José Pedroni – Semblanza de un poeta

La sencillez de la poesía convertida en estilo de José Pedróni

José Pedroni fue un poeta singular que, por la sencillez de estilo, resulta muy difícil de encasillar en las corrientes literarias de su época.

José Pedroni

En su autobiografía confiesa espontáneamente: “Mi padre, constructor de cuchara en mano, a quien yo servía como peoncito en mis horas libres, solía encontrarme detrás de un montón de ladrillos tocando la serenata de mi soledad en un violín de dos palitos secos…Otras veces su silbido me sorprendía escribiendo en la arena palabras inventadas, arte este de bajo precio al que finalmente me aficioné”. Estas vivencias que pintan la dura realidad en que transcurrió la infancia del poeta, constituyeron sin duda, la materia prima esencial que cimentaría su futura labor literaria.

En 1925, el nacimiento de su segundo hijo, José María, lo incentivó a publicar el libro Gracia Plena, conteniendo varios de sus poemas más hermosos y recordados. Esta edición tuvo amplia repercusión y aceptación popular.

Un emotivo fragmento de uno de sus poemas expresa:

Maternidad (Fragmento)

Mujer: en un silencio que me sabrá a ternura,
durante nueve lunas crecerá tu cintura;
y en el mes de la siega tendrás color de espiga,
vestirás simplemente y andarás con fatiga.

El hueco de tu almohada tendrá un olor a nido,
y a vino derramado nuestro mantel tendido.
Si mi mano te toca, tu voz, con la vergüenza,
se romperá en tu boca lo mismo que una copa.

El cielo de tus ojos será un cielo nublado.
Tu cuerpo todo entero, como un vaso rajado
que pierde un agua limpia. Tu mirada un rocío.
Tu sonrisa, la sombra de un pájaro en el río.

“Mi poesía apunta al corazón del hombre –referenció también Pedroni en su autobiografía– puesto que aquel que escribe para todos no escribe para nadie, y el que escribe para sí ha elegido el peor interlocutor, ya que a la gente no le interesan las tribulaciones personales de un poeta. He publicado libros de versos donde el hombre, en quien creo y a quien amo, participa de mi emoción y domina sobre el paisaje. El recuerdo del hombre dirá cuál es el mejor de mis poemas. Pienso que ha de ser aquel donde mi semejante de hoy y de mañana se reconozca. La gloria no es más que un verso recordado».

Sobre la vida de José Pedroni

José Bartolomé Pedroni, nació en la ciudad de Gálvez, provincia de Santa Fe, el 21 de septiembre de 1899, pero residió la mayor parte de su vida en Esperanza (Santa Fe), lugar donde concibió la mayor parte de la obra lírica que le pertenece.

Era hijo de Gaspar Pedroni y de Felisa Fantino, ambos inmigrantes piamonteses que llegaron a la Argentina anhelando cumplir los sueños postergados en su tierra natal. En 1912, ya adolescente, José Pedroni se traslada con su familia a Rosario, una ciudad en aquellos días convulsionada por los movimientos obreros socialistas y anarquistas generadores de un ambiente de virulencia social, que incidió notablemente en su formación intelectual.

En 1916, obtiene el título de Bachiller y tiempo después, comienza a trabajar como tenedor de libros en la Casa de Ramos Generales de Alejo Chautemps. Allí conoce a la que sería su esposa: Elena Chautemps, con quien contrajo matrimonio en 1920.

Ese mismo año, luego de recibir la baja como conscripto militar, Pedroni se traslada a Esperanza, lugar donde se desempeñó como contador en una fábrica durante 35 años.
El 13 de junio de 1926, acontece un hecho que sería determinante para la trayectoria del poeta en el ámbito de las letras: en una nota aparecida en el diario La Nación (Buenos Aires), el eximio escritor argentino Leopoldo Lugones, exalta la obra del autor santafesino, mencionándolo como “el hermano luminoso”.

Después de un paréntesis de varios años, en 1956, publica el libro considerado por muchos como su obra cumbre: Monsieur Jaquín. Homenaje a los primeros inmigrantes que trabajaron la tierra, especialmente a los fundadores de la Primera Colonia Agrícola Organizada del país: Esperanza, su lugar en el mundo por adopción. Continuó escribiendo hasta sus últimos días.

José Pedroni fue reconocido como un poeta simple, que en lenguaje intemporal narraba las costumbres sencillas y nobleza de espíritu propias de la vida cotidiana rural de su tiempo. Quizás eso explique la vigencia de su obra.

De su legado poético se puede destacar: la publicación de los primeros poemas sueltos en 1920; La gota de agua (1923), Gracia Plena (1925), Poemas y palabras (1935), Diez Mujeres (1937), El pan nuestro (1941), Nueve cantos (1944), Monsieur Jaquín (1956), Cantos del hombre y Canto a Cuba (1960), La hoja voladora (1961) y El nivel y su lágrima (1963).

El 4 de febrero de 1968 falleció en la ciudad de Mar del Plata (provincia de Buenos Aires), como consecuencia de una descompensación cardíaca.

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Emily Dickinson – Misterios de una poetisa iluminada

Semblanza de Emily Dickinson y su profunda obra poética

Emily Dickinson

Nunca fue motivo de preocupación para Emily Dickinson publicar sus poemas, no creía que fuera ése el precepto fundamental que orientaba la labor de un escritor. Biógrafos e historiadores no coinciden todavía en determinar cuántos versos fueron editados mientras vivió, pero se estima que menos de diez, y éstos, eran alterados significativamente para adaptarlos a normas y convenciones de la época.

«Multiplicar los muelles no disminuye la inmensidad del mar«

Después de acaecida su muerte, Lavinia, la hermana menor (conocida en la familia como Vinnie), encontró ocultos entre las pertenencias de la extinta, alrededor de mil ochocientos documentos, eran papeles manuscritos, recortes, escritos sueltos y algunos fragmentos casi ilegibles, ordenados en cuarenta tomos cosidos de manera artesanal, la mayoría destacaban por una característica, su corta extensión; también apareció una abundante acumulación de cartas.

Al editarse en 1890 una selección limitada de ese material, el nombre y la obra de Emily Dickinson comenzó a trascender.

Tiempo después se publicaron otros dos volúmenes de poesías, junto con dos recolecciones de su correspondencia. En 1950, la Universidad de Harvard adquirió todos sus manuscritos y derechos de publicación, iniciándose posteriormente la ardua tarea de clasificación.

Creadora intuitiva de un estilo original e inimitable, descubrió los nuevos senderos que después comenzaría a transitar en su evolución la poesía norteamericana contemporánea. No es fácil explicar cómo una ignota escritora de mediados del siglo XIX, residiendo en un pequeño pueblo situado al norte de Estados Unidos, sin ninguna comunicación ni trato con las grandes corrientes literarias europeas, pudo fraguar una obra lírica, (ella la llamaba “Pensamientos”) que la llevó a convertirse en referente esencial de la literatura estadounidense y compartir el panteón de poetas fundacionales en un plano de igualdad con Edgar Allan Poe, Ralph Waldo Emerson y Walt Whitman.

¿Porqué cautivó a la crítica y a sus lectores?, ¿qué sucedía en el universo emocional de Emily Dickinson mientras escribía?. Son misterios aún no develados.

Emily Elizabeth Dickinson nació el 10 de diciembre de 1830, en Amherst, Massachusetts (Estados Unidos); era hija de Edward Dickinson, prestigioso abogado y político y de Emily Norcross. Su abuelo paterno, Samuel Fowler Dickinson, había sido el fundador de la universidad local.

Fue criada en el seno de una familia protestante que profesaba con estricta severidad religiosa los ideales del puritanismo. Pero a diferencia de muchas otras mujeres de su época para quienes la educación estaba vedada, la posición social y solvencia económica de su padre le permitieron acceder a una formación integral. En el verano de 1847 finalizó sus estudios secundarios matriculándose después en el South Female Seminar (también llamada Mount Holyoke College), la primera universidad para mujeres del país del norte.

Las historias de sus primeros años de juventud, muestran a una Emily de trato tímido y cordial integrada a la vida religiosa y social del pueblo natal, pero a fines de la segunda mitad de la década de 1850, por razones nunca esclarecidas (las causas probables pudieron haber sido el deterioro de las finanzas familiares o una enfermedad desconocida que afectó a su madre), decidió abandonar sus estudios y retornar a la casa de sus padres. A partir de ese momento su introvertida personalidad la obligó a arrinconarse paulatinamente en si misma, hasta convertir su propio cuarto en el claustro en el cual se recluiría. Tenía por entonces alrededor de 30 años y el encierro voluntario iba durar hasta el final de sus días.

Las certezas acerca de su vida terminaron. Tildada de Excéntrica por los lugareños, de manera obsesiva comenzó a vestirse siempre de blanco impecable y a sentir animadversión hacia la gente. A veces aparecía agazapada en las reuniones que se celebraban en su casa, escondida entre las sombras de las escaleras y susurraba algún comentario para luego marcharse  evitando saludar. Permanecía durante días encerrada en su alcoba y solamente su hermana Vinnie y su cuñada Susan, lograban cruzar el cerco imaginario para hablar con ella. La mayoría de las relaciones de amistad con otras personas, fueron a través de correspondencia.

En ese mundo de encierro y soledad comenzó a crear poesía y a escribir cientos de cartas.

Acostumbraba utilizar un lenguaje de líneas cortas y palabras sencillas, otorgando ritmo propio a sus versos sin importar la perfección de la rima, usaba una puntuación rebelde a las reglas que desbordaba la gramática convencional, su compleja sintaxis genera en los textos distintas connotaciones y variadas interpretaciones.

No titulaba sus poemas y tampoco corregía ni editaba. Escribía sobre cualquier papel que tuviera a mano, incluso en los espacios en blanco de algún periódico. Nunca declaraba fechas ni seguía un orden prolijo en sus trabajos.

Las oscuras tinieblas de su vida

Aunque tuvo pretendientes que rechazó, Emily Dickinson nunca contrajo matrimonio y tampoco se le conocieron arrebatos románticos en su vida sentimental; se ha hablado de un amor secreto con el “Maestro”, que ella refería en muchas de sus cartas y que algunos identifican en él al reverendo Charles Wadsworth, pero los biógrafos actuales se inclinan más por la figura de Samuel Bowles, que dirigía el diario Springfield Republican. Se tejieron también conjeturas nunca demostradas, suponiendo algún idilio de la poetisa con hombres mayores, por lo general amigos de su padre.

Pero todo cambió cuando comenzaron a analizarse y difundirse públicamente los poemas recuperados y los rumores se multiplicaron como eco. Algunos traductores mostraron una verdad atroz e indignante que comenzaba a revelarse: ¿había sufrido desde la infancia abusos sexuales por parte de su padre y de su hermano, como sugerían algunos versos?, interpretemos el sentido de las palabras con que elaboró esos versos. Otros críticos se preguntaban ¿Era verdad la supuesta relación lésbica que mantuvo en secreto con su cuñada?. Emily conoció a Susan Huntington Gilbert, en la adolescencia y construyeron una amistad íntima que duraría por siempre. Austin Dickinson y Susan se casaron el 1 de julio de 1856, y se instalaron en la casa vecina a la de Emily. Un seto de ligustrina y un caminito separaban a las dos casas. No obstante, la poetisa le escribió nada menos que trescientas cartas, cantidad que sorprende si se observa que su cuñada era vecina.

Debido a la complicada modalidad que utilizaba Emily para trabajar sus versos, resulta difícil definir cuándo termina uno y cuándo comienza otro, tampoco es fácil identificar si corresponden a un mismo poema o son de diferentes escritos y momentos. Esto ha impedido establecer con exactitud el orden cronológico de sus trabajos y rastrear otros aspectos de su vida.

Leía especialmente La Biblia, a William Shakespeare, al poeta John Keats, a Charles Dickens y a las hermanas Brönte; pero también se interesaba en temas de astronomía y química y disfrutaba cultivando su jardín con verdadera pasión. Fue contundente definiendo la tensa relación con su madre cuando escribió: “Nunca tuve una. Supongo que es la persona a quien una acude cuando está en problemas”.

En los últimos tres años casi no salió de su habitación y sólo le quedaba la poesía como estrategia para sobrevivir, al tiempo que su salud desmejoraba y su visión iba deteriorándose, aumentaban los ataques de pánico. Igualmente continuó escribiendo.

El 15 de mayo de 1886, a los cincuenta y cinco años, falleció a causa de una afección renal que padecía, (Enfermedad de Bright).  El funeral se celebró en la mítica vivienda familiar de Amherst.

Lo más destacado de su obra:

Poemas –  Poemas Segunda Serie – Poemas Tercera Serie

El sabueso solo: poemas de toda una vida – Otros poemas – Poemas inéditos

Cartas de Emily Dickinson – La vida y las cartas de Emily Dickinson

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Poldy Bird – Cuentos para leer sin rimmel

Semblanza de la vida de Poldy Bird y breve reseña de sus obras más importantes, Cuentos para leer sin rimmel y Cuentos para Verónica.

Poldy Bird nació en Paraná, provincia de Entre Rios, Argentina, el 16 de diciembre de 1941 y falleció el 1 de junio de 2018.

Poldy Bird

Las historias trágicas referidas a la vida personal de los escritores, tienen un atractivo singular para muchos de sus lectores cautivados por una paradoja. Esos autores que tanto admiran, poseedores de una creatividad y fuerza imaginativa capaz de dar vida a inefables personajes, que siempre resuelven de alguna manera sus conflictos en la trama de espléndidos cuentos y novelas, se enfrentaron en su vida real a dramáticas situaciones que los mostraron débiles y vulnerables y fueron arrastrados hacia el miedo y la desolación que frecuentemente terminó en el suicidio.

La lista de escritores que padecieron dramas con esas características es extensa, basta citar a Emilio Salgari, Virginia Woolf, Alfonsina Storni, Ernest Hemingway, Sylvia Plath, Jacques Rigaut y Ángel Ganivet entre otros. Agregamos a Poldy Bird a esta triste lista.

Poldy Bird fue una escritora argentina difícil de encuadrar en una clasificación convencional. A los 16 años ya había editado su primer cuento y a los 17 años estaba trabajando profesionalmente para distintos diarios y revistas de Buenos Aires.

En 1969 publicó un libro dedicado a su hija recién nacida, que la hizo famosa; la obra titulada Cuentos para Verónica, alcanzó un éxito editorial inusitado para esa época, llegando a la impensada cantidad de 76 ediciones.

La frase «Este es un libro que hace más hermoso al mundo» firmada por el poeta nicaragüense Ernesto Cardenal, ilustraba la contratapa.

Transcurría el invierno austral de junio de 1971, cuando sacó a la venta otra obra, Cuentos para leer sin rimmel, que repitió el éxito de ventas anterior y sumados vendieron más de tres millones y medio de ejemplares; la gente hacía filas enormes cada vez que los firmaba en ferias literarias.

En ambos libros, Poldy modeló un estilo narrando en forma de cuento y lenguaje sencillo, conmovedoras historias de vida que le ocurren a todas las personas y rápidamente ganó adeptos que se identificaban con ella.

Para aquellos que desconocen la obra y el estilo de esta escritora, Cuentos para leer sin rimmel relata una experiencia vivida por los protagonistas, un matrimonio, su hijo de alrededor de 8 años y el padre de la esposa que conviven en una misma casa.

Cuando el anciano enferma gravemente y dado el estado de embarazo avanzado que la mujer atravesaba, optan por enviar al niño a otra ciudad, para que viva un tiempo al cuidado de una tía. En el interín el abuelo muere. El cuento concluye al regresar el niño un mes después, acompañado por una prima, y advertir que su abuelo ya no está en el hogar.

«Esta mujer que escribe cuentos que hacen llorar y pega donde duele, es una escritora de raza», declaraba Ernesto Cardenal en una entrevista para el diario El País, de Montevideo.

Con el paso del tiempo, las modas, costumbres y gustos cambiaron en el mundo y actualmente es difícil encontrar exhibidos en librerías alguno de sus libros. También la crítica especializada la ha olvidado.

El cuento que Poldy Bird nunca relató, es el de su propia vida: A los 8 años quedó huérfana de una madre que murió atropellada por un tren, en el andén de una estación ferroviaria, las ilusiones mágicas de la infancia quedaron abruptamente interrumpidas, dejando solamente recuerdos en forma de destellos. Por dolorosa coincidencia, también su abuela había muerto en un accidente automovilístico siendo la madre de Poldy una niña de 11 años.

Después de enviudar, su padre volvió de casarse y la llevó a vivir con abuelos de los que prefirió olvidarse. A los 18 años ya se había casado con Martín, padre de su hija Verónica. Antes de los 30 le diagnosticaron cáncer y la sometieron a una mastectomía. Con 36 años, lloró desconsolada al recibir la noticia del fallecimiento de su esposo, a causa de un infarto masivo que la convirtió en viuda

Y lo peor llegó el 25 de octubre de 2008 cuando un derrame cerebral se llevó también a Verónica, su única hija.

«No es verdad, no estás muerta, no hay una sola huella que indique que te has ido a ordenar las estrellas». escribió en una dedicatoria ese día fatídico.

Si había algo más que debía perder, ocurrió durante la crisis económica argentina de 2001, que la obligó a vender su casa y a cerrar una editorial, que años atrás habían logrado instalar con su marido para gestionar la venta de sus libros y de cuyos ingresos vivía.

Poldy María Delia Bird fue en definitiva una mujer que escribía porque amaba dar dimensión de poesía a cada lágrima derramada; sus libros estaban hechos de emociones puras que narraban el dolor con cruda realidad y dramatismo. Tal vez sus palabras carecieran de prestigio académico, pero abundaban en calidez humana.

Había nacido en Paraná (Entre Ríos) el 16 de diciembre de 1941, y en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, falleció el 1 de junio de 2018. Tenía 76 años de una vida de sueños perdidos, esperanzas destrozadas y tragedias que nunca le tuvieron piedad.

Otras de las obras importantes de ella fueron: El país de la infancia, Verónica crece, Mariposas encerradas en mí, Brillo de lágrimas, Cartas debajo de la almohada, Cuentos con niebla, Palabras para mi hija adolescente, Es tan largo el olvido y Morir entre tus brazos,

En 2009, la Editorial del Nuevo Extremo publicó El cuento infinito, que reunía doscientos de sus relatos. En ellos aparecen mujeres hastiadas de la vida rutinaria y que sufrían sus frustraciones en silencio, sumergidas en un mundo de perfil machista. 

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Juan Ramón Jiménez – Semblanza

Semblanza a Juan Ramón Jiménez – La Poesía, obsesión del gran escritor

Juan Ramón Jiménez

El prolífico escritor español Juan Ramón Jiménez autor de esa espléndida joya literaria llamada Platero y yo, integra por incuestionables méritos la selecta lista de autores laureados con el Premio Nobel de Literatura y al mismo tiempo, es uno de los pocos galardonados que no pudo estar presente en Estocolmo, al celebrarse la solemne ceremonia de su premiación.

«No dividí mi vida en días, sino mis días en vidas, cada día, cada hora, toda una vida.»

El 25 de octubre de 1956, Jiménez recibió en su residencia de San Juan de Puerto Rico la comunicación de la Real Academia Sueca informándole que le había sido concedida la preciada distinción y apenas tres días después, el 28 de octubre, como consecuencia de un cáncer de matriz que padeció por largo tiempo, fallece su esposa y compañera de toda la vida, Zenobia Camprubí. La orgullosa euforia inicial que había experimentado al conocer la primera noticia, se transformó de repente en una neurosis depresiva de profunda tristeza; esa circunstancia le impidió viajar a la capital de Suecia el 10 de diciembre de ese año 1956.

Ese día, el dramaturgo del país escandinavo Hjalmar Gullberg, en un emotivo discurso reconocedor de los valores y trayectoria del autor español, expresó: «…una larga vida consagrada a la poesía y a la belleza ha sido honrada este año con el Premio Nobel de Literatura. Es un viejo jardinero este Juan Ramón, que ha dedicado medio siglo a la creación de una nueva rosa, una rosa mística, que llevará su nombre».

Ante la obligada ausencia del homenajeado, Jaime Benítez, Rector de la Universidad de Puerto Rico, fue el responsable de pronunciar como respuesta el mensaje que le encargara transmitir su amigo personal: «Acepto con gratitud, el honor inmerecido que esta ilustre Academia sueca ha considerado oportuno concederme. Asediado por el dolor y la enfermedad, debo permanecer en Puerto Rico, incapaz de participar directamente en las solemnidades». Benítez concluyó su exposición manifestando: Juan Ramón Jiménez me ha pedido también, que diga: «Mi esposa Zenobia es la verdadera ganadora de este premio. Su compañía, su ayuda, su inspiración hicieron posible mi trabajo durante cuarenta años. Hoy, sin ella, estoy desolado e indefenso».

La crítica especializada considera a Juan Ramón Jiménez una figura trascendente y decisiva en el ámbito de la poesía española, destacando su excepcional creatividad y la exquisita estética de su escritura.

Fue un autor exigente que vivió por y para la poesía, revisando y corrigiendo continuamente sus versos, obsesionado por conseguir belleza y perfección.

Utilizando como herramienta una pluma, convirtió su narrativa en una expresión genuina de arte y confirió a su lírica los colores propios que definieron su estilo.

Así imaginaba y describía a la poesía:

Eternidades – Juan Ramón Jiménez

Vino primero pura,
vestida de inocencia;
y la amé como un niño.

Luego se fue vistiendo
de no sé qué ropajes;
y la fui odiando sin saberlo.

Llegó a ser una reina
fastuosa de tesoros…
¡Qué iracundia de yel y sin sentido!

Más se fue desnudando
y yo le sonreía.

Se quedó con la túnica
de su inocencia antigua.
Creí de nuevo en ella.

Y se quitó la túnica
y apareció desnuda toda.
¡Oh pasión de mi vida, poesía
desnuda, mía para siempre!

Alimentó una inocente fantasía contándole a la gente que preguntaba, el hecho de haber nacido en Moguer (Huelva-España), en la noche de navidad de 1881. Los registros oficiales indican que en realidad nació en las últimas horas del 23 de diciembre de ese año. Sus padres, Víctor Jiménez y Purificación Mantecón constituían una familia de exitosos comerciantes dedicados al cultivo y elaboración de vinos y criaron a su hijo consintiéndolo y tolerando sus caprichos. Juan Ramón no era un niño dispuesto a compartir juegos con sus compañeros aunque fue un alumno aplicado que sacaba muy buenas notas en sus primeros años escolares; tenía un carácter difícil, muy sensible y proclive a deprimirse con facilidad. Melancólico, nunca olvidó aquella casa vieja de grandes salones y verdes patios floridos, donde quedaron guardados los tiernos recuerdos de su niñez.

Terminó el bachillerato como interno en el colegio jesuita San Luis Gonzaga, del Puerto de Santa María (Cádiz) y en esa etapa adolescente comenzaron a despertar en él las pasiones que marcarían el rumbo de su vida: el dibujo, la pintura y la poesía. Por imposición de su padre comenzó la carrera de Derecho en la universidad de Sevilla, que quedó inconclusa porque prefirió dedicar sus esfuerzos a estudiar aquellas disciplinas para las cuales creía tener vocación, pintura, que también abandonó y principalmente todo lo referido a ese universo que le fascinaba, el de la creación literaria. La familia tradicionalista y conservadora, no se opuso.

Transcurría el año 1900, cuando Juan Ramón con diecinueve años, se trasladó a Madrid en una primera visita, comenzó a frecuentar en la capital española los ambientes predilectos de grandes escritores de la época. Entre sus nuevas amistades figuran Jacinto Benavente, Ramón del Valle Inclán y Pío Baroja, además de su admirado inspirador, Rubén Darío. Publica sus primeras obras: Almas de Violeta y Ninfeas.

En ese mismo año murió su padre y reaparecen en el joven escritor antiguas afecciones físicas y psíquicas, agudizadas por síntomas depresivos que obligan a su familia a internarlo en un sanatorio psiquiátrico de Burdeos (Francia). Aprovecha ese tiempo para leer cuanto puede y descubre a los poetas del simbolismo francés, simpatizando pronto con ese movimiento literario que estaba en auge por entonces; al retornar a Madrid para continuar su tratamiento, organiza tertulias y charlas en el mismo sanatorio donde estaba internado.

Los años venideros serán muy duros para el incipiente poeta. Sus crisis depresivas se hacen cada vez más frecuentes y profundas, agravadas por el descalabro económico que llevó a la ruina a su familia y comprende que si su pretensión es vivir de la literatura, Madrid era la opción más conveniente. En 1903, publicó Arias tristes, un aporte significativo a su labor creativa.

En 1905, la recurrente depresión lo lleva a regresar a Moguer y aislarse socialmente por un largo tiempo, dedicando plenamente sus días a leer, escribir y hacer de sus tareas literarias su única motivación y objetivo. Ese aislamiento subyace y se refleja en el trasfondo de la obra que comienza a esbozar: «Platero y yo», libro que sería editado y puesto a consideración del público recién en 1914.

En 1911, entusiasmado por Ramón Gómez de la Serna uno de los referentes del vanguardismo, decide radicarse definitivamente en Madrid. No obstante, Juan Ramón Jiménez lentamente se irá alejando de esa corriente, atraído por los aires innovadores que se respiran en el ambiente intelectual de la Residencia de Estudiantes y allí se instala en 1913. Un gran cambio se produce en su vida personal cuando conoce a Zenobia Camprubí Aymar, joven catalana proveniente de una familia de sólida posición económica, poseedora de una vasta cultura y que transcurrido el tiempo sería la primera traductora hispánica de Rabindranath Tagore.

Jiménez se enamora profundamente de esa mujer de fuerte y enérgica personalidad, soporte fundamental, coinciden sus biógrafos, de su extensa y fructífera trayectoria futura. Ella en principio lo rechazó, pero la tenaz insistencia del poeta lo ayudó a lograr su propósito y pudo al fin conquistarla.

En 1916, viajan juntos a Estados Unidos para casarse y de ese acontecimiento surgió unos de sus mejores trabajos, Diario de un poeta recién casado, antes le había prometido a su amada obsequiarle el libro de poemas más hermoso jamás escrito. Después de la boda el matrimonio se estableció en Madrid.

En la década 1925-1935 publica en sus “Cuadernos”, casi todo el material que escribe en este periodo: cartas, cartas, recuerdos, retratos líricos de escritores. En 1931, comienzan a manifestarse en su esposa los primeros síntomas del cáncer que años más tarde acabaría con su vida.

Cuando en 1936 estalla la guerra civil en España, sus convicciones llevan al matrimonio a alinearse del lado republicano y se involucran en una importante labor humanitaria, asistiendo a niños huérfanos.

Como la situación política y social se volvía cada día más dramática y peligrosa, resolvieron abandonar el territorio hispano. Con un pasaporte diplomático de Agregado Cultural honorario en Washington y sin otro equipaje que maletas y los anillos de boda, a mediados de agosto inician el exilio. Atrás quedaba su casa de Madrid con todas sus pertenencias, libros, manuscritos, recuerdos y, sobre todo, una importante cantidad de obra intelectual inacabada.

La salida forzada de España, demarca el inicio de un nuevo ciclo en el trabajo literario elaborado por Juan Ramón Jiménez. A partir de entonces, el poeta pretende dotar a su poesía de un carácter sublime como manifestación inefable de lo eterno, mientras que la afanosa búsqueda de la belleza, lo lleva a incursionar en terrenos inextricables de lo sagrado.

En los años dolorosos e interminables del exilio, Juan Ramón y Zenobia residieron en varias ciudades de Estados Unidos, Cuba y Puerto Rico. Él se ocupó de repasar compulsivamente toda su obra e invitado por instituciones y universidades, recorrió diversos lugares dictando conferencias; entre agosto y noviembre de 1948 viajó a Argentina y Uruguay y en tierras rioplatenses el recibimiento fue apoteósico. En 1950, contratados ambos como profesores por la Universidad Nacional, retornan a Puerto Rico, país caribeño al que ya consideraban su segunda patria. En 1953, dona a la misma Universidad su biblioteca de más de seis mil volúmenes.

Pero las añoranzas del terruño tan lejano, el recuerdo de las quimeras imposibles de su juventud, pensar en los amigos que ya no volvería a ver y el cáncer que le diagnostican a Zenobia en 1951, van sumando complicaciones y dificultades que le imposibilitan desarrollar una vida tranquila.

Las consecuencias son inevitables: las antiguas dolencias físicas y psicológicas recrudecen severamente y con mayor intensidad.

La crítica suele dividir la obra poética de Juan Ramón Jiménez en tres etapas:

La etapa sensitiva (1898-1916). Subdividida a su vez en dos partes, la primera hasta 1908, continuada por la segunda hasta 1916. Se aprecia en ese período la influencia de Gustavo Bécquer, de la corriente modernista de Rubén Darío y la irrupción del simbolismo francés.

La etapa intelectual (1916-1936) es una fase donde Jiménez busca una poesía esquemática, pura y transparente, que conciba cada poema como un objeto artístico. Prosa y verso se mezclan nombrando solamente lo esencial de las cosas y haciendo desaparecer todo aditamento superfluo.

La etapa suficiente o verdadera (1937-1958) Pertenece a esta etapa todo lo escrito durante su exilio en suelo americano. Juan Ramón Jiménez continúa pretendiendo belleza y perfección y su estilo se encamina progresivamente hacia una poesía hermética y abstracta.

En Juan Ramón Jiménez se identifica perfectamente al poeta para el cual no existe nada, más allá de la creación literaria; un autor que considera su obra en constante creación y que vuelve sobre los poemas antiguos retocándolos o cambiándolos si es necesario: Su poesía responde a tres impulsos: belleza, conocimiento y anhelo de eternidad.

Para sus detractores, la obra poética (sobre todo la que escribe en la última etapa) resulta hermética, abstracta, difícil de interpretar y es definida como minoritaria. También advierten en su autor cierto atisbo de narcisismo.

Las reglas de ortografía

Las reglas ortográficas de la lengua española establecen que letras como la g, la x o la k existen, sin embargo, Juan Ramón Jiménez prefirió ignorarlas en su trabajo y escribir de la forma en que las palabras son percibidas por el oído. Desde su personal punto de vista opinaba que debía escribirse tal cual se habla, en lugar de hablar como se escribe. Acérrimo enemigo de las complicaciones innecesarias, utilizó al momento de escribir únicamente la j en lugar de ge/gi (intelijente, injenua, jitana) y eliminó algunos grupos consonánticos (setiembre, escelentísimo)

Se quejaba: ¿Para qué trazar una g en gigante o genio y una j en jirafa si el fonema es el mismo? ¿Porqué escribir extraviar u obstáculo si todos decimos «estraviar y ostáculo»?

Polémicas interpretaciones que también fueron compartidas por Gabriel García Márquez, quien llegó a declarar en el Congreso Internacional de la Lengua Española de 1997: ¡Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna!».

En el poema que sigue, por ejemplo, aparece la palabra injenua escrita con j, y no se trata de una errata, la escribió deliberadamente:

Muro con rosa – Juan Ramón Jiménez (Sonetos espirituales -1917)

Sin ti ¿qué seré yo? Tapia sin rosa,
¿qué es la primavera? ¡Ardiente, duro
amor; arraiga, firme, en este muro
de mi carne comida y ruinosa!

Nutriré tu fragancia misteriosa
con el raudal de mi recuerdo oscuro
y mi última sangre será el puro
primer color de tu ascensión gloriosa.

¡Sí, ven a mí, agarra y desordena
la profesión injenua de tus ramas
por la negra oquedad de mis dolores!

Y que al citarme abril, en la cadena
me encuentre preso de sus verdes llamas
todo cubierto de tus frescas flores.

Después de la muerte de su esposa en 1956, Juan Ramón Jiménez se refugió en su casa en la más absoluta soledad y abandono, lo que obligó a recluirlo en el Hospital Psiquiátrico de Hato Tejas, allí tuvo una breve recuperación y se lo vio conversar otra vez de literatura, además de interesarse por los artículos de diarios que comentaban sus trabajos.

Pero la mejoría no duró y en los últimos meses de vida, destruido física y emocionalmente, gastaba sus horas alternando períodos de internaciones en hospitales con lapsos leves de alivio. Leía, anotaba en las tapas de libros, hablaba muy poco y se revelaba contra todo, tampoco le agradaba recibir visitas.

Agotado y entristecido, releía viejas cartas de su esposa y escuchaba a diario su voz, grabada en cinta magnetofónica, lamentando no tener las fuerzas necesarias para escribir su elegía. Una vez por semana, al cuidado de una enfermera, era llevado y sentado frente a la tumba de su Zenobia. Iniciaba en cada visita un soliloquio confesándole a su amada la necesidad que tenía de verla, el calvario que era su soledad, repitiendo sin cesar que ya no quería vivir sin ella. Antes de irse colocaba sobre la losa un ramo de rosas amarillas.

En la madrugada del 29 de mayo de 1958 en San Juan de Puerto Rico, en la misma clínica en la que muriera su esposa se apagó su vida. Algunos días después, su sobrino Francisco Hernández Pinzón, cumpliendo el deseo de sus tíos, trasladó los cuerpos de la pareja a España donde ambos recibieron sepultura definitiva en el Cementerio de Jesús, en Moguer, el inolvidable pueblo que 77 años antes viera nacer al poeta. Quedaron la medalla de oro, el diploma, el cheque por 200.122 coronas suecas y los reconocimientos posteriores que se irían convirtiendo en anécdotas. Juan Ramón Jiménez solamente se llevó con él, el inmenso amor que sentía por su esposa y su obsesiva devoción por la poesía.

Renaceré yo

Renaceré yo piedra,
y aún te amaré mujer a ti.
Renaceré yo viento,
y aún te amaré mujer a ti.
Renaceré yo fuego,
y aún te amaré mujer a ti.
Renaceré yo hombre
y aún te amaré mujer a ti.

Obras más importantes de Juán Ramón Jiménez:

Almas de violeta – Ninfeas – Rimas – Arias tristes – Jardines lejanos –

Elejías puras – Elejías intermedias – Las hojas verdes – Elejías lamentables –

Baladas de primavera – La soledad sonora – Pastorales – Poemas májicos y dolientes – Melancolía – Laberinto – Platero y yo – Estío – Sonetos espirituales –

Diario de un poeta recién casado – Platero y yo (edición completa) – Eternidades – Piedra y cielo – Segunda antolojía poética – Poesía – Belleza – Canción – Voces de mi copla – La estación total – Romances de Coral Gables – Animal de fondo.

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Carmen Conde – Historia de una escritora


Carmen Conde Una escritora que fue mucho más que la primera mujer aceptada en la RAE

Carmen Conde

Transcurría el año 1978 cuando Carmen Conde fue elegida académica de número de la Real Academia Española, asignándole el sillón «K»; se convirtió de esa manera en la primera mujer en más de tres siglos de historia, que pasaba a formar parte de la prestigiosa institución. Meses después, el 28 de enero de 1979, al momento de asumir el cargo, Carmen pronunció emocionada un discurso que había preparado especialmente para la ocasión y que tituló ‘Poesía ante el tiempo y la inmortalidad’.

Transcribimos algunos fragmentos de ese texto:

«Mis primeras palabras son de agradecimiento a vuestra generosidad al elegirme para un puesto que, secularmente, no se concedió a ninguna de nuestras grandes escritoras ya desaparecidas. Vuestra noble decisión pone fin a una tan injusta como vetusta discriminación literaria. Permitid que también manifieste mi homenaje de admiración y respeto a la obra de mi ilustre predecesor D. Miguel Mihura, el genial escritor que mejor comprendió a las mujeres al interpretarlas en sus inolvidables comedias.»(…)

«A continuación y apelando a vuestra benevolencia, leeré mis sencillos comentarios a ciertos fragmentos de poesías de algunos autores, que en ellas manifiestan su acoso a lo indescifrable del Tiempo, o su preocupación por la inmortalidad de sus obras. 
Si de la memoria sólo vale el don preclaro de evocar los sueños, cuando suscito los míos resalta mi entrega a la Poesía. Desde la infancia, “tan lejos como vaya mi recuerdo, he buscado siempre lo que no cambia, he deseado lo eterno”. No la inmortalidad sino la eternidad o el sueño de lo inextricable… 
Por ello, conectar con la vida plena sin apartarme de la Poesía; entregándole cuanto percibía y sentía inmersa en visible totalidad; anhelando aquello misterioso que conduce al hallazgo de palabras que accedieran conmigo o por mí, al todavía un sueño: el más hermoso y respetado por mi existencia. 
Padecer por hallar desde el subconsciente cuanto ayudara a intentar o a ser un puente que alcanzara las orillas del misterio creador… La joven inocencia creyó traer, un día, “…palabra redonda y suave como una paloma…”. 
Eterno e implacable se constataba el Tiempo, aunque todo se creía alcanzable ejerciendo el sueño, germen de lo íntimo, de lo secreto pugnando por nacer. Si recorrer el largo camino acarrearía venturas y desventuras, habría que mantenerse fiel a la Poesía: no como condición adicional, sino porque era supremo logro del ser y del estar en la Tierra. Sin ella me hubiera sido imposible vivir. Por ella, fortaleza y la dulcísima felicidad que inspira imaginarse enlace entre el origen y el fin. Aunque intentándolo ser, como pobre criatura humana, aquella palabra-paloma acabara quemándose con su yodo y su sal. 
Así, a través del tiempo, sin hurtarle sacrificios pero sí condescendencias a la entrega: por caminos nunca fáciles, la confiada búsqueda sin temores ni prisas; ajenándola de externos influjos circunstanciales. Haciéndola pasajera intocable de mi travesía, la Poesía sirvió no solamente a sueños, también a esperanzas y a realidades que por mínimas que fueran bastaban para mantenerme cada día.» (…)

«En los sueños no hay mañana, es todo ahora… La Poesía, desinteresada de cuanto pudiere enturbiar su luz, es el ahora de todos los sueños, la constancia cordial de la vida viva. Restaña heridas causadas por tiempo o historia, conduciendo desde el amor por un solo ser al amor por lodos los seres, siendo los mejor amados aquellos que constituyen «mayoría silenciosa» o no escuchada cuando reclama su derecho a hablar».»
Ni evasiones del dolor ni rechazos a la alegría. Quienes lealmente crean poesía saben de la necesidad de su verdad y de la defensa desinteresada de las causas perdidas.»(…)


Paradójicamente, esta distinción honorífica proyectó una sombra que terminaría opacando los méritos logrados por Carmen Conde en su extensa trayectoria dedicada a las letras; y quedó, como autora, injustamente relegada en el reconocimiento público no obstante haber sido considerada una de las voces más significativas de la generación poética del 27

Su fecunda labor literaria recorrió los géneros de la narrativa, de la dramaturgia, del ensayo, de la literatura infantil y la antología; pero la lírica que ya había invadido sus fibras más íntimas cuando escribió en una de sus citas: «la poesía es algo que le sobra al corazón y que se escapa por las manos», se convirtió en una de sus herramientas predilectas. Y cuando conoció al poeta Antonio Oliver Belmás, con quien se casó en 1931, su personalidad poética quedó cimentada, circunstancia esta que propiciaría posteriormente una intensa actividad creativa que le dio brillo intelectual y notoriedad. 

Algunas de sus poesías mas representativas de Carmen Conde:

Ante ti
Porque siendo tú el mismo, eres distinto
y distante de todos los que miran,
esa rosa de luz que viertes siempre
de tu cielo a tu mar, campo que amo.


Campo mío, de amor nunca confeso;
de un amor recatado y pudoroso,
como virgen antigua que perdura
en mi cuerpo contiguo al tuyo eterno.


He venido a quererte, a que me digas
tus palabras de mar y de palmeras;
tus molinos de lienzo que salobres
me refrescan la sed de tanto tiempo.


Me abandono en tu mar, me dejo tuya
como darse hay que hacerlo para serte.
Si cerrara los ojos quedaría
hecha un ser y una voz: ahogada viva.


¿He venido, y me fui; me iré mañana
y vendré como hoy…? ¿qué otra criatura
volverá para ti, para quedarse
o escaparse en tu luz hacia lo nunca?




Entrega
Guardaré mi voz en un pozo de lumbre 
y será crepúsculo toda la vida.
Ya girarán más leves los cuchillos
porque no encontrarán dónde herirme.
Erguida de rocíos negros,
para ti cantaré.


¡Que no me busquen los sin vista,
que no me llamen los ahogados,
que no me sientan los que huyo!
A mi soledad de reflejos,
amor,
sólo tú.




Indescriptible
Esperar es peor que nacer
porque solamente espera el que se muere,
de esperar sin hacerse con la vida
otra cosa que esperar. El esperarte.


Y atada a esa tu espera que me gasta
y que gasta tu vida sin traerte,
aquí me estoy muriendo de ansiedades
porque cabe, tremenda, esta esperanza.


Cada día, ¡oh tú que te retrasas!
sin saber que nos vamos alejando,
es menor la distancia irreparable
de pensar, de esperar, que nos aleje.


Y aquí sigo esperando, nada intento
por huir al tormento de tu espera.
Ya no sé si allá fuera de mi vida
quedan otros o no, queda quien ande!


solamente por ti, por cuando llegues,
a solas esperándote te espero.


Nostalgia de mujer
Mil años ante Ti son como sueño.
Como de aguas el grosor de una avenida.
Hierba que en la mañana crece,
florece y crece en la mañana
aunque a la tarde es cortada y se seca.


¿Qué es el tiempo ante Ti, qué son los truenos
que blandes contra mí cuando me nombras?
Pavor siento a tu idea, te veo hosco
mirándome en la lumbre de tu Arcángel.
La espada Tú también, eres el filo
y el pomo que se aprieta con el puño.


Para verte a Ti mismo me has nacido.
Por no estar solo con tu omnipotencia.
Soy la nada, soy de tiempo, soy un sueño…
Agua que te fluye, hierba ácida
que cortas sin amor…
Tú no me quieres.

Carmen Conde Abellán nació en Cartagena, una ciudad portuaria de la región murciana, al sudeste de España, el 15 de agosto de 1907. Cursó el magisterio en la Escuela Normal de Maestras de Murcia y más tarde inició estudios de Filosofía y Letras en la Universidad de Valencia.
En 1929 publicó su primera obra titulada “Brocal”, que reúne poemas en prosa en los que lucen imaginativas metáforas de delicada composición, con la temática del amor en conjunción con la naturaleza. 


En 1933, estando embarazada, se trasladó con su esposo a Madrid. Aprovechando su estado escribió en un tono de apacible felicidad su segundo libro de poemas titulado «Júbilos», redactado con mayor complejidad estructural que el primero. Lamentablemente su única hija nació muerta y el frustrante recuerdo aparecerá intermitentemente en su poesía. El poemario igualmente se publicó en 1934, prologado por Gabriela Mistral e ilustrado por Norah Borges, hermana del escritor argentino Jorge Luis Borges


En 1936, mientras estudiaba en la Universidad de Valencia, Carmen Conde conoció a la escritora Amanda Junquera, una mujer muy bella y culta, esposa del influyente catedrático de Historia Española Cayetano Alcázar Molina, iniciándose entre ellas una sincera amistad. El tiempo convertiría esa relación en una historia de amor clandestino. 


Al estallar la Guerra Civil, Oliver Belmás y Carmen Conde se unieron al bando republicano. Carmen siguió a su marido por varias ciudades de Andalucía, pero finalmente regresó a Cartagena para cuidar a su madre. Al concluir el trágico conflicto bélico, su esposo vivió por un tiempo recluido en Murcia, en casa de su hermana y Carmen Conde se refugió en el domicilio de los Junquera en Madrid durante un año, de esa época data el poema en prosa «El arcángel», inédito hasta la  década de 1960
Durante 1940, Carmen continuó escondiéndose discretamente y residió un tiempo en El Escorial con Amanda Junquera, allí escribió una parte importante de su obra. Para comunicarse con su marido, se valía de amigos personales.


En 1941, Conde y Junquera se instalaron en un inmueble, propiedad del poeta Vicente Aleixandre, en la calle de Wellingtonia de Madrid. Esta especie de exilio interno dentro del territorio español, fue malinterpretado por algunos sectores de la sociedad española. De hecho, cuando designaron a Carmen Conde académica de la Lengua, en 1978,  se generó una gran polémica porque la otra candidata, Rosa Chacel, sí había sido efectivamente desterrada y simbolizaba a la mujer que regresaba del exilio, mientras que Conde aparecía en una situación acomodaticia, favorecida también, en opinión de sus detractores, por la amistad de la poetisa de Cartagena con Amanda Junquera y su esposo, quien, utilizando su reputación e influencias, habría evitado las severas consecuencias de la represión franquista que podían haber caído sobre Carmen.


Fue juzgada por haber adherido a los ideales de la República con fallo de sobreseimiento provisional en 1944, aunque con una nueva denuncia en 1949. Pero a pesar de todos los inconvenientes y dificultades que enfrentaba en su vida personal, continuó desplegando una intensa actividad que perseguía como propósito, la reivindicación de los valores culturales y la defensa de la educación. Y lo intentaba creando bibliotecas, publicando y colaborando en revistas literarias, dictando conferencias, participando en congresos, giras y recitales de poesía, concediendo entrevistas por radio y televisión; siempre buscando ampliar los alcances de la literatura. Consecuentemente fue galardonada en reiteradas oportunidades.


Buscando esencialmente desentrañar los secretos del amor y la sensualidad, aparece publicado (1945) su libro «Ansia de gracia»; con esta realización comienzan a consolidarse las excepcionales condiciones para la narrativa, que impregnarán la obra de una autora que nunca escatimó vitalidad, pasión, erotismo y verdad existencial, ni a su poesía, ni a su prosa.


En 1948 se publica «Cartas a Katherine Mansfield», una interesante obra que amerita su tratamiento en una futura nota.
Se trata de un conjunto de siete cartas escritas a partir de 1935 por una joven Carmen y cuya destinataria era la gran escritora neozelandesa Katherine Mansfield, muerta de tuberculosis doce años atrás, en 1923.
Las cartas se transformaron en una amistad literaria en la que la poetisa cartagenera buscaba en Mansfield, su interlocutora imaginaria, afianzar el conocimiento de si misma, comprender las cosas simples de la vida, explorar íntimamente sus dudas e inquietudes y además, apoyo para abrirse paso en un mundo de hombres.
Escritas como un ejercicio intelectual fascinante, inteligente, permitido únicamente por los misterios inescrutables de la creación artística; dejan traslucir una complicidad que no entiende de tiempos ni silencio y difumina sutilmente los límites entre la vida y la muerte. 


Publicó en 1967 varias antologías: «Once grandes poetisas americohispanas» y «Poesía femenina española», entre otras. En 1968 muere su esposo y, tres años más tarde, Carmen editó sus obras completas. Como Amanda Junquera también había quedado viuda, las dos escritoras resolvieron volver a vivir juntas en la residencia de la calle de Wellingtonia.
El legado poético de Carmen Conde abarca una larga lista de títulos donde resaltan: la antología titulada «Obra poética», los poemarios más arriba mencionados «Brocal»  y «Júbilos», «Poemas a María», «La noche oscura del cuerpo», donde innova con un estilo muy personal, «En la tierra de nadie», «Los poemas del mar Menor», «A este lado de la eternidad» y «Cancionero de la enamorada».
Otras obras destacadas son: «Cuentos para niños de buena fe», y varias novelas de trasfondo psicológico con una prosa imbuida de fino tono poético, como «Vidas contra su espejo», «En manos del silencio», «Las oscuras raíces», o «La calle de los balcones azules»; también sobresale en esta nómina la «Biografía de Gabriela Mistral».
Con el seudónimo de Florentina del Mar rubricó varios libros en prosa y de literatura infantil y también firmó otras publicaciones con el nombre de Magdalena Noguera.


A partir de 1982, comenzaron a manifestarse los primeros síntomas de la enfermedad de Alzheimer, no obstante continuó activa y en 1987, meses después que falleciera Amanda Junquera, le fue concedido el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por «Canciones de nana y desvelo». 


En septiembre de 1992, Carmen Conde redactó su testamento legando al Ayuntamiento de Cartagena, su ciudad natal, la totalidad de su obra literaria y la de su marido. Agravados los síntomas de su enfermedad, decidió internarse en un centro especializado en Majadahonda, Comunidad de  Madrid; pero su salud continuó deteriorándose lenta y penosamente, hasta la muerte inevitable acaecida el 8 de enero de 1996.

El célebre discurso de Carmen Conde finaliza así:

«…En el ir y venir del espíritu exprimiéndose en el empeño de horadar el Misterio del Tiempo (Eternidad, Inmortalidad, Palabra), la vida no deja de ser realidad y sueño que la Poesía embebe y rezuma después para que el mundo no sea mudo y se acerque a la música que los más no sólo no oyen, sino que ni escuchan, para participar en el heroico acoso a lo indescifrable.».


«En definitiva, un mar no es más que infinitas gotas unidas.»



Para saber más:


Después de la muerte de Carmen Conde, otras dos escritoras españolas fueron aceptadas y pudieron tomar posesión de su sillón en la Real Academia Española, se trata de Ana María Matute y Elena Quiroga, ambas fallecidas.


En la actualidad, la cúpula de la RAE está integrada por 46 personalidades y de ese total solamente 8 son mujeres académicas: La historiadora Carmen Iglesias, elegida en 2000; la bióloga Margarita Salas en 2001; la filóloga Inés Fernández-Ordóñez en 2008; las escritoras Soledad Puértolas (2010) y Carme Riera (2012); la filóloga Aurora Egido que ingresó en 2013; la escritora Clara Janés y la filóloga Paz Battaner, elegidas ambas en 2015.


El discurso de asunción de Carmen Conde fue contestado por el  ensayista, poeta, crítico literario e historiador de la literatura española Guillermo Díaz-Plaja Contestí.


Katherine Mansfield es el seudónimo que usó Kathleen Beauchamp, una destacada escritora modernista de origen neozelandés, nacida en en la ciudad de Wellington, Nueva Zelanda, 14 de octubre de 1888 y fallecida como consecuencia de la tuberculosis, en Fontainebleau, Francia, el 9 de enero de 1923. 


Los puntos suspensivos entre corchetes […] o entre paréntesis (…), indican la supresión de una palabra o un fragmento en una cita textual.
Cuando lo que va entrecomillado constituye el final de un enunciado o de un texto, debe colocarse punto después de las comillas de cierre, incluso si antes de las comillas va un signo de cierre de interrogación o de exclamación, o puntos suspensivos. 

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Semblanza de Juana de Ibarbourou

Poesía de sentimientos – Semblanza de Juana de Ibarbourou

«Amando, se poseen todas las primaveras»

Semblanza de Juana de IbarbourouLas palabras que componen cada verso escrito por Juana de Ibarbourou, están impregnadas de una exquisita sensibilidad que confiere a sus poemas no sólo espontaneidad y cálida sencillez, sino también una pasión sincera y un erotismo sensual tan sutil como arrebatador. Juana de Ibarbourou buscaba los temas de su predilección en la exaltación sentimental de la entrega amorosa y de la belleza física, en la sublimación de la maternidad, en la fugacidad de la vida y las huellas implacables que deja el azaroso transcurso del tiempo, en los sinsabores del olvido y en el realce permanente de la naturaleza con todo detalle.

Este estilo singular le dio a su obra los méritos que la llevaron como autora, a convertirse en una de las voces más personales y significativas de la lírica hispanoamericana de principios del siglo XX; un reconocimiento que llegó a su punto culminante la tarde del sábado 10 de agosto de 1929, cuando en el Salón de los Pasos Perdidos del Palacio Legislativo de Uruguay, en un solemne acto para el que estaban convocadas las figuras más destacadas de la intelectualidad americana; el escritor Juan Zorrilla de San Martín, máximo representante de la poesía romántica del país rioplatense, le entregó personalmente a Juana de Ibarbourou vestida de encaje blanco, un anillo que, en forma simbólica, representaba el casamiento de la poetisa con América.

Juana, que integraba por entonces junto a Alfonsina Storni de Argentina y Gabriela Mistral de Chile (colegas y subrepticias rivales literarias), una tríada femenina de notables escritoras sudamericanas; empezó con esta distinción a ser reconocida como «Juana de América” cuando aún no había cumplido los 40 años. Era la primera vez que se otorgaba este título y nunca se volvió a conceder.

Muchos años más tarde, en mayo de 1974, en una entrevista realizada por Antonio Mercader para la desaparecida revista «Siete Días ilustrados» de Buenos Aires; Juana de Ibarbourou, respondió a la pregunta «—¿Cuál fue la alegría más grande de su vida?», relatando esta simpática anécdota:

«—El día que recibí el título de Juana de América. Estaban Juan Zorrilla de San Martín, Alfonso Reyes y otros grandes de la literatura. ¡Había tanta gente en el Palacio Legislativo! ¿Conoce el episodio de los cuatro soldados? Me los pusieron alrededor mío formando una guardia de honor. Tenía un ramo de violetas en la mano y cuando el acto terminó, los soldados de la guardia me pidieron que les diera algunas flores de recuerdo. Años después, un muchacho golpeó en la puerta de mi casa. Era uno de aquellos soldados. Traía las violetas en una caja, como un tesoro; se iba a casar y quería regalárselas a su novia. Para su regalo de bodas necesitaba una tarjetita de mi puño y letra, que acreditara que aquéllas eran mis violetas. Se la di. Qué recuerdo tan tierno me dejó ese episodio.»

Juana Fernández Morales, nombre con el que fue bautizada, nació el 8 de marzo de 1892 en la entonces pulcra Villa de Melo, en el departamento de Cerro Largo (Uruguay). Su madre Valentina Morales, era descendiente de una antigua familia de origen español afincada en la zona y su padre Vicente Fernández, un inmigrante gallego oriundo de Lugo (España) que, aunque apenas sabía leer, recitando los versos de los poetas de su tierra inculcó en la pequeña hija el amor por la poesía.

Vivió en su ciudad natal hasta los 18 años y fue allí donde comenzó a escribir, en 1908 publicó su primer poema en el periódico local “El deber cívico”, que firmó con el seudónimo Fid. Muy joven, a los veinte años, se casó con un militar de bajo rango, el capitán de Ejército Lucas de Ibarbourou y fruto de este matrimonio tuvo a Julio César, su único hijo. Desavenencias y desencuentros frustraron muchas de las expectativas románticas de Juana; no obstante, eligió el apellido de su marido como seudónimo para firmar sus trabajos y nunca lo abandonó.

Cuando se mudó a Montevideo, la adaptación al acelerado ritmo de vida de la capital uruguaya le fue muy difícil y todo a su alrededor comenzó a transformarse vertiginosamente. Las publicaciones de sus tres primeras obras alcanzaron un éxito de público y crítica inmediato, logrando gran repercusión internacional al ser traducidas a varias lenguas.

Vendría luego la amistad y el reconocimiento de célebres escritores españoles como Miguel de Unamuno, Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca, Vicente Aleixandre, del chileno Pablo Neruda y del mexicano Alfonso Reyes.

Pero también llegaría, como contrapartida, el padecimiento ante severos cuestionamientos de sus contemporáneos, los intelectuales uruguayos de la llamada Generación del 45 vinculados a la izquierda política (Mario Benedetti y Juan Carlos Onetti entre otros) que, tal vez de manera apresurada, la ignoraron bajo la imputación de ser una poetisa que se dejaba manipular por los gobiernos de turno. Así, los detractores opinaban que su capacidad intelectual estaba sobrevalorada, juzgándola a veces con impiedad y hasta cierta injusticia; considerando algunos prematura la nominación de «Juana de América» para quien, creían, no había alcanzado todavía con sus letras la plenitud ni madurez necesarias para merecer una distinción de esa magnitud. Sus acérrimos defensores, por el contrario, apreciaban en ella la excelencia convencidos de su indudable valía literaria.

En definitiva, Juana de Ibarbourou fue en su vida una mujer bastante incomprendida, tildada de madre distante y poco amorosa en una época en que la sociedad se regía por pautas muy rígidas en cuanto a los roles femeninos; un reproche bastante común en esos tiempos hacia muchas mujeres creativas. Tampoco los tiempos políticos que rodearon su existencia fueron los mejores y eso tiñó su obra de subjetividades inmerecidas

Pero no fue sólo el trabajo literario la causa de su popularidad. Juana poseía una belleza cautivadora y en esa época muchos pensaban que los días de la poetisa se parecían a una novela rosa. Con su hermosura, la posición social de su esposo, su fama como escritora y una familia constituida, nada le impediría alcanzar la felicidad plena. La realidad era distinta y estaba muy lejos del ideal.

Su marido gastaba dinero en lujos y ostentación que para Juana carecían de sentido. Su conflictivo hijo terminó convirtiéndose en un personaje violento, siniestro y jugador compulsivo que la arrastró a la ruina económica a tal extremo que tuvo que vender miles de volúmenes de su biblioteca personal para pagarle las deudas. Se supo después, que esposo e hijo la maltrataban y ejercían violencia doméstica sobre ella habiendo convertido su vida en un calvario. La poetisa se deprimió y al caer sumida en la tristeza, empezó a inyectarse pequeñas dosis de morfina, una droga que en esa época se compraba sin ningún tipo de restricción.

Albert Camus expresó en una de sus famosas citas «He comprendido que hay dos verdades, una de las cuales jamás debe ser dicha.», una reflexión, que bien puede aplicarse a esta historia de vida de Juana de Ibarbourou en la que hubieron muchas situaciones que nunca trascendieron ni fueron conocidas al momento de ocurrir, pero que salieron a la luz mucho tiempo después, cuando tomó estado público una carta manuscrita que databa de 1952 en la que ella reconocía ser adicta a la morfina, además de la existencia de un amor prohibido en el que era correspondida, pero que no tenía futuro.

La relación había comenzado a fines de la década de 1940, algunos años después de la muerte de su esposo. Juana, con 59 años casi en el crepúsculo de su vida, conoció al exitoso médico argentino, residente en Uruguay como exiliado político, Eduardo de Robertis, 20 años menos que ella casado y con dos hijos.

De Robertis logró rescatar por un tiempo a la gran poetisa de la droga y floreció entre ellos un romance muy intenso que duró casi cinco años. Abundan los testimonios que dan veracidad a esa historia de amor en varios de los libros de poemas editados a partir de 1950: en la poesía «Fusión», Juana escribió: «Amor secreto, gracia esclarecida, palor de luna en la apretada sombra; dulce se hace el labio que te nombra y albea de nuevo la agrisada vida». Y en los poemarios Perdida, Azor, Romances del destino y La pasajera, devela atisbos de ese amor oculto en encendidos versos.

Más allá de la polémica entre críticos y defensores donde todos opinan libremente de acuerdo a sus convicciones y puntos de vista, causa admiración y conmueve al espíritu, percibir la forma en que algunas personas logran crear belleza extrayéndola de los horrores de un drama. Los poemas de Juana de Ibarbourou que han perdurado a través de los años y aún continúan vigentes, son ejemplos elocuentes de ello:

¿Sueño?

¡Beso que ha mordido mi carne y mi boca
con su mordedura que hasta el alma toca!
¡Beso que me sorbe lentamente vida
como una incurable y ardorosa herida!

¡Fuego que me quema sin mostrar la llama
y que a todas horas por más fuego clama!
¿Fue una boca bruja o un labio hechizado
el que con su beso mi alma ha llagado?

¿Fue un sueño o vigilia que hasta mí llegó
el que entre sus labios mi alma estrujó?
Calzaré sandalias de bronce e iré

a donde esté el mago que cura me dé.
¡Secadme esta llaga, vendadme esta herida
que por ella en fuga se me va la vida!

La hora

Tómame ahora que aún es temprano
y que llevo dalias nuevas en la mano.

Tómame ahora que aún es sombría
esta taciturna cabellera mía.

Ahora , que tengo la carne olorosa,
y los ojos limpios y la piel de rosa.

Ahora que calza mi planta ligera
la sandalia viva de la primavera

Ahora que en mis labios repica la risa
como una campana sacudida a prisa.

Después…¡oh, yo sé
que nada de eso más tarde tendré!

Que entonces inútil será tu deseo
como ofrenda puesta sobre un mausoleo.

¡Tómame ahora que aún es temprano
y que tengo rica de nardos la mano!

Hoy, y no más tarde. Antes que anochezca
y se vuelva mustia la corola fresca.

hoy, y no mañana. Oh amante, ¿no ves
que la enredadera crecerá ciprés?

Como la primavera

Como un ala negra tendí mis cabellos
sobre tus rodillas.
Cerrando los ojos su olor aspiraste
diciéndome luego:

-¿Duermes sobre piedras cubiertas de musgos?
¿Con ramas de sauces te atas las trenzas?
¿Tu almohada es de trébol? ¿Las tienes tan negras
porque acaso en ellas exprimiste un zumo
retinto y espeso de moras silvestres?

¡Qué fresca y extraña fragancia te envuelve!
Hueles a arroyuelos, a tierra y a selvas.
¿Qué perfume usas? Y riendo le dije:
-¡Ninguno, ninguno!
Te amo y soy joven, huelo a primavera.

Este olor que sientes es de carne firme,
de mejillas claras y de sangre nueva.
¡Te quiero y soy joven, por eso es que tengo
las mismas fragancias de la primavera!

Lo que soy para ti

Cierva,
que come en tus manos la olorosa hierba.

Can
que sigue tus pasos doquiera que van.

Estrella
para ti doblada de sol y centella.

Fuente
que a tus pies ondula como una serpiente.

Flor
que para ti solo da mieles y olor.

Todo eso yo soy para ti,
mi alma en todas sus formas te di.
Cierva y can, astro y flor,
agua viva que glisa a tus pies,

Mi alma es para ti,
Amor.

Despecho – Ver poema

La higuera – Ver poema

El énfasis y la exaltación de la vida, el erotismo y la belleza, que marcaron la primera etapa de sus trabajos, fueron disminuyendo con el paso del tiempo tornándose su verso más sereno, reflexivo y melancólico.

De su obra en poesía destacaron: Las lenguas de diamante, Raíz salvaje, La rosa de los vientos, Perdida, Azor, Mensaje del escriba, Elegía y Romances del destino.

Y en prosa cabe mencionar las siguientes: Cántaro fresco, Ejemplario, Estampas de la Biblia, Chico Carlo, Los sueños de Natacha, Canto rodado y La pasajera (poema y prosa).

En 1947 fue elegida miembro de la Academia Nacional de Letras de Uruguay y en 1950 designada para presidir la Sociedad Uruguaya de Escritores. En algunos países sudamericanos, varias generaciones de alumnos adolescentes, aprendieron de sus versos el significado de la palabra poema.

Era una escritora consagrada, conservaba el mismo porte característico que la había diferenciado y la invitaban frecuentemente a participar de eventos literarios en distintas partes del mundo, no obstante en 1976, tres años antes de su muerte, calladamente decidió recluirse para cumplir con un destino final «contemplar el mundo a través de los vidrios de su ventana», como a veces ella misma solía decir.

La noticia de su fallecimiento se conoció en Montevideo el 15 de julio de 1979, pero se cree que la fecha del deceso fue entre los días 12 y 14 de ese mismo mes. Esta incertidumbre en la fecha se debió a que su hijo le había cortado todo contacto y vínculo con el exterior, especulando interesadamente antes de dar esa información.

Fue la primera mujer en su país velada y enterrada con honores de Ministro de Estado, hoy, sus restos descansan eternamente en el panteón familiar del Cementerio del Buceo en Montevideo. Las investigaciones y estudios acerca de su vida realizados últimamente, la han devuelto al sitial que, como referente cultural, siempre mereció por su obra.

Para conocer más:

En distintas versiones de la biografía de Juana de Ibarbourou, se registra el año 1892 como fecha de nacimiento, aunque ella mencionaba a menudo haber nacido en 1895.

Dejó las vivencias de su niñez reflejadas de manera brillante e imaginativa en su libro «Chico Carlo».

La Casa en dónde nació y vivió en Melo, se encuentra restaurada y es, en la actualidad, un museo. Allí están todos los muebles originales que se pudieron rescatar pertenecientes a la poetisa, su piano y el jardín que fue reconstruido del mismo modo que ella lo retrata en sus historias.

La distinción «Juana de América» fue creada para ella, concretando una iniciativa de intelectuales de la época, que provenían de varios países de América.

En las bibliotecas de las universidades estadounidenses de Stanford y Harvard, se encuentran muchas de sus obras y extensos archivos con una completa documentación bibliográfica.

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Julia de Burgos – Historia, mito y leyenda

Semblanza de Julia de Burgos – Historia, mito y leyenda de una mujer de excepción

Julia de BurgosCuántas veces la letra de una poesía o de una frase se parece a la trágica historia de vida del autor. Coincidencia o premonición, cada verso imaginado va narrando secuencias que interpretan la propia existencia de quien escribe. Leer poemas de Julia de Burgos lleva a esa sensación.

«Dejarse vencer por la vida,
es peor que dejarse vencer por la muerte»

Poetisa, dramaturga y educadora, Julia Constanza Burgos García nació en un hogar muy humilde del Barrio Santa Cruz de Carolina – Puerto Ricoel 17 de febrero de 1914, fruto del matrimonio constituido por el obrero agricultor Francisco Burgos Hans junto a Paula García de Burgos. Mulata, defendió orgullosamente sus orígenes y nunca renegó de sus ancestros. Fue la mayor de trece hermanos y quien en la escuela primaria, precozmente, mostrara indicios de poseer una inteligencia superior a la media. Tenía además una innata facilidad para aprender otros idiomas. Gracias a la ayuda de los vecinos pudo asistir a la escuela secundaria como escala para acceder, en 1931, a la Universidad de San Juan de Puerto Rico. A pesar de no culminar sus estudios, obtuvo el Certificado de Maestra Normal y si bien ejerció durante algún tiempo la docencia, su verdadera vocación era la literatura y se encaminó hacia ese destino, enfocándose especialmente en la poesía.

En 1934 contrajo matrimonio con Rubén Rodríguez Beauchamp, de quien se separaría tres años después. En lugar de retomar su nombre de soltera, quizá por una actitud de irónica rebeldía, eligió añadir el “de” antes de Burgos, indicativo del estatus de una mujer casada y comenzó a firmar como Julia de Burgos (signo de pertenencia a si misma).

Julia de Burgos ya había comenzado también a incursionar en la política uniéndose al grupo «Hijas de la Libertad», rama femenina del Partido Nacionalista de Puerto Rico, al mismo tiempo que militaba bregando por la independencia de su país.

En esa época además, inició una relación con quien sería el gran amor de su vida, el exiliado dominicano Juan Isidro Jimenes Grullón, renombrado ensayista, historiador médico, filósofo y educador dominicano, un hombre casado y separado de su esposa.

Cuando la pareja se mudó a Nueva York, en 1940, Julia de Burgos tenía la intención de dedicarse al periodismo, pero al poco tiempo cambiaron los planes y resolvieron trasladarse a La Habana, donde ella se matriculó, en la universidad de la capital cubana, en varios cursos que le interesaban: griego, latín, francés, biología, antropología y sociología.

Pero la relación concluyó a los dos años, (situación que ella atribuyó a la renuencia mostrada por Juan Isidro en lograr que su familia, de clase alta, la aceptara), y entonces la poetisa, decepcionada, retornó a Nueva York, debiendo desempeñarse para subsistir, en los más variados oficios: inspectora de óptica, empleada de un laboratorio químico, oficinista y costurera.

Conoció por esos días y se casó con el poeta Armando Marín, mudándose con él, a Washington, D.C.

En su obra literaria, Julia de Burgos exploró con perfil crítico aspectos del pasado colonial de Puerto Rico, del legado de la esclavitud y las consecuencias para su patria, derivadas del sometimiento por parte del imperialismo estadounidense.

Su estilo se caracterizó por una singular fuerza expresiva surgida de su apasionado y místico romanticismo y de su amor por la naturaleza. Algunos críticos la comparan con dos de las figuras emblemáticas de la poesía latinoamericana: Alfonsina Storni y Delmira Agustini.

Compuso versos, de exquisita sensibilidad, que son el reflejo de una vida intensa. Entre sus temas predilectos el amor ocupó un sitio predominante y fue tratado con serena dulzura y atractiva sencillez, pero en la mayoría de las ocasiones, de modo sensual, erótico y con matices desgarradores.

Compartimos algunos poemas, para leer lentamente y con el corazón latiendo estremecido:

Amor – Julia de Burgos

Amor…única llama que me queda de Dios
en el sendero cierto de lo incierto.

Aquí, desesperada,
me contemplo la vida en un hueco del tiempo.

Entrecortando pasa el sendero de luz
que esperancé de sueño.

¡Oh mañanas azules que se quedaron muertas,
volando en el espacio!

¡Oh anudada caricia que amaneces dispersa,
cuando despierta el cuerpo!

¡Oh querer desterrarme de mis pasos turbados…!
¡Multiplican en ecos!

Aquí, junto al continuo gravitar de la nada,
¡cómo asaltan mi espíritu los silencios más yermos!

Mi esperanza es un viaje flotando entre sí misma.
Es una sombra vaga sin ancla y sin regreso.

Mis espigas no quieren germinar al futuro.
¡Oh el peso del ambiente!
¡Oh el peso del destierro!

¡Amor…!
Hasta la leve ronda de tu voz perturbada,
me partió la ola blanca que quedaba en mi pecho.

Te quiero – Julia de Burgos

Te quiero…
y me mueves el tiempo de mi vida sin horas.
Te quiero
en los arroyos pálidos que viajan en la noche,
y no termina nunca de conducir estrellas a la mar.
Te quiero
en aquella mañana desprendida del vuelo de los siglos,
que huyó su nave blanca hasta el agua sin ondas
donde nadaban tristes, tu voz y mi canción.
Te quiero
en el dolor sin llanto que tanta noche ha recogido el sueño,
en el cielo invertido en mis pupilas para mirarte cósmica,
en la voz socavada de mi ruido de siglos derrumbándose.
Te quiero
(grito de noche blanca…) en el insomnio reflexivo
de donde ha vuelto en pájaros mi espíritu.
Te quiero…
Mi amor se escapa leve de expresiones y rutas,
y va rompiendo sombras y alcanzando tu imagen
desde el punto inocente donde soy yerba y trino.

Yo fui la más callada… – Julia de Burgos

Yo fui la más callada…
de todas las que hicieron el viaje hasta tu puerto.

No me anunciaron lúbricas ceremonias sociales,
ni las sordas campanas de ancestrales reflejos;
mi ruta era la música salvaje de los pájaros
que soltaba a los aires mi bondad en revuelo.

No me cargaron buques pesados de opulencia,
ni alfombras orientales apoyaron mi cuerpo;
encima de los buques mi rostro aparecía
silbando en la redonda sencillez de los vientos.

No pesé la armonía de ambiciones triviales
que prometía tu mano colmada de destellos:
sólo pesé en el suelo de mi espíritu ágil
el trágico abandono que ocultaba tu gesto.

Tu dualidad perenne la marcó mi sed ávida.
Te parecías al mar, resonante y discreto.
Sobre ti fui pasando mis horarios perdidos.
Sobre mí te seguiste como el sol en los pétalos.

Y caminé en la brisa de tu dolor caído
con la tristeza ingenua de saberme en lo cierto:
tu vida era un profundo batir de inquietas fuentes
en inmenso río blando corriendo hacia el desierto.

Un día, por las playas amarillas de histeria,
muchas caras ocultas de ambición te siguieron;
por tu oleaje de lágrimas arrancadas al cosmos
se colaron las voces sin cruzar tu misterio…

Yo fui la más callada.
La voz casi sin eco.
La conciencia tendida en sílaba de angustia,
desparramada y tierna, por todos los silencios.

Yo fui la más callada.
La que saltó la tierra sin más arma que un verso.
¡Y aquí me veis, estrellas,
desparramada y tierna, con su amor en mi pecho!

Julia de Burgos creó su propio mundo, y en ese mundo, ella fue la protagonista de cada verso que imaginaba en su lírica, aunque las excepcionales circunstancias que rodearon su vida, la enajenación y el desarraigo la hayan llevado a considerarse como una desterrada de sí misma que manifestaba «esta vida partida en dos que estoy viviendo entre la esencia y la forma».

De su producción literaria se destacan además del primer poema que escribió con el título de «Río Grande de Loíza», «Poemas para mi muerte», «Poema en veinte surcos», «Canción de la verdad sencilla», «Alba de mi silencio», «Alta mar y gaviota», «El mar y tú y otros poemas» y «Yo misma fui mi ruta».

Luchó con denuedo en la búsqueda permanente de su propia identidad como mujer, inmersa en una sociedad regida por estrictas convenciones impuestas por los hombres. Como agitada por una tempestad, quiso escapar a ese destino y lo logró con actitudes decididas y enormes sacrificios.

Pionera del movimiento feminista de los años 1940 y 1950, en una de sus poesías más representativa y difundida, titulada «A Julia de Burgos», se desafió a sí misma y a todas las mujeres, a pensar sobre los roles que la sociedad les impone y lo que ellas quieren y pretenden para sí mismas; en uno de sus párrafos escribió:

«…Tú eres dama casera, resignada, sumisa, atada a los prejuicios de los hombres; yo no; que yo soy Rocinante corriendo desbocado olfateando horizontes de justicia de Dios.
Tú en ti misma no mandas; a ti todos te mandan; en ti mandan tu esposo, tus padres, tus parientes, el cura, la modista, el teatro, el casino, el auto, las alhajas, el banquete, el champán, el cielo y el infierno, y el qué dirán social.
En mí no, que en mí manda mi solo corazón, mi solo pensamiento; quien manda en mí soy yo».

También escribir acerca de la muerte cautivaba a Julia de Burgos, tal vez motivada porque presentía cercana e inminente la suya propia.

A fines de la década de 1940, volvió una vez más a Nueva York, pero su actividad literaria había disminuido mucho, el cáncer que le habían diagnosticado la desequilibró anímicamente y como consecuencia de la depresión se hizo adicta al alcohol. Una cirrosis hepática agravó aún más su estado de salud.

Pocos meses antes de morir, escribió un desgarrador poema en inglés, titulado “Farewell in Welfare Island” (Adiós en Welfare Island, institución donde había estado hospitalizada), en él expresaba:

«Tiene que partir de aquí, olvidada, pero inquebrantable
entre los camaradas del silencio muy adentro en Welfare Island,
mi despedida al mundo»

Julia de Burgos fue encontrada inconsciente y sin identificación alguna entre la Calle 106 y la Quinta Avenida de la impasible Nueva York, un lejano 6 de julio de 1953. La valentía con la que se había enfrentado a la vida, ya no era suficiente ante tanta adversidad y falleció por causa de una pulmonía después de ser trasladada al Hospital de Harlem. Tenía 39 años y todavía hoy las circunstancias de su muerte conservan un halo de misterio.

Ante la falta de documentación, fue enterrada en una tumba anónima para indigentes, pero posteriores gestiones de amigos y familiares, permitieron ubicar y reconocer el cuerpo y trasladar los restos a su país natal; fue sepultada en el Cementerio de Carolina, el lugar más cercano posible al Río Grande de Loíza, que tanto había amado.

El reconocimiento a su trayectoria llegó después de su muerte. La Universidad de Puerto Rico le concedió doctorado Honoris Causa en Letras y Humanidades Post Mortem y hoy es reconocida como una personalidad ilustre en el ámbito literario de su país, del que se había marchado cuando tenia 25 años para nunca retornar en vida.

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Bertolt Brecht – Idealista, comprometido y genial

Semblanza de Bertolt Brecht – El arte poético de un escritor idealista, comprometido y genial

Bertolt BrechtEugen Berthold (Bertolt) Friedrich Brecht, mejor conocido como Bertolt Brecht, considerado en el universo literario, uno de los poetas y dramaturgos más destacados, innovadores e influyentes del siglo XX, logró reflejar en sus textos, empapados del inconformismo que caracterizó toda su obra, un compromiso político inquebrantable y una crítica sin concesiones a las formas de vida, la ideología, las estructuras jerárquicas y la concepción artística, de la burguesía dominante en la sociedad del tiempo histórico en el que vivió.

Este destacado escritor alemán nació el 10 de febrero de 1898, en el seno de una familia acomodada residente en Augsburgo (Baviera). Desde muy pequeño se sintió atraído por las letras, vocación que lo llevaría a publicar su primera obra teatral titulada «Baal» antes de cumplir sus veinte años. Cursó estudios de Literatura y Filosofía en Munich, intentando posteriormente añadir Medicina, carrera que finalmente dejaría inconclusa.

Rebelde, de fuerte carácter independiente y dispuesto a vivir intensamente sin condicionamientos, buscó en el arte la forma de entender, descifrar y explicar la realidad y encontró en la literatura una herramienta adecuada para intentar cambiar esa realidad social que tanto le atormentaba.

Reconocido en forma unánime como el creador del llamado teatro épico (o teatro dialéctico), donde el objetivo era lograr la reflexión y la toma de conciencia por parte del espectador, poniendo de relieve al mismo tiempo, la necesidad humana de felicidad como base imprescindible para la vida.

Autor prestigioso, poseedor de un estilo definido por una prosa breve y didáctica y de una poesía cristalina y viva, gracias a la cual ha logrado trascender y convertirse en una lectura indispensable para aquellos amantes del arte lírico y sobre todo de la poesía social.

De su inspiración y talento poético surgieron estos escritos:

La piel

La piel, de no rozarla con otra piel, se va agrietando.
Los labios, de no tocarlos con otros labios, se van secando.
Los ojos, de no mirarse con otros ojos, se van cerrando.
El cuerpo, de no sentir cerca otro cuerpo, se va olvidando.
El alma, de no entregarla con toda el alma, se va muriendo.

La cuerda cortada

La cuerda cortada puede volver a anudarse,
Puede aguantar, pero está cortada.
Quizá volvamos a tropezar,
pero allí, donde me abandonaste,
no volverás a encontrarme.

Hay hombres que luchan un día

Hay hombres que luchan un día, y son buenos.
Hay otros que luchan un año, y son mejores.
Están aquellos que luchan muchos años
y son muy buenos.
Por último, los hay que luchan toda la vida;
estos son los imprescindibles.

Fue un prototipo del intelectual revolucionario que en una temprana juventud había adherido al marxismo y que en 1933, cuando los nazis llegaron al poder, se vio obligado a abandonar su patria. Muchos de sus libros fueron quemados por fanáticos partidarios del nacionalsocialismo, que comenzaba a incendiar el continente europeo convirtiéndolo en un infierno aterrador.

En su poema «Alemania» escribió el célebre autor:

«¡Oh Alemania, pálida madre! Entre los pueblos te sientas cubierta de lodo.
Entre los pueblos marcados por la infamia tú sobresales.
(…) ¡Oh Alemania, pálida madre! ¿Qué han hecho tus hijos de ti
para que, entre todos los pueblos, provoques la risa o el espanto?»

«…Hablen otros de su vergüenza. Yo hablo de la mía.»

Después, como desesperanzada disculpa, Bertolt Brecht expresaba en otro poema:

«A los que vendrán después»

Realmente vivo en tiempos sombríos.
La inocencia es locura. Una frente sin arrugas
denota insensibilidad. El que ríe,
es porque todavía no ha oído la terrible noticia.

¡Qué tiempos son estos, en que
hablar sobre árboles es casi un crimen
porque implica silenciar tanta injusticia!
Ese, que cruza tranquilamente la calle,
¿será encontrado cuando los amigos
necesiten su ayuda?

Es verdad que todavía me gano el sustento,
pero creedme: es por casualidad.
Nada de lo que hago justifica
que yo pueda comer hasta hartarme.
Las cosas todavía me van bien

(si la suerte me abandonase, estaría perdido).

Me dicen: “Come, bebe, alégrate por lo que tienes!
Pero… ¿cómo puedo comer y beber
si estoy arrebatando al hambriento su comida,
y mi vaso de agua le falta al sediento?
Y sin embargo continúo comiendo y bebiendo.

Me gustaría también ser sabio.
Los libros antiguos nos hablan de la sabiduría:
consiste en apartarse de los problemas del mundo
y, sin temores, dejar que transcurra tranquilamente
el tiempo de nuestra breve vida en la tierra,
pagar el mal con el bien,
no satisfacer nuestros deseos, sino desecharlos.
He aquí lo que llaman sabiduría.
Pero yo no consigo hacer tales cosas.
Verdaderamente vivo en tiempos sombríos.

Llegué a las ciudades en tiempos conflictivos
cuando reinaba el hambre,
me mezclé entre los hombres en época turbulenta
y me rebelé con ellos.
Así fue transcurriendo el tiempo
que me fue concedido en la tierra.

Comí mi pan en medio de batallas,
dormía entre asesinos,
traté despreocupadamente los asuntos amorosos,
y fui impaciente con la naturaleza.
Así fue transcurriendo el tiempo
que me fue concedido en la tierra.

En mi época todos los caminos conducían al fango,
mis palabras me traicionaban ante el verdugo,
yo era poca cosa. Pero pienso que los gobernantes
se sentían más seguros sin mí.
Así fue transcurriendo el tiempo
que me fue concedido en la tierra.

Nuestras fuerzas eran escasas, la meta
se hallaba distante
y aunque podía distinguirse claramente, me parecía
que yo tal vez no la alcanzaría.
Así fue transcurriendo el tiempo
que me fue concedido en la tierra.

Vosotros, que surgiréis del marasmo
en que nosotros nos hemos hundido,
acordaos también, cuando habléis de nuestras flaquezas,
de los tiempos sombríos de los que os habéis librado.
Cambiábamos más frecuentemente
de país que de zapatos, a través de las guerras de clases,
desesperados, porque reinaba la injusticia
y nadie se indignaba.

Bien sabemos que el odio contra la ruindad
deforma el rostro y la rabia contra la injusticia
enronquece la voz. ¡Ah!, nosotros,
que queríamos preparar el terreno para la bondad
no pudimos ser bondadosos!

Pero vosotros, cuando llegue el momento
en que el hombre sea bueno para el hombre,
¡acordaos de nosotros con comprensión!

El 28 de febrero de 1933, un día después de la quema del Parlamento (Reichstag) alemán, hecho cuya responsabilidad sigue siendo un tema de permanente debate e investigación, pero que es considerado fundamental para el establecimiento del Tercer Reich de la Alemania nazi; Bertolt Brecht emprendió un largo y difícil camino hacia el exilio en Svendborg (Dinamarca). Con el transcurrir de los meses su situación se vio agravada por el inicio y desarrollo de la Segunda Guerra Mundial y debió peregrinar durante años a través de varios países, hasta establecerse en los Estados Unidos en 1941. Finalizada la contienda, sus opiniones políticas y sociales lo transformaron en sospechoso para las autoridades estadounidenses, por lo que debió trasladarse a la República Democrática Alemana, estableciéndose en Berlín. Allí fundó la compañía de teatro «Berliner Ensemble», en un intento concreto de materializar sus teorías teatrales.

Bertolt Brecht falleció de una trombosis coronaria en agosto de 1956, en la misma ciudad de Berlín (Berlín Este por entonces) donde la férrea hegemonía del comunismo soviético, había sembrado una semilla de escepticismo y decepción en la ideología del escritor. Dejó a la posteridad un estilo literario en el que siempre se encuentran entrelazados el fondo, las formas, la estética y los ideales enfocados hacia un contexto político e histórico. Hasta el fin de su vida sostuvo la tesis de que el teatro, podía contribuir a modificar para bien el mundo.

Su particular lenguaje, continúa ejerciendo marcada influencia hasta hoy en los cultores de la poesía social y del teatro moderno.

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Semblanza a Gloria Fuertes

Gloria Fuertes. Compromiso social y poesías para la niñez

Gloria FuertesLos aciagos acontecimientos que se desarrollaban en vastos territorios del mundo durante la Primera Guerra Mundial, habían arrastrado a todo el continente europeo hacia un abismo insondable de miseria, dolor y muerte. La pobreza extrema y el hambre obligaban a la gente a trabajar de sol a sol en condiciones inhumanas, buscando sobrevivir y seguir adelante. En ese terrible verano español del año 1917, ensombrecido por las derivaciones de la tragedia bélica; nacía Gloria Fuertes, una escritora destinada a convertirse en símbolo de inconformismo, rebeldía y compromiso social y sobretodo en un carismático emblema de la poesía infantil.

…La gente dice:
Pobres tiene que haber siempre
y se quedan tan anchos
tan estrechos de miras,
tan vacíos de espíritu,
tan llenos de comodidad.

Yo aseguro
con emoción,
que en un próximo futuro
sólo habrá pobres de vocación.

Esto escribió en uno de sus poemas más recordados, la poetisa española, que tiene el raro privilegio en el ámbito de las letras, de haber logrado con su poesía castiza emocionar y cautivar a todo tipo de lectores, fueran niños o adultos.

Gloria Fuertes García fue una destacada autora de narrativa, poesía y teatro que nació el 28 de Julio de 1917, en Lavapiés, un modesto barrio del Madrid antiguo. Siempre guardó celosamente su intimidad familiar, de la que se conocen muy pocos detalles. Su padre, portero y conserje; y su madre, humilde costurera y empleada doméstica, debieron hacer considerables sacrificios para sobrellevar las penurias económicas y poder criar a Gloria y sus ocho hermanos (varios de ellos murieron prematuramente).

A pesar de la pobreza, Gloria Fuentes era una niña alegre y extravertida, a los cinco años ya leía, escribía y dibujaba sus propios cuentos y creaba amigos imaginarios para jugar y, en sus ratos libres, disfrutaba a escondidas de algún buen libro que pudiera conseguir, algo que no era del agrado de su madre, que pretendía hacer de su pequeña hija una buena candidata para un futuro matrimonio y una ama de casa de provecho que supiese bordar y cocinar adecuadamente. A su debido tiempo, aprendió taquigrafía, mecanografía, cocina, corte y confección, e higiene y puericultura, asistiendo al Instituto de Educación Profesional de la Mujer.

”…Cada vez que mi madre me veía con un libro, me pegaba. No tengo nada que agradecer a mi familia y escribo poemas con final feliz porque en mi infancia me dieron muy pocas alegrías», confesó alguna vez con nostálgica pena.

Su infancia transcurrió en las bulliciosas calles cercanas a la vieja Plaza del Progreso, donde aprendió el lenguaje coloquial y tan peculiar que caracterizaría su estilo. Pese a ser una niña, Gloria Fuentes realizaba algunos trabajos transitorios con el propósito de colaborar con la economía de la familia. Ya en su etapa adolescente empezó a escribir versos que leía en Radio España de Madrid. A los quince años quedò huérfana al morir su madre y a los diecisiete, concluyó su primer libro de poemas, “Isla ignorada”, publicado recién en 1950.

Se acercaban aceleradamente los tiempos de la cruenta Guerra Civil española cuando, en 1936, escribió los versos a su primer amor, que quedó trunco, acallado por el tronar de cañones que le hicieron padecer las angustias más desoladoras: “Mi primer amor era un obrero republicano y me hubiera casado con él, pero le dieron por desaparecido en los campos de guerra” relató.

Paradójicamente vivió la triste experiencia de enamorarse de un combatiente que luchaba por el otro bando en pugna, defendiendo los ideales falangistas. “Me influyó mucho, era súper culto”, dijo del médico Eugenio Rosado, que murió posteriormente en la cárcel, fusilado por los milicianos. Gloria perdió por segunda vez al hombre que amaba.

También mantuvo una relación con un compañero que compartía sus inclinaciones literarias en el grupo del ‘postismo’; Carlos Edmundo de Ory. Intercambiaron entre ellos algunos sugerentes poemas. En «Los brazos desiertos» ella le cuenta: ¡Te quiero, aunque la vida no lo quiera!

Gloria Fuentes fue una mujer la que encendió en su corazón las más ardientes pasiones. Su lesbianismo aparece sutilmente declarado en poemas como «Jenny», «Lo que me enerva» y «Me siento abierta a todo». A mediados de la década de 1950, Gloria conoció a Phyllis Turnbull, una profesora de inglés que le enseñó los secretos del idioma de Shakespeare mientras estudiaba técnicas de Bibliotecología en el Instituto Internacional de Madrid y acabó enamorándose perdidamente; conviviendo y disfrutando intensamente con su profesora y también con su otro amor de juventud, Chelo Sánchez, las encandilantes noches madrileñas; mientras que cada día, concurría responsablemente a la biblioteca pública donde trabajaba con gusto y placer: “Dios me hizo poeta y yo me hice bibliotecaria. Mi jefe era el libro, ¡yo era libre!”.

Entre 1961 y 1963 residió en Estados Unidos donde impartía clases de Literatura española en la Universidad Bucknell, gracias a la beca Fulbright que había obtenido. «Fue la primera vez que pisé una universidad». comentó la escritora al respecto.

Espontánea, sencilla, solidaria y muy sincera aunque utilizara una fina ironía. Hablaba siempre en tono confidencial y amigable y nunca perdió su capacidad de asombro. Pacifista y defensora del medio ambiente a ultranza que, además, durante toda su vida activa reclamó sin concesiones y sin claudicar por los derechos de las mujeres, empezando por el derecho a leer, a escribir, a trabajar o a ser poeta, todo en un momento histórico en el que el universo de la mujer estaba reducido y limitado al espacio doméstico. “Ser escritora suponía ir contra corriente y requería gran empeño y buscar caminos alternativos frente a puertas cerradas».

La relación con Phyllis terminó en 1970, un año antes que falleciera la norteamericana. Gloria devastada y presa de una infinita tristeza, plasmó sus sentimientos con dolidos versos en «Nota autobiográfica»: «Todos los míos han muerto hace años y estoy más sola que yo misma.»(…)»El dolor envejece más que el tiempo, este dolor, dolor que no se acaba, y que te duele todo, todo, todo; sin dolerte en el cuerpo nada, nada.»
No quiso reír más, porque no podía compartir sus obras con alguien que le prodigara la misma ternura que le había dado su amada compañera.

Objetivo: la felicidad en la infancia

Fue entonces cuando se abrió ante sus ojos un nuevo y fascinante mundo: el de los niños. Con ellos recuperaría la felicidad infantil que había perdido en el duro camino de su vida, empezando una de sus épocas más fructíferas e interesantes a nivel poético. La poesía dirigida a los adultos quedó postergada y por un tiempo pareció destinada al olvido.

A comienzos de la década de 1970, demostrando ser una excelente comunicadora, participa conduciendo por la televisión española, espacios infantiles y de entrevistas que alcanzaron una enorme popularidad eclipsando su trayectoria poética. Programas como «Un globo, dos globos, tres globos» y «La cometa blanca» marcaron indeleblemente la infancia de varias generaciones y el séquito más fiel lo formaba mayoritariamente gente menuda.

«…Es importante que los niños lean poesía. Y es más que importante, es necesario… Un niño con un libro de poesía en las manos, nunca tendrá de mayor un arma entre ellas…” expresaba esta prolífica autora, que siempre se definió como «autodidacta y poéticamente desescolarizada».

Compartimos algunas de sus reflexiones convertidas en poemas, que irradian reflejos de su sensible personalidad.

«La historia de un perrito»
Regalaron a los niños
un cachorro de seis días.
El perrito casi no andaba ni veía.

Le criaron con biberón
y puré de salchichas,
pero no lo acariciaban,
le estrujaban,
le estrujaban. ¡qué paliza!

El perro a los niños
les alegraba, les hacía niñerías.
Los niños al perro
le hacían perrerías.

Creció el perro paso a paso,
y los niños ya no le hacían caso.

Cuando la familia
se fue de vacaciones,
le abandonaron en la carretera
entre unos camiones.

Y dijo el perro ladrando en voz alta
(que quien lo escuche se asombre)
-Me dan ganas de dejar de ser
el mejor amigo del hombre.

Pasó días sin beber nada,
sin comer algo.
El perro cambió de raza,
parecía un galgo.
Le recogió un viejo mendigo.
Le dijo: -Voy a ser tu amigo,
te cortaré el flequillo
y serás mi lazarillo.

El perro movió el rabo,
estiró el hocico,
movió la nariz,
por primera vez fue feliz.

«La pata mete la pata»
La pata desplumada, cua, cua, cua,
como es patosa, cua, cua, cua,
ha metido la pata, cua, cua, cua,
en una poza. ¡Grua!, ¡grua!, ¡grua!

En la poza había un cerdito vivito y guarreando,
con el barro de la poza, el cerdito jugando.
El cerdito le dijo: – saca la pata, pata hermosa.
Y la pata patera le dio una rosa.
Por la granja pasean comiendo higos.
¡El cerdito y la pata se han hecho amigos!

«Parejas»
Cada abeja con su pareja.
Cada pato con su pata.
Cada loco con su tema.
Cada tomo con su tapa.
Cada tipo con su tipa.
Cada pito con su flauta.
Cada foco con su foca.
Cada plato con su taza.
Cada río con su ría.
Cada gato con su gata.
Cada lluvia con su nube.
Cada nube con su agua.
Cada niño con su niña.
Cada piñón con su piña.
Cada noche con su alba.

Dotada de un auténtico acento lírico que la hacía diferente, matizaba y combinaba con divertida habilidad juegos de palabras y metáforas llenas de encanto, que daban a sus versos frescura, musicalidad y cadencia.

Obra literaria:

Dejó como legado, en el género de literatura para la niñez:
«Cuentos infantiles», «Villancicos», «Don Pato y Don Pito», «La pájara pinta», «Tres tigres con trigo», «El libro loco», «De todo un poco», «El perro que no sabía ladrar», «El domador mordió al león», «El abecedario de don Hilario», «Trabalenguas para que se trabe tu lengua» y «Versos fritos», entre muchos otros títulos.

Obras para Teatro: «La princesa que quería ser pobre» y «Las tres reinas magas».

Para gente adulta: «Isla ignorada», «Antología y poemas del suburbio», «Todo asusta», «Antología poética», «Cuando amas aprendes geografía», «Mujer de verso en pecho», «Pecábamos como ángeles», «Es difícil ser feliz una tarde», «Derecho de pasión», «Los brazos desiertos» y «Geografía humana y otros poemas».

Su nombre ha quedado ligado a dos corrientes literarias: a la de la Primera generación de posguerra que la crítica ha unido a la Generación del 50 y al movimiento poético denominado «postismo» surgido de las tendencias surrealistas de la posguerra.

Gloria Fuertes era como escribía y escribía como era. Nunca le agradó que la llamaran poetisa prefieriendo el término «poeta». Falleció en su ciudad natal, Madrid, el 27 de noviembre de 1998, a causa de un cáncer de pulmón, consecuencia de haber sido una empedernida fumadora. En su testamento dejó sus bienes al orfanato conocido como «Ciudad de los muchachos», del padre Jesús Silva.

Su lema de vida fue: “…Si vales de verdad y quieres algo con todas tus ganas, saldrás adelante seguro”.

Para conocer más:

El escritor español Camilo José Cela dijo de ella, que era “la voz poética más honda y sincera, menos artificial y acicalada de España”. Y ella misma en algún momento declaró que “la obligación del poeta es contar lo que pasa y luego preocuparse de contar las sílabas”.

Por otra, otro escritor y académico español Javier Marías, uno de sus más acérrimos críticos opina de manera distinta. Nunca consideró a Gloria Fuertes como una gran poetisa a quien se debiera tomar en serio. No cree que haya tenido una envergadura literaria comparable con las hermanas Brontë o Emily Dickinson.

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Semblanza a César Vallejo – Poeta inolvidable

César Vallejo – Morir en París, poesía y realidad

Cesar Vallejo

La pertinaz lluvia se abatía sobre una nostálgica París en aquel lejano 15 de abril de 1938, mientras en un hospital de la ciudad en el que había estado internado más de una semana, se apagaba la vida de César Vallejo. Era Viernes Santo y por extraña y trágica coincidencia se cumplía, en parte, la premonición que había vaticinado el insigne poeta cuando en su poema «Piedra negra sobre una piedra blanca» escribió: me moriré en París con aguacero, un día del cual tengo ya el recuerdo.

Poeta, narrador, ensayista y educador, César Abraham Vallejo Mendoza es considerado uno de los mayores innovadores de la poesía del siglo XX en todos los idiomas y uno de los máximos exponente de las letras peruanas y si bien abordó en su obra literaria la mayoría de los géneros, es comúnmente aceptado que fue en la lírica, donde alcanzó su verdadera dimensión y su más alto nivel de expresión.

César Vallejo había nacido el 16 de marzo de 1892 en la ciudad andina de Santiago de Chuco al norte del Perú, fruto del matrimonio de Francisco de Paula Vallejo Benítez y María de los Santos Mendoza Gurrionero. Su apariencia mestiza se debió a que sus abuelas tenían ascendencia indígena y sus abuelos españoles; fue el menor de once hijos de una familia provinciana que profesaba una gran devoción cristiana y anhelaba que el niño se convirtiera en cura, circunstancia esta que incidió en su formación intelectual y explica en cierto modo la presencia en su poesía de abundante vocabulario bíblico y litúrgico.

Intentó y fracasó más de una vez, siempre por acuciantes razones económicas, lograr una instrucción universitaria, hasta que finalizando el año 1915 obtuvo su bachillerato de letras en la Universidad de Trujillo con una tesis sobre «El romanticismo en la poesía castellana». En 1919 publica su primer poemario, titulado Los heraldos negros, cuya obra inicial es un poema homónimo, muestra de su gran talento.

En 1923, luego de publicar en Lima su primera obra narrativa «Escalas Melografiadas», decide viajar por algunos países de Europa para instalarse finalmente en la capital de Francia; no imaginaba por entonces que nunca retornaría a su patria.

Los primeros años de su experiencia en el viejo continente estuvieron marcados por la pobreza y grandes penurias económicas, que le provocaron un profundo desgaste físico y emocional. Conoció e hizo amistad con poetas e intelectuales como Vicente Huidobro, Gerardo Diego y Juan Larrea y junto a ellos participó asiduamente en actividades de sesgo vanguardista.

Al estallar la guerra civil española en 1936, César Vallejo colaboró activamente en la fundación del Comité Iberoamericano para la Defensa de la República Española, en esa labor estuvo acompañado por otro gran escritor, Pablo Neruda. En julio de 1937 regresó por última vez a España para asistir al Congreso Internacional de Escritores Antifascistas. En esa etapa de su vida ya había abrazado con fervor las teorías de Karl Marx, adhiriendo al comunismo, pero conservando ideológicamente una postura muy personal, compatible con sus preocupaciones religiosas y estéticas; rechazaba además el dogmatismo y la reducción de la literatura a finalidades proselitistas y advertía en el ideario marxista una senda de justicia y liberación del hombre, pero nunca una solución a las grandes cuestiones metafísicas.

César Vallejo fue autor de una poesía humana y comprometida, caracterizada por una permanente inquietud renovadora y una firme convicción de independencia frente a las influencias del momento histórico. Acostumbraba corregir mucho sus textos puesto que casi nunca quedaba satisfecho con lo que escribía.

Su personalidad singular, que lo llevó a ser un hombre, melancólico y torturado y en apariencia vulnerable, estaba dominada por un rasgo distintivo y relevante: una exacerbada sensibilidad ante el dolor propio y colectivo y fue un factor determinante en la conformación de su personalísimo estilo.

De su trascendente obra literaria se pueden destacar, en narrativa: «Escalas melografiadas», «Fabla salvaje», «El Tungsteno», «Paco Yunque» (cuento), «Viaje alrededor del porvenir» y «El vencedor».

En obras de teatro: «Les taupes» (escrita en francés), «Entre las dos orillas corre el río» y «La piedra cansada». Ninguna de las cuales fue estrenada o publicada durante su vida.

En poesía: «Los heraldos negros»; «Trilce»; y entre sus poemarios de publicación póstuma,»Poemas humanos» y «España, aparta de mí este cáliz», ambos publicadas en 1939.

Porque conocer significa reconocer, para recordarlo compartimos tres de sus más bellos y emblemáticos poemas:

Los pasos lejanos

Mi padre duerme. Su semblante augusto
figura un apacible corazón;
está ahora tan dulce…
si hay algo en él de amargo, seré yo.

Hay soledad en el hogar; se reza;
y no hay noticias de los hijos hoy.
Mi padre se despierta, ausculta
la huida a Egipto, el restañante adiós.
Está ahora tan cerca;
si hay algo en él de lejos, seré yo.

Y mi madre pasea allá en los huertos,
saboreando un sabor ya sin sabor.
Está ahora tan suave,
tan ala, tan salida, tan amor.

Hay tanta soledad en el hogar sin bulla,
sin noticias, sin verde, sin niñez.
Y si hay algo quebrado en esta tarde,
y que baja y que cruje,
son dos viejos caminos blancos, curvos.
Por ellos va mi corazón a pie.

El tálamo eterno

Sólo al dejar de ser, Amor es fuerte!
Y la tumba será una gran pupila,
en cuyo fondo supervive y llora
la angustia del amor, como en un cáliz
de dulce eternidad y negra aurora.

Y los labios se encrespan para el beso,
como algo lleno que desborda y muere;
y, en conjunción crispante,
cada boca renuncia para la otra
una vida de vida agonizante.

Y cuando pienso así, dulce es la tumba
donde todos al fin se compenetran
en un mismo fragor;
dulce es la sombra, donde todos se unen
en una cita universal de amor.

Confianza

Confianza en el anteojo, no en el ojo;
en la escalera, nunca en el peldaño;
en el ala, no en el ave
y en ti sólo, en ti sólo, en ti sólo.

Confianza en la maldad, no en el malvado;
en el vaso, más nunca en el licor;
en el cadáver, no en el hombre
y en ti sólo, en ti sólo, en ti sólo.

Confianza en muchos, pero ya no en uno;
en el cauce, jamás en la corriente;
en los calzones, no en las piernas
y en ti sólo, en ti sólo, en ti sólo.

Confianza en la ventana, no en la puerta;
en la madre, mas no en los nueve meses;
en el destino, no en el dado de oro,
y en ti sólo, en ti sólo, en ti sólo.

Así como su poemario Trilce, que derribó con su impronta innovadora las normas estéticas y retóricas creando un nuevo lenguaje poético, fue duramente criticado y hasta calificado de disparate, sumando fuertes opiniones detractoras por la utilización indiscriminada de vulgarismos, cultismos, regionalismos, tecnicismos, neologismos, arcaísmos y de múltiples figuras literarias que rompían todas las pautas literarias tradicionales; a criterio de sus defensores acérrimos fue, «El más grande poeta católico después de Dante, y por católico entiendo universal» en palabras del escritor franco-estadounidense Thomas Merton y «el más grande poeta del siglo XX en todos los idiomas», según el crítico literario y biógrafo británico Martin Seymour-Smith.

Georgette Marie Philippart Travers, una joven veinteañera a la que Vallejo conoció en 1927 e hizo su esposa en 1934 y que dejó viuda cuando solamente tenía 30 años, fue la responsable de preservar para la posteridad el invalorable legado literario de su marido. Fue ella también la que decidió el traslado de los restos del poeta al cementerio de Montparnasse, dedicándole un epitafio con mucho sentimiento y pesar:

«He nevado tanto para que duermas»

César Vallejo había escrito mucho tiempo atrás en una de sus citas:

¡Cuán poco tiempo he vivido! Mi nacimiento es tan reciente que no hay unidad de medida para contar mi edad. ¡Si acabo de nacer! ¡Si aún no he vivido todavía! Señores; soy tan pequeñito, que el día apenas cabe en mí.”

Si les ha interesado la obra de este magnífico autor, y desean conocer más al respecto, y sumarla a sus bibliotecas personales, dejo a continuación una breve selección de sus trabajos. Espero sea de su agrado.

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