Semblanza de Juana de Ibarbourou

Poesía de sentimientos – Semblanza de Juana de Ibarbourou

«Amando, se poseen todas las primaveras»

Semblanza de Juana de IbarbourouLas palabras que componen cada verso escrito por Juana de Ibarbourou, están impregnadas de una exquisita sensibilidad que confiere a sus poemas no sólo espontaneidad y cálida sencillez, sino también una pasión sincera y un erotismo sensual tan sutil como arrebatador. Juana de Ibarbourou buscaba los temas de su predilección en la exaltación sentimental de la entrega amorosa y de la belleza física, en la sublimación de la maternidad, en la fugacidad de la vida y las huellas implacables que deja el azaroso transcurso del tiempo, en los sinsabores del olvido y en el realce permanente de la naturaleza con todo detalle.

Este estilo singular le dio a su obra los méritos que la llevaron como autora, a convertirse en una de las voces más personales y significativas de la lírica hispanoamericana de principios del siglo XX; un reconocimiento que llegó a su punto culminante la tarde del sábado 10 de agosto de 1929, cuando en el Salón de los Pasos Perdidos del Palacio Legislativo de Uruguay, en un solemne acto para el que estaban convocadas las figuras más destacadas de la intelectualidad americana; el escritor Juan Zorrilla de San Martín, máximo representante de la poesía romántica del país rioplatense, le entregó personalmente a Juana de Ibarbourou vestida de encaje blanco, un anillo que, en forma simbólica, representaba el casamiento de la poetisa con América.

Juana, que integraba por entonces junto a Alfonsina Storni de Argentina y Gabriela Mistral de Chile (colegas y subrepticias rivales literarias), una tríada femenina de notables escritoras sudamericanas; empezó con esta distinción a ser reconocida como «Juana de América” cuando aún no había cumplido los 40 años. Era la primera vez que se otorgaba este título y nunca se volvió a conceder.

Muchos años más tarde, en mayo de 1974, en una entrevista realizada por Antonio Mercader para la desaparecida revista «Siete Días ilustrados» de Buenos Aires; Juana de Ibarbourou, respondió a la pregunta «—¿Cuál fue la alegría más grande de su vida?», relatando esta simpática anécdota:

«—El día que recibí el título de Juana de América. Estaban Juan Zorrilla de San Martín, Alfonso Reyes y otros grandes de la literatura. ¡Había tanta gente en el Palacio Legislativo! ¿Conoce el episodio de los cuatro soldados? Me los pusieron alrededor mío formando una guardia de honor. Tenía un ramo de violetas en la mano y cuando el acto terminó, los soldados de la guardia me pidieron que les diera algunas flores de recuerdo. Años después, un muchacho golpeó en la puerta de mi casa. Era uno de aquellos soldados. Traía las violetas en una caja, como un tesoro; se iba a casar y quería regalárselas a su novia. Para su regalo de bodas necesitaba una tarjetita de mi puño y letra, que acreditara que aquéllas eran mis violetas. Se la di. Qué recuerdo tan tierno me dejó ese episodio.»

Juana Fernández Morales, nombre con el que fue bautizada, nació el 8 de marzo de 1892 en la entonces pulcra Villa de Melo, en el departamento de Cerro Largo (Uruguay). Su madre Valentina Morales, era descendiente de una antigua familia de origen español afincada en la zona y su padre Vicente Fernández, un inmigrante gallego oriundo de Lugo (España) que, aunque apenas sabía leer, recitando los versos de los poetas de su tierra inculcó en la pequeña hija el amor por la poesía.

Vivió en su ciudad natal hasta los 18 años y fue allí donde comenzó a escribir, en 1908 publicó su primer poema en el periódico local “El deber cívico”, que firmó con el seudónimo Fid. Muy joven, a los veinte años, se casó con un militar de bajo rango, el capitán de Ejército Lucas de Ibarbourou y fruto de este matrimonio tuvo a Julio César, su único hijo. Desavenencias y desencuentros frustraron muchas de las expectativas románticas de Juana; no obstante, eligió el apellido de su marido como seudónimo para firmar sus trabajos y nunca lo abandonó.

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Cuando se mudó a Montevideo, la adaptación al acelerado ritmo de vida de la capital uruguaya le fue muy difícil y todo a su alrededor comenzó a transformarse vertiginosamente. Las publicaciones de sus tres primeras obras alcanzaron un éxito de público y crítica inmediato, logrando gran repercusión internacional al ser traducidas a varias lenguas.

Vendría luego la amistad y el reconocimiento de célebres escritores españoles como Miguel de Unamuno, Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca, Vicente Aleixandre, del chileno Pablo Neruda y del mexicano Alfonso Reyes.

Pero también llegaría, como contrapartida, el padecimiento ante severos cuestionamientos de sus contemporáneos, los intelectuales uruguayos de la llamada Generación del 45 vinculados a la izquierda política (Mario Benedetti y Juan Carlos Onetti entre otros) que, tal vez de manera apresurada, la ignoraron bajo la imputación de ser una poetisa que se dejaba manipular por los gobiernos de turno. Así, los detractores opinaban que su capacidad intelectual estaba sobrevalorada, juzgándola a veces con impiedad y hasta cierta injusticia; considerando algunos prematura la nominación de «Juana de América» para quien, creían, no había alcanzado todavía con sus letras la plenitud ni madurez necesarias para merecer una distinción de esa magnitud. Sus acérrimos defensores, por el contrario, apreciaban en ella la excelencia convencidos de su indudable valía literaria.

En definitiva, Juana de Ibarbourou fue en su vida una mujer bastante incomprendida, tildada de madre distante y poco amorosa en una época en que la sociedad se regía por pautas muy rígidas en cuanto a los roles femeninos; un reproche bastante común en esos tiempos hacia muchas mujeres creativas. Tampoco los tiempos políticos que rodearon su existencia fueron los mejores y eso tiñó su obra de subjetividades inmerecidas

Pero no fue sólo el trabajo literario la causa de su popularidad. Juana poseía una belleza cautivadora y en esa época muchos pensaban que los días de la poetisa se parecían a una novela rosa. Con su hermosura, la posición social de su esposo, su fama como escritora y una familia constituida, nada le impediría alcanzar la felicidad plena. La realidad era distinta y estaba muy lejos del ideal.

Su marido gastaba dinero en lujos y ostentación que para Juana carecían de sentido. Su conflictivo hijo terminó convirtiéndose en un personaje violento, siniestro y jugador compulsivo que la arrastró a la ruina económica a tal extremo que tuvo que vender miles de volúmenes de su biblioteca personal para pagarle las deudas. Se supo después, que esposo e hijo la maltrataban y ejercían violencia doméstica sobre ella habiendo convertido su vida en un calvario. La poetisa se deprimió y al caer sumida en la tristeza, empezó a inyectarse pequeñas dosis de morfina, una droga que en esa época se compraba sin ningún tipo de restricción.

Albert Camus expresó en una de sus famosas citas «He comprendido que hay dos verdades, una de las cuales jamás debe ser dicha.», una reflexión, que bien puede aplicarse a esta historia de vida de Juana de Ibarbourou en la que hubieron muchas situaciones que nunca trascendieron ni fueron conocidas al momento de ocurrir, pero que salieron a la luz mucho tiempo después, cuando tomó estado público una carta manuscrita que databa de 1952 en la que ella reconocía ser adicta a la morfina, además de la existencia de un amor prohibido en el que era correspondida, pero que no tenía futuro.

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La relación había comenzado a fines de la década de 1940, algunos años después de la muerte de su esposo. Juana, con 59 años casi en el crepúsculo de su vida, conoció al exitoso médico argentino, residente en Uruguay como exiliado político, Eduardo de Robertis, 20 años menos que ella casado y con dos hijos.

De Robertis logró rescatar por un tiempo a la gran poetisa de la droga y floreció entre ellos un romance muy intenso que duró casi cinco años. Abundan los testimonios que dan veracidad a esa historia de amor en varios de los libros de poemas editados a partir de 1950: en la poesía «Fusión», Juana escribió: «Amor secreto, gracia esclarecida, palor de luna en la apretada sombra; dulce se hace el labio que te nombra y albea de nuevo la agrisada vida». Y en los poemarios Perdida, Azor, Romances del destino y La pasajera, devela atisbos de ese amor oculto en encendidos versos.

Más allá de la polémica entre críticos y defensores donde todos opinan libremente de acuerdo a sus convicciones y puntos de vista, causa admiración y conmueve al espíritu, percibir la forma en que algunas personas logran crear belleza extrayéndola de los horrores de un drama. Los poemas de Juana de Ibarbourou que han perdurado a través de los años y aún continúan vigentes, son ejemplos elocuentes de ello:

¿Sueño?

¡Beso que ha mordido mi carne y mi boca
con su mordedura que hasta el alma toca!
¡Beso que me sorbe lentamente vida
como una incurable y ardorosa herida!

¡Fuego que me quema sin mostrar la llama
y que a todas horas por más fuego clama!
¿Fue una boca bruja o un labio hechizado
el que con su beso mi alma ha llagado?

¿Fue un sueño o vigilia que hasta mí llegó
el que entre sus labios mi alma estrujó?
Calzaré sandalias de bronce e iré

a donde esté el mago que cura me dé.
¡Secadme esta llaga, vendadme esta herida
que por ella en fuga se me va la vida!

La hora

Tómame ahora que aún es temprano
y que llevo dalias nuevas en la mano.

Tómame ahora que aún es sombría
esta taciturna cabellera mía.

Ahora , que tengo la carne olorosa,
y los ojos limpios y la piel de rosa.

Ahora que calza mi planta ligera
la sandalia viva de la primavera

Ahora que en mis labios repica la risa
como una campana sacudida a prisa.

Después…¡oh, yo sé
que nada de eso más tarde tendré!

Que entonces inútil será tu deseo
como ofrenda puesta sobre un mausoleo.

¡Tómame ahora que aún es temprano
y que tengo rica de nardos la mano!

Hoy, y no más tarde. Antes que anochezca
y se vuelva mustia la corola fresca.

hoy, y no mañana. Oh amante, ¿no ves
que la enredadera crecerá ciprés?

Como la primavera

Como un ala negra tendí mis cabellos
sobre tus rodillas.
Cerrando los ojos su olor aspiraste
diciéndome luego:

-¿Duermes sobre piedras cubiertas de musgos?
¿Con ramas de sauces te atas las trenzas?
¿Tu almohada es de trébol? ¿Las tienes tan negras
porque acaso en ellas exprimiste un zumo
retinto y espeso de moras silvestres?

¡Qué fresca y extraña fragancia te envuelve!
Hueles a arroyuelos, a tierra y a selvas.
¿Qué perfume usas? Y riendo le dije:
-¡Ninguno, ninguno!
Te amo y soy joven, huelo a primavera.

Este olor que sientes es de carne firme,
de mejillas claras y de sangre nueva.
¡Te quiero y soy joven, por eso es que tengo
las mismas fragancias de la primavera!

Lo que soy para ti

Cierva,
que come en tus manos la olorosa hierba.

Can
que sigue tus pasos doquiera que van.

Estrella
para ti doblada de sol y centella.

Fuente
que a tus pies ondula como una serpiente.

Flor
que para ti solo da mieles y olor.

Todo eso yo soy para ti,
mi alma en todas sus formas te di.
Cierva y can, astro y flor,
agua viva que glisa a tus pies,

Mi alma es para ti,
Amor.

Despecho – Ver poema

La higuera – Ver poema

El énfasis y la exaltación de la vida, el erotismo y la belleza, que marcaron la primera etapa de sus trabajos, fueron disminuyendo con el paso del tiempo tornándose su verso más sereno, reflexivo y melancólico.

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De su obra en poesía destacaron: Las lenguas de diamante, Raíz salvaje, La rosa de los vientos, Perdida, Azor, Mensaje del escriba, Elegía y Romances del destino.

Y en prosa cabe mencionar las siguientes: Cántaro fresco, Ejemplario, Estampas de la Biblia, Chico Carlo, Los sueños de Natacha, Canto rodado y La pasajera (poema y prosa).

En 1947 fue elegida miembro de la Academia Nacional de Letras de Uruguay y en 1950 designada para presidir la Sociedad Uruguaya de Escritores. En algunos países sudamericanos, varias generaciones de alumnos adolescentes, aprendieron de sus versos el significado de la palabra poema.

Era una escritora consagrada, conservaba el mismo porte característico que la había diferenciado y la invitaban frecuentemente a participar de eventos literarios en distintas partes del mundo, no obstante en 1976, tres años antes de su muerte, calladamente decidió recluirse para cumplir con un destino final «contemplar el mundo a través de los vidrios de su ventana», como a veces ella misma solía decir.

La noticia de su fallecimiento se conoció en Montevideo el 15 de julio de 1979, pero se cree que la fecha del deceso fue entre los días 12 y 14 de ese mismo mes. Esta incertidumbre en la fecha se debió a que su hijo le había cortado todo contacto y vínculo con el exterior, especulando interesadamente antes de dar esa información.

Fue la primera mujer en su país velada y enterrada con honores de Ministro de Estado, hoy, sus restos descansan eternamente en el panteón familiar del Cementerio del Buceo en Montevideo. Las investigaciones y estudios acerca de su vida realizados últimamente, la han devuelto al sitial que, como referente cultural, siempre mereció por su obra.

Para conocer más:

En distintas versiones de la biografía de Juana de Ibarbourou, se registra el año 1892 como fecha de nacimiento, aunque ella mencionaba a menudo haber nacido en 1895.

Dejó las vivencias de su niñez reflejadas de manera brillante e imaginativa en su libro «Chico Carlo».

La Casa en dónde nació y vivió en Melo, se encuentra restaurada y es, en la actualidad, un museo. Allí están todos los muebles originales que se pudieron rescatar pertenecientes a la poetisa, su piano y el jardín que fue reconstruido del mismo modo que ella lo retrata en sus historias.

La distinción «Juana de América» fue creada para ella, concretando una iniciativa de intelectuales de la época, que provenían de varios países de América.

En las bibliotecas de las universidades estadounidenses de Stanford y Harvard, se encuentran muchas de sus obras y extensos archivos con una completa documentación bibliográfica.

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