparente y un lenguaje sobrio y preciso, por lo que ha sido llamado «el Chéjov americano».
Chéjov, iniciador del cuento moderno y maestro insuperable en la narración breve
El aporte literario de Chéjov fue trascendente, sin objeciones. Aunque algunos de sus relatos de contundente elocuencia puedan parecer impregnados de clasicismo, fue él quien introdujo un tiempo diferente y novedoso en la manera de narrar (algo comparable a lo que hicieron Marcel Proust o Thomas Mann dentro del género novelístico). Al escribir sabía cómo utilizar magistralmente la técnica del monólogo, que también emplearían más tarde otros autores de la estatura intelectual de James Joyce.
Su influencia marcó no sólo el desarrollo del género, apartándolo de ese preconcepto erróneo de literatura infantil o menor que arrastraba, sino que estableció aspectos narrativos distintos e hizo que la trama de los relatos dejara de ser lo importante centrándose en el aspecto humano y librado al azar de sus protagonistas.
Componía la arquitectura de sus narraciones integrando elementos que en principio parecían prescindibles, sin demasiada relevancia, pero de alguna manera la conjunción de esos elementos, generaba un escenario ambiental que era la base para el desarrollo del argumento. Hasta Chéjov, el cuento se centraba en la mera anécdota, su tiempo literario alcanzaba para tener en sus páginas una trama, un principio, un nudo y una conclusión, frecuentemente con una enseñanza subjetiva y moralizadora.
Los personajes de sus cuentos pueden ser humorísticos, tristes o patéticos. Y si las circunstancias lo requieren, pueden variar y pasar a ser imperfectos, anhelantes, indifentes aburridos o melancólicos. Chéjov logra que el lector pueda reconocerse en cada uno de ellos, con esa distancia suya que no era indiferencia, sino más bien curiosidad.
Tuvo a dos cuentistas extraordinarios como precedentes ilustres a los que leyó con devoción: Iván Turgueniev y Guy De Maupassant (quien fue casi contemporáneo suyo).
En sus relatos de belleza sorprendente, Turgeniev fue el que comenzó a priorizar el ambiente del entorno por encima de los hechos, algo que posteriormente Chéjov llevaría a su máxima expresión.
En cuanto a Maupassant, sin duda uno de los maestros del género, era un ídolo decadente, famoso en su época, cuya muerte trágica acrecentó su celebridad. Hizo de la anécdota misteriosa o curiosa su foco de atención y muchos escritores de literatura de terror posteriores lo utilizaron como referencia.
Julio Cortázar consideraba, coincidiendo con el escritor ruso, que el cuento breve moderno se caracterizaba por la economía de medios y también opinaba habiendo leído intensamente sus cuentos que: «Hay hombres que en algún momento cesan de ser ellos y su circunstancia, hay una hora en la que se anhela ser uno mismo y lo inesperado. De eso hablan los relatos de Chejov».
Por su parte el escritor germano Thomas Mann opinaba con su agudeza característica, demostrando las semejanzas de la obra del singular autor ruso con las de los mejores escritores de otros países. Y manifestaba que «aún hoy Chejov tiene hermanos de espíritu atormentado, debido a que no se han extirpado todavía de la sociedad las condiciones por las cuales existe un abismo infranqueable entre la verdad y la realidad. Esos escritores, se encuentran torturados por la conciencia de su incapacidad para responder a la pregunta: -¿Qué debemos hacer? Son incapaces de revelar el sentido que tiene su obra; pero, a despecho de ello, siguen escribiendo hasta el fin.»
Antón Pavlovich Chéjov (1880-1904) en definitiva, fue un eximio dramaturgo y cuentista notable. Su prolífica producción tuvo especial intensidad en el campo de la narrativa breve, en la que desplegó con singular destreza las virtudes que le convirtieron en uno de los grandes clásicos de la literatura universal de todos los tiempos.
Dejó para la posteridad significativas frases muy difundidas, en una de ellas expresaba en relación al relato breve: «la brevedad es la hermana del talento”. También, y a pesar de no haber escrito nunca un ensayo sobre teoría poética y narrativa; de su voluminosa correspondencia han podido extraerse valiosísimos consejos y recomendaciones muy útiles, para comprender y dominar el arte de escribir desde su perspectiva brillante y admirable.
En la actualidad, su legado literario continúa vigente, integrando una terna insuperable junto a Edgar Allan Poe y Guy de Maupassant, en la opinión y valoración de críticos y lectores adeptos al cuento moderno.
En su biografía consta que falleció el el 15 de julio de 1904 en Badenweiler, balneario de la Selva Negra alemana, donde se había instalado por instrucciones médicas buscando alivio a su mal. La enfermedad que lo llevó a la muerte comenzó a afectarlo desde muy joven; sus veinticuatro años empezó a escupir sangre y la alarma se encendió. Siendo médico intuía la gravedad que implicaban esos síntomas; aún así se negó a ser examinado por otro profesional, tal vez por un temor subconsciente de ver confirmadas sus más íntimas sospechas. Así, la dolencia continuó progresando lenta e inexorablemente y fue minando de forma casi imperceptible sus energías. Pero Chejov siguió engañándose y prefirió pensar que la causa de sus esputos de sangre, cada vez más frecuentes.
En marzo de 1897, se le produjo una severa hemoptisis (expectoración de sangre proveniente de los pulmones o bronquios) que una vez controlada, llevó a sus médicos a advertirle que la tuberculosis ya estaba en un estado muy avanzado y le aconsejaban recluirse en un lugar de clima más benigno. Esto lo obligó a renunciar a una vida normal y a comenzar un peregrinaje por distintos centros de asistencia médica de Europa.
En el año 1901 se casó con la famosa actriz de teatro rusa Olga Leonárdovna Knipper, pero debido a su enfermedad no pudo disfrutar mucho de su compañía, pues ella tenía que permanecer en Moscú por su trabajo y él en Yalta por su dolencia. Fueron pocos años de dificultosa convivencia y de gran soledad para el escritor, ya que Olga sólo iba a visitarlo cuando podía. Chéjov nunca le pidió más tiempo, era consciente de la juventud de su esposa y de su arduo trabajo; él en cambio, ya estaba al final de su carrera y de su vida.
Después de la muerte de Chéjov, Máximo Gorki, otro gran escritor ruso y entrañable amigo, le escribió a su esposa Olga una carta conmovedora inspirada en el triste final de uno de los hombres más representativos de Rusia. Se lamentaba en su misiva porque «una indiferencia abrumadora y una vulgaridad llevada a risas fue lo que acompañó a Chéjov hasta su tumba». No comprendiendo por qué el pueblo ruso le había pagado de esa manera, a un hombre que había trabajado y enseñado toda su vida para ellos. Un hombre íntegro que defendió con dignidad y sin renunciamientos los ideales por los que había luchado siempre, dejando ligado a ellos su recuerdo inmortal.
Para conocer más sobre la escritura:
Se escriben tres puntos dentro de paréntesis (…) o corchetes […] cuando al transcribir literalmente un texto se omite una parte de él.
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