Semblanza de Carmen Naranjo

Carmen Naranjo. La metáfora infinita de su poesía

Carmen NaranjoEl estilo cautivador y directo que distinguió a la notable escritora costarricense Carmen Naranjo Coto; también la manera reflexiva, crítica y denunciante de ver las cosas que tenía, aparecen en toda su obra literaria pero fue en la poesía donde esa impronta alcanzó su esplendor.

Transcurría la primera mitad del siglo XX cuando Carmen nació en la ciudad de Cartago (Costa Rica) el 30 de enero de 1928. Fueron sus padres Sebastián Naranjo Prida y Caridad Coto Troyo; y tuvo tres hermanos.

Siendo todavía una niña pequeña, su familia aquejada por una difícil situación económica debió mudarse a la capital del país, San José, donde la vida austera continuó obligadamente.

A la edad de siete años, la futura escritora enfermó gravemente de poliomielitis y debió en consecuencia permanecer largo tiempo sometida a cuidados especiales y recibiendo educación privada en su casa. Estas circunstancias despertaron y favorecieron su afición por los libros.

Al concluir la escuela secundaria, ya había leído obras de William Faulkner, Walt Whitman, Emily Dickinson, Julio Verne y Carson McCullers; también algo de grandes clásicos como Platón y Aristóteles.

Esta avidez por la lectura influyó decisivamente en su vocación literaria.

Más adelante, recibió la licenciatura en Filología otorgada por la Universidad de Costa Rica, cursando posteriormente estudios de post-grado en las Universidades Autónoma de la Ciudad de México y de Iowa, en los Estados Unidos. Completada su formación intelectual, enfocó su vida en otra de sus grandes pasiones, la política. Durante varios años se desempeñó como embajadora de Costa Rica en Israel, ejerciendo simultáneamente y por placer actividades periodísticas. El escaso tiempo que podía sustraer a las obligaciones y funciones diplomáticas lo aprovechaba escribiendo poemas.

Doble mérito para Carmen Naranjo que con innegable talento y esfuerzo logró trascender, superando todos los obstáculos que deben enfrentar, aquellos escritores que se desenvuelven en lugares alejados de los centros privilegiados donde se desarrolla lo más representativo de la literatura universal.

El exquisito lirismo que reflejan sus letras, quedó plasmado en poemas inolvidables:

«Desde donde nace la voz» (I)

Desde donde nace la voz,
la voz plena, sin ortografía ni sintaxis;
la voz plena, sin los etcéteras de la impotencia;
la voz plena, sin los énfasis angustiosos;
la voz plena, desnuda de síes y noes;
la voz plena, que sembramos sobre nuestras camas
cuando somos un solo ser solitario
y no cabría en el universo
nuestra conciencia enorme
de ser vivo y despierto.
Desde esa voz y con esa voz
quiero hablarte para siempre,
simplemente hablarte.
No puedo darle la novedad luminosa
de los telones amanecientes.
No puedo caer en los ríos
para describir en piedra
este taloneo de amargos afanes.
No puedo quedarme en las cosas eternas
porque tengo sangre, tengo pies,
tengo adioses en el pelo
y olvidos en los ojos.
Hay dentro de mí un llamado de caminos.
En cada paso que doy, voy dejando pañuelos mudos.
A mi ausencia en tu ausencia,
¡qué inmenso himno de desconsuelo
empiezo a recordar entre un ayer y un mañana
no vivido!;
pretendo dejar algo de mi voz,
esa voz plena que tú conoces
cuando a orillas de la noche
olvidamos la cadena de hormigas,
las llaves que resbalan en los pavimentos,
las hojas verdes que mueren a diario
en las calles y en los archivos.
Cuando frente a las estrellas
juntos oponemos,
desde distintas ramas,
un desafío de ser brillante.
Cuando sobre las camas,
desfiguradas por el cansancio
en nubes terrosas que peregrinan,
todo lo vemos y lo sentimos
con la agudeza de almas castradas,
intoxicadas de una ternura sin puerta.
Hermano,
desde donde nace la voz plena,
recíbeme con esta dádiva impotente.
Y en la larga mudez de mi ausencia,
recuerda el desvelo de mi lucha con la palabra.

«Desde donde nace la voz» (II)

Contra los párpados cerrados,
¡qué dulces sueños abren su retablo!
Si pájaros fuéramos,
si tuvieran alas nuestras tristezas
y emigraran a la esperanza de una caricia!
Si una vez apenas
fuéramos un sueño:
el sueño manso que anida el grito,
el sueño tímido que el acomodo sacrifica.

En los espejos mirando a lo eterno
hay siempre muertos
muriendo una muerte exigente,
muriendo de sed de volver.
¿Los has mirado?
En los párpados hay siempre sueños,
que despiertan sobresaltados
como el desvelo de gatos aullando en las tejas
una noche negra sin tope de ángeles,
que siguen empolvados en los ojos abiertos,
que pretenden miopía de entraña profunda
para seguir mirando las máquinas sin sueño,
que se abren con hambre y pereza
y aprisionan en cuartos lejanos y oscuros
la voz plena, cautiva en la sangre,
que vuelve a dormir su apetito
de acariciar la punta de los árboles
y de ser papelote con hilos de fiebre tierna
en un cielo que no pregone misterio y angustia.

«Me atreví a archivarte…»

Me atreví a archivarte
y te archivé
en la t de testimonio.
Época de tu época

respondon en silencios
mezquina en altitudes
valle de quehaceres
para develar tiempos
en que mejor
es no hacer nada.

«Y llegaste a tu soledad, sudoroso de engaños»

Y llegaste a tu soledad, sudoroso de engaños,
para dialogar con tu conciencia,
para hablar con Dios,
para pensar y soñarnos
con la imaginación iluminada
por tu casa empozada en el mar.
Hablaste a Dios con voz sincera,
llena de sonoridad
por el peso denso de las cosas reales.
Le hablaste con palabras verticales.
¡Ah cómo te gustaron las palabras!
Las unías en una red de equívocos,
las alzabas contra los tonos cansados,
las hilabas en mentiras de haciendas gitanas.

Hay algo de mi sombra en tu sombra,
hay algo de mi sueño en tu sueño,
hay algo de mi frío en tu invierno.

También la utilización de técnicas de vanguardia en una prosa innovadora destacaron sus características peculiares. Entre las temáticas que abordó se pueden encontrar las referidas a la soledad, la frustración humana, el abandono, la existencia alienante de individuos en una sociedad materialista y rutinaria que conduce inexorablemente a la deshumanización.

Pero escribió procurando incesantemente identificar y rescatar las fuerzas que impulsan a los seres humanos hacia el logro de una vida plena, superando situaciones inmensamente desfavorables. Se convirtió así en un paradigma de la lucha contra el abandono, la intrascendencia y la mediocridad.

Erigió además con fuerza su voz, en defensa y promoción de los derechos de las mujeres costarricenses y fue una eterna transgresora del modelo de mujer que existió y está aún vigente en toda sociedad patriarcal.

Entre los muchos galardones que recibiera en su trayectoria, resalta el Premio Nacional de Cultura Magón en 1986, considerado el más alto honor concedido en Costa Rica en el campo de la cultura. Fue miembro además de la Academia Costarricense de la Lengua desde 1988.

A pocos día de su muerte acaecida el 4 de enero de 2012 en Cartago, la misma ciudad que la viera nacer, su amigo Carlos Morales la definía con estas palabras en un reportaje: «Se me dificulta mucho ver a Carmen Naranjo como una sola personalidad. Prefiero verla como en un laberinto de espejos, muchas veces reflejada en imágenes idénticas, pero diversas. Única, pero multifacética. Coherente, íntegra, pero distinta.»

Entre las obras publicadas que integran su legado, pueden mencionarse:

En poesía: «Canción de la ternura», «Hacia tu isla», «Idioma del invierno», «Mi guerrilla» y «Homenaje a Don Nadie».

En cuento: «Los girasoles perdidos», «Nunca hubo alguna vez», «Hoy es un largo día» y «Pasaporte de palabras».

En novela: «Los perros no ladraron», «Camino al mediodía», «Responso por el niño Juan Manuel» y «Diario de una multitud».

Carmen Naranjo, siempre demostró una irreductible coherencia entre sus pensamientos, palabras y acciones. Se describía a sí misma como escritora irreverente y refiriéndose a su estilo y forma de escribir, en alguna ocasión manifestó: “soy un riesgo editorial, no un éxito editorial”. También sentenció: “Mis palabras son vientos oscuros que arrasan páginas y llantos donde la luz no llega…”

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Semblanza de Benito Pérez Galdós

Benito Pérez Galdós – Creador de un estilo narrativo singular y genial

Benito Pérez Galdós

La privilegiada historia literaria española tuvo en Benito Pérez Galdós, a uno de los más renombrados cultores de la novela realista de fines del siglo XIX y principios del siglo XX en la península ibérica y también uno de los más importantes escritores en esta lengua a nivel universal.

Benito María de los Dolores Pérez Galdós, prestigioso novelista, dramaturgo y cronista nació el 10 de mayo de 1843 en el seno de una familia de clase media de Las Palmas de Gran Canaria (España). Era el décimo hijo del coronel de ejército Sebastián Pérez y de Dolores Galdós, una dama de carácter fuerte, hija de un antiguo secretario de la Inquisición. Su padre le inculcó la pasión por las narraciones históricas contándole asiduamente historias de la Guerra de la Independencia, en la que había participado, circunstancia que desarrolló en el niño tímido y reservado, que amaba la música y la pintura, una imaginación desbordante y el interés por los libros.

Benito Pérez Galdós recibió una estricta educación religiosa; en 1852 ingresó en el Colegio de San Agustín, que aplicaba una pedagogía activa y bastante avanzada para la época, eran los años en que empezaban a difundirse por España las polémicas teorías darwinistas; cursó y obtuvo posteriormente el título de Bachiller en Artes siempre en su terruño para, en 1867, trasladarse a Madrid con la intención de estudiar derecho, carrera que abandonó al poco tiempo de iniciar, para dedicarse plenamente a la labor literaria. Desde muy joven, se identificó con las ideas del liberalismo, doctrina que guió sus primeros pasos en la política y se definió como un progresista anticlerical.
En Madrid entró en contacto con el krausismo de Francisco Giner de los Ríos, que fue su mentor. En esos años juveniles acudía con frecuencia a las tertulias literarias y al Ateneo madrileño.

En 1865 presencia los acontecimientos sucedidos en la llamada “Noche de San Daniel”, cuyos terrible sucesos lo impresionaron vivamente: «Presencié, confundido con la turba estudiantil, el escandaloso motín de la noche de San Daniel —10 de abril del 65—, y en la Puerta del Sol me alcanzaron algunos linternazos de la Guardia Veterana, y en el año siguiente, el 22 de junio, memorable por la sublevación de los sargentos en el cuartel de San Gil, desde la casa de huéspedes, calle del Olivo, en que yo moraba con otros amigos, pude apreciar los tremendos lances de aquella luctuosa jornada. Los cañonazos atronaban el aire… Madrid era un infierno». Solía comentar el gran escritor.

En 1868, un viaje a París, le permitió descubrir a los grandes novelistas franceses de su tiempo. De regreso en Madrid, comenzó a traducir a Charles Dickens además de escribir obras para teatro y trabajar para periódicos y revistas escribiendo artículos y colaboraciones basadas en poesías satíricas, ensayos y algunos cuentos. Continuó así hasta que, en 1870, se decidió a publicar con dinero prestado por un familiar, su primera novela: «La Fontana de oro». (En esa época, la publicación de un libro se hacía gracias a la ayuda de los periódicos y de las revistas o corría a cuenta del autor).

También comenzó a redactar y publicar la que, con los años, se convertiría en su obra cumbre: “Episodios nacionales”, donde cuenta la vida de los españoles del siglo XIX, inmersa en la problemática de los diferentes sucesos históricos que fueron aconteciendo y que marcaron el destino colectivo del país. El éxito inmediato de la primera serie lo indujo a seguir, hasta que finalmente formó la enorme colección completa de novelas enlazadas.

Para conocer bien a España, Benito Pérez Galdósrecorrió su territorio en vagones de ferrocarril de tercera clase, codeándose con gente de condición miserable y hospedándose en posadas y hostales de mala muerte. Acostumbraba levantarse temprano y escribir regularmente hasta las diez de la mañana, a lápiz, porque protestaba que la pluma le hacía perder el tiempo. Después salía a pasear por Madrid a espiar conversaciones ajenas (de ahí la cautivante frescura y variedad de sus diálogos) y para observar detalles que luego incorporaba a sus novelas. A primera tarde leía en español, inglés o francés; prefiriendo los clásicos ingleses, castellanos y griegos, en particular Shakespeare, Dickens, Cervantes, Lope de Vega y Eurípides, cuya obra conocía en detalle. En su madurez empezó a leer a León Tolstoi. Pérez Galdós adoraba la música y durante mucho tiempo también hizo crítica musical.

Fue siempre bien visto por sus coetáneos en el terreno profesional, siendo considerado un gran escritor y un novelista de éxito que participaba en interesantes tertulias frecuentadas por lo más granado de la cultura. Autor de citas y pensamientos de profundo contenido filosófico «La experiencia es una llama que no alumbra sino quemando» escribió alguna vez. Poseía una especial sensibilidad por el lenguaje popular; Pío Baroja decía de él que «sabía hacer hablar» al pueblo. Consciente de esta gran virtud, solía utilizar a menudo el diálogo en sus trabajos.

Prolífico autor de una inmensa obra narrativa: Escribió treinta y dos novelas, cuarenta y seis episodios nacionales, veinticuatro obras de teatro e infinidad de prólogos, artículos, cuentos y críticas literarias.

En ese legado destacan. Novelas: «La Fontana de Oro»; «La sombra»; «Doña Perfecta»; «Gloria»; «La familia de León Roch»; «Marianela»; «Tormento»; «Lo prohibido»; «Fortunata y Jacinta»; «Miau»; «Torquemada en la hoguera»; «Realidad»; «Tristana»: «Misericordia» y «El abuelo».

Episodios nacionales: «Trafalgar»; «La Corte de Carlos IV»; «Bailén»; «La Batalla de los Arapiles»; «Memorias de un cortesano»; «El Terror»; «Los Apostólicos»; «Un faccioso más y algunos frailes menos»; «La estafeta romántica»; «Bodas reales»; «Los duendes de la camarilla»; «La Revolución de Julio»; «La vuelta al mundo en la Numancia»; «Carlos VI en la Rápita»; «España sin Rey»; «España trágica»; «La Primera República» y «De Cartago a Sagunto».

Benito Pérez Galdós – Narrativa breve: «La novela en el tranvía» .

Teatro: «Realidad»; «La loca de la casa»; «La de San Quintín»; «Los condenados»; «Doña Perfecta»; «Electra»; «Casandra»; «Celia en los infiernos»; «El tacaño Salomón»; «Santa Juana de Castilla» y «Antón Caballero»(inacabada).

Los biógrafos e historiadores que analizaron la obra de Benito Pérez Galdós, se han basado sobre todo en el singular estilo narrativo que desplegaba en sus escritos. La primera clasificación completa corresponde a Joaquín Casalduero, que en su libro “Vida y obra de Galdós”, desmenuza el desarrollo interior de la obra galdosiana y la sensibilidad e ideas que regían su creación, señalando en su trayectoria la evolución de lo material hacia lo espiritual y psicológico y hacia los llamados valores humanos universales.» , Casalduero también opinaba que: “Galdós ya no se siente atraído por la cantidad de detalles, sino por la calidad. A medida que penetra más en el mundo espiritualista, siente más fuertemente la necesidad de una forma de expresión que le permita pasar de lo objetivo a lo subjetivo».

Influenciado por Honoré de Balzac, Charles Dickens y Émile Zola; describió con estudiado realismo ambientes y personajes, configurando retratos sociales admirables. Su estilo transparente, académico y castizo buscaba la naturalidad evitando cualquier artificio retórico, a fín de ofrecer, según los postulados estéticos realistas, la interpretación más acertada posible de lo que pretendía expresar. Tenía un dominio imperceptible y fino del humor y la ironía.

Había comenzado cultivando una novela de tesis, en que los personajes aparecían definidos por un patrón que los dividía entre reaccionarios y liberales, se interesó luego por los aspectos más costumbristas y por facetas más espirituales de los personaje intentando describir la burguesía española de su época y así buscar sus orígenes en la historia reciente a través de la novela histórica. También ensayó otras exitosas fórmulas de relato, como la novela dialogada.

El mérito de Benito Pérez Galdós fue el de haber transformado el panorama novelesco español de aquellos tiempos, dando vida al realismo y dotando de una gran expresividad a la narrativa.

En 1892 se dispuso a trabajar en procura de la reforma del teatro. El estreno de «Electra» (1901) constituyó un acontecimiento nacional: al terminar la representación los jóvenes modernistas acompañaron al autor hasta su casa en loor de multitud.

Poesia a un secreto de amor

Cultivó intensamente varios géneros literarios y entre ellos, su vena lírica no podía quedar marginada: dedicó este poema a un amor secreto que permaneció por siempre en el anonimato.

«A mi adorable Amor Secreto»

Mi amor es secreto, misterioso y oculto como las perlas,
que además de estar dentro de una concha,
están en el fondo del mar.

No tengo celos de nadie, porque su corazón es todo mío;
no tengo celos más que de la publicidad.
Odio de muerte a todo el que descubra y propale mi secreto.

Antes me arrancaré la lengua,
que pronunciar su nombre delante de otra persona.
Su nombre, su casa, su familia, todo es misterioso.

Yo me deslizo en la oscuridad, en oscuridad profunda
que no proyecte sombra alguna, y abro mis brazos para recibirla,
y los oscuros cuerpos se confunden en el negro espacio…

La vida privada y sentimental de Benito Pérez Galdós no ha sido muy estudiada, en parte por la discreción con que el mismo autor envolvió y mantuvo en reserva sus asuntos íntimos y de la que hizo gala incluso en sus «Memorias de un desmemoriado», intencionalmente anodinas. El mismo sostenía al respecto que «los escritores deben poner entre su persona y el público una pequeña Muralla China».

De rostro a veces extrañamente inexpresivo, callado, seco, usaba el pelo bien corto y para pasar inadvertido acostumbraba vestirse con tonos sombríos que daban a su figura un inverosímil aspecto de modestia. En invierno acostumbraba enrollarse al cuello una bufanda de lana blanca. No bebía, pero fumaba sin cesar cigarros de hoja y padecía atormentadoras migrañas.

La exagerada timidez que lo caracterizaba le hacía ser más que parco en palabras y siempre le costaba hablar en público. Pero por otra parte, estaba dotado de un proverbial poder de observación y una memoria visual asombrosa que sumada a una retentiva increíble, le permitían recordar capítulos enteros de libros que había leído y detalles insignificantes de paisajes que había visto solamente una vez, décadas atrás, atributos que fueron decisivos para jerarquizar su forma de escribir.

Solterón y monógamo por vocación, cliente frecuente de amores mercenarios y clandestinos. Nunca se casó, pero enamoradizo, poco fiel y muy inconstante en sus sentimientos, estuvo siempre acompañado de mujeres con las que mantuvo peculiares relaciones amorosas.

Poco trascendió de Teodosia Gandarias, como suele suceder en estas historias, más allá de que era una maestra muy culta. En 1907 quedó embarazada y posiblemente dio a luz a un hijo varón que murió. Cuando le comunicó su embarazo a Galdós, éste respondió: “¿será o no será? Estaremos con nuestros corazones a la expectativa. ¡Oh secreto de la naturaleza, oh milagro del tiempo, oh felicidad no por tardía menos soberana!”.

Prosiguiendo después: «Adorada Teo, vaporosa y preciosa: he recibido ayer tu bella carta. A lo que dices añado yo que si no existiera el amor, el mundo sería una sosería insoportable. Por él vivimos, y de las bestias nos diferenciamos por la espiritualidad del amor.»

Un año después continuaba escribiéndole: «Alma mía, todo mi ser es tuyo. Corazón y cerebro te pertenecen. Te quiero con pasión sosegada y segura, con inconmovible asiento».
Teodosia le escribió a Benito 239 cartas entre 1907 y 1915. Las cartas están en el archivo de la Casa-Museo Pérez Galdós.

Todo terminó sin explicaciones. Y ella fue su última historia de amor.

Actualmente también es conocida, una aventura que tuvo el gran escritor con la actriz española Concha Morell.

Las cartas olvidades del amor entre Benito Pérez Galdós y Emilia Pardo Bazán.

No obstante la prudente reserva de los protagonistas, el romance que más trascendió causando impacto y conmoción social, fue la relación de Péres Galdós con la condesa Emilia Pardo Bazán, una noble y aristócrata escritora, crítica literaria y catedrática española.

Él estaba en el apogeo de su carrera de escritor, iniciando su etapa naturalista, y Emilia acababa de publicar su libro «La cuestión palpitante», al mismo tiempo que iniciaba los trámites para una discreta separación conyugal de su marido. Benito y Emila iniciarían una relación amistosa de colegas que con el tiempo desembocó en una intensa y volcánica pasión sentimental y a la luz de las cartas publicadas en 1975 por Carmen Bravo Villasante, de subidos tintes eróticos.

Emilia Pardo Bazán (a quien se le atribuye haber introducido en España las ideas de Émile Zola acerca del naturalismo), era una de sus más sinceras confidentes y colaboradoras. Una mujer que frecuentemente desafiaba con palabras y actitudes, las costrumbres y principios moralistas establecidos por la rígida sociedad imperante en la época.

Benito tenía entonces 46 años y Emilia 38, cuando ella le escribió este apasionado y clarificador párrafo:“…Sí, yo me acuesto contigo y me acostaré siempre, y si es para algo execrable, bien, muy bien, sabe a gloria, y si no, también muy bien, siempre será una felicidad inmensa, que contigo y sólo contigo se pueda saborear, porque tienes la gracia del mundo y me gustas más que ningún libro”.

En otra oportunidad agregó: «Ven, no se me ocurre otra cosa. Ven a tomar posesión de estos aposentos escultóricos. Aquí está una buitra esperando por pájaro bobo, por su mochuelo. Yo no sé cómo es esto del amor; se me figura (sin ánimo de blasfemar) que en algo se parece a la eucaristía: non confractus, non divisus. Hay en mí una vida tal afectiva y física, que puedo decir sin mentir que soy tuya toda: toda, me has reconquistado de muchas maneras y más que nada te querré porque nunca me habías perdido; porque te quise ayer y te querré mañana; y quién sabe si mañana te querré de tal manera que no tengas queja alguna de mí, que ninguna espinita se te clave en el alma y ¿que pasemos juntos los últimos días de la vida amorosa? Ven, anda. Pon la cabecita aquí (ya sabes dónde) y yo te pasaré los labios suavemente por encima de la sien y de las mejillas. ¿Así? Otra vez».

Las cartas de amor de Pérez Galdós a la escritora no se conservaron, pero las de Pardo Bazán han sobrevivido (en parte) al paso del tiempo. Los esfuerzos detectivescos de los escritores Isabel Parreño y Juan Manuel Hernández, posibilitaron localizarlas y publicar el resultado con el título de “Miquiño mío”: Cartas a Galdós»

Estas cartas permiten seguir el proceso de acercamiento y separación entre los dos enamorados. Él era uno de los escritores favoritos de la familia de Emilia, así que las cartas de Galdós eran esperadas con interés en casa de la condesa. A medida que aumentaba la intimidad entre ambos, el escritor empezó a escribir dos cartas. Una era la que podían leer los familiares de Emilia Pardo Bazán y otra, secreta, la que sólo ella debía leer. El Sr. Don Benito Pérez Galdós de las cartas del principio acabó convirtiéndose en «Miquiño mío», «Miquiño del alma», “dulce vidiña”, “ratonciño del alma”, “amado roedor mío” y otros vocativos que Emilia utiliza para dirigirse a su amante en la correspondencia de respuesta, firmada con los apelativos de Porcia y Matilde, que empleaba para esos propósitos.

Estas cartas, fueron la muestra de la pasión irrefrenable que dominaba a la notable escritora y que a veces la llevaron a agredir los principios de la gramática, dedicando párrafos como este: “En cuantique te vea te como”.

A mediados de la década de 1890 la intimidad acabó, aunque el contacto epistolar continuó esporádicamente.

En 1886, a petición del presidente del partido liberal, Benito Pérez Galdós fue nombrado diputado por Puerto Rico, (un lugar que nunca conoció) desempeñando el cargo hasta 1890, a pesar de su poca predisposición para la actvidad pública. También fue éste el momento en que rompió definitivamente su relación secreta con Emilia Pardo Bazán, e inició una vida en común en Santander con Lorenza Cobián, una mujer analfabeta de condición humilde, que intelectual y culturalmente estaba muy lejos de Doña Emilia. Con Lorenza, tuvo una hija, lo que fue considerado una transgresión escandalosa y muy criticada por los referentes sociales de la época. Finalmente esta joven terminaría con su vida suicidándose.

Los años finales de Benito Pérez Galdós 

Un laudo arbitral de 1897 independizó a Galdós de su primer editor, Miguel Honorio de la Cámara y dividió todo en dos partes, originándole un enorme perjuicio económico y deudas que debió afrontar con mucho sacrificio.
Después de haber sido rechazada su candidatura unos años antes, logra ingresar como miembro de la Real Academia Española en 1897. En 1912, el novelista canario era uno de los más firmes candidatos a ser reconocido con el Premio Nobel de Literatura, pero una durísima campaña de críticas opositoras generada por sus enemigos políticos, lo privó de ese reconocimiento disuadiendo a la Academia Sueca del propósito de galardonarlo.

Durante los últimos años de su vida, abandonó la escena política en la que había participado como diputado elegido por la coalición republicano-socialista, en la convocatoria electoral de 1907, como también dejó de lado sus incursiones literarias, aquejado de arteriosclerosis y por una ceguera progresiva severa.

El 20 de enero de 1919, se descubrió en el Parque del Retiro de Madrid una escultura erigida por suscripción pública. A causa de su ceguera, Pérez Galdós pidió ser alzado para palpar la escultura, al hacerlo lloró emocionado al comprobar la fidelidad de la obra que un joven y casi novel Victorio Macho, había esculpido sin cobrar por su trabajo. Espontáneamente fue ovacionado por todos los participantes del acto.

Un año más tarde, en la madrugada del 4 de enero de 1920, Benito Pérez Galdós cronista de España por designación del pueblo soberano, murió en su casa de la calle Hilarión Eslava de Madrid. En su entierro, una multitud acompañó su ataúd hasta el cementerio de la Almudena.
El lunes 5 de enero, después del paso de la gente por la capilla ardiente, partió el cortejo fúnebre con la Guardia Municipal, de gala, rodeando el féretro cubierto por incontables coronas de flores. Aunque en esa época no era costumbre que las mujeres acudieran a los entierros, todo cambió en aquella oportunidad iniciando, la excepción la actriz Catalina Bárcena, y en cuanto el duelo oficial se retiró, a la altura de la Puerta de Alcalá, progresivamente fueron acudiendo las otras mujeres de Madrid: las obreras, las humildes artesanas, las menestralas, las madres de familia de las clases populares.

Era un día triste, había muerto un personaje ilustre y eximio escritor; el abuelo que contaba historias sencillas, conmovedoras que ellas podían entender y sentir, el escritor que las había inmortalizado con muy diversos nombres, sentimientos y emociones, emprendía aquella fría tarde del invierno español, su último viaje a la eternidad.

Para conocer más:

Puerto Rico fue un territorio de ultramar, perteneciente a la corona española desde la llegada de Cristóbal Colón en 1493 hasta la promulgación de la Carta Autonómica de Puerto Rico en 1897, siendo provincia española de 1897 hasta la guerra hispano-estadounidense de 1898.
Cuatro siglos de administración española dieron lugar a una cultura hispanoamericana, siendo la lengua española y el catolicismo sus elementos más distinguibles.

En oportunidad de celebrase una las conferencia de Leopoldo Alas, a la que Galdós asistió, conoció y trabó amistad con este famoso crítico y novelista asturiano conocido popularmente con el seudónimo de «Clarín».

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Semblanza de Alfred Nobel

Alfred Nobel: La vida poco conocida y llena de controversias de un adalid de la paz

Alfred NobelEn el año 1867 Alfred Nobel logró, gracias a sus investigaciones y experimentos, reducir la volatilidad de la nitroglicerina que había descubierto el químico italiano Ascanio Sobrero (1812-1888), haciendo una mezcla con un material poroso absorbente (la tierra de diatomeas). El resultado obtenido, fue un polvo que podía ser percutido e incluso quemado al aire libre sin que explotara; se necesitaban detonadores eléctricos o químicos para producir una explosión de esta mezcla. Había nacido la dinamita y consecuentemente la vida de su inventor daría un vuelco fundamental.

Un lustro después este notable inventor, a los 40 años de edad, ya había establecido los cimientos sólidos de un imperio industrial mundial; sus empresas progresaban a ritmo febril y su fortuna personal se acrecentaba constantemente. Alfred Nobel, siendo multimillonario y a pesar de haber concretado sus descubrimientos científicos más importantes, continuaba investigando y registrando patentes de inventos.

Alfred Bernhard Nobel se caracterizaba sin duda, por ser un hombre de gran versatilidad. Hablaba cinco idiomas con absoluta fluidez: sueco, ruso, inglés, francés y alemán y gozaba de enorme prestigio social. Inventor destacado, empresario cosmopolita, un verdadero visionario de la industria y su propio administrador. Él mismo gestionaba los derechos de patentes, concertaba tratos de negocios en distintas países del mundo, desarrollaba nuevos productos, fundaba nuevas compañías. En un tiempo en que aún no se conocían las innovaciones tecnológicas actuales, como el celular, el teléfono, el fax, las computadoras, internet, las redes sociales; sus logros de gestión exitosa, careciendo de estos recursos, fueron admirables. Además, debía viajar en tren o barco, con las demoras y pérdidas de tiempo que eso implicaba, ya que esto aconteció mucho antes de la invención del avión. Fue sin pretenderlo, el primer empresario globalizado de la moderna era industrial.

Alfred Nobel llevaba una vida frenética y estresante, enfrentando los problemas que se originaban en sus fábricas por explosiones accidentales a causa de los materiales explosivos que se utilizaban o por cuestiones legales causados por algunos socios y financistas poco honestos. Por otra parte su estado de salud no era bueno y frecuentemente claudicaba sintiéndose mal o enfermándose. Pero nada de eso lo inmovilizó ni lo detuvo, con perseverancia, voluntad y disciplina continuó avanzando hasta lograr sus propósitos.

Por esa época, la evidencia de los estragos bélicos que causaron sus inventos armamentísticos, terminó asociando indefectiblemente su nombre al poder destructivo de sus invenciones, a pesar de que en un principio la dinamita, que estaba destinada a usos en la minería, la ingeniería y la construcciónes, fue considerada como un hallazgo humanitario que reduciría el riesgo de accidentes.

Profundamente convencido de sus ideas progresistas, pacifista acérrimo y admirado, fue un viajero incansable y ciudadano del mundo. Alfred Nobel vivió en Suecia, Rusia, Alemania, Francia e Italia, sin embargo, mostró incoherencias inexplicables entre su pensamiento y su forma de actuar, por las que fue vilipendiado por sus detractores que le recriminaban haber amasado una cuantiosa fortuna mediante negocios inescrupulosos e incompatibles con los principios que decía sostener: registró 356 patentes, muchas de ellas de elementos letales que serían utilizados para fines militares, creó numerosas compañías para explotar sus ingeniosos inventos (como Dynamit Nobel), invirtió en pozos de petróleo en el Cáucaso, se dedicó como químico al desarrollo de herramientas tan mortíferas como la citada dinamita, la gelignita (1875) o la balistita o pólvora sin humo (1887), y no sólo eso: durante un tiempo fue propietario de la más famosa empresa de armas sueca, Bofors, a la que orientó hacia la fabricación a gran escala de cañones.

También su personalidad presentaba facetas contradictorias y difíciles de comprender. En conversaciones coloquiales y en su correspondencia particular, Alfred Nobel podía ser sarcástico y ofensivo. Solía tratar el Parlamento Británico de «casa de arrogantes»; sobre sus médicos manifestaba que «son deplorables los de su profesión»; sobre periodistas decía ser «microbios bípedos peores que pulgas».

Varias veces fue consultado para asumir cargos de responsabilidad en el ámbito internacional, cosa que siempre rechazó por falta de interés. La siguiente observación registrada en su diario lo demuestra: «El pedido para ocupar cualquier puesto en esa colección multicolor de 1.400 millones (Nobel se refiere a la población mundial de su época) de monos bípedos sin cola que andan en nuestro nuestro proyectil terrestre», una opinión a todas luces objetable.

Como contrapartida, su benevolencia era generosa y sorprendente. Recibía muchas cartas en las que le pedían dinero y rara vez se negaba a conceder lo solicitado cuando se trataba de personas o instituciones necesitadas. Se negaba a donar, cuando le pedían para erigir un monumento en homenaje a alguien: «Prefiero dar a los vivos», solía decir.
Alfred Nobel, por prescripción médica estaba obligado a obedecer una dieta estricta, razón por la cual siempre llevaba a su cocinera cuando viajaba. Cierto día, esta cocinera resolvió casarse y Nobel le pidió que eligiera lo que quería como regalo de bodas. Ella respondió que deseaba un regalo con el «valor del beneficio de un día de trabajo de Monsieur Nobel». El inventor no titubeó y le firmó un cheque de 40 mil francos.

Pintura de Alfred NobelA mediados del siglo pasado historiadores y biógrafos coincidieron en que, todo lo que se sabía acerca de la intimidad de este misterioso inventor, no se correspondía con el personaje verdadero y real que era investigador, descubridor, empresario, financista, filántropo y pacifista, todo al mismo tiempo. Para la gente común era un gran desconocido y la mayoría sólo tenía referencias de él, por los premios que llevan su nombre, pero pocos sabían quién era realmente este extraño e inusual hombre de ciencia. No difiere mucho en la actualidad esta apreciación.

Genial inventor, en su vida privada Nobel era un individuo taciturno, solitario empedernido y ambiguo, sin amigos auténticos. Vivía para el trabajo y para el mantenimiento de su patrimonio. Nunca se casó ni tuvo hijos y solamente se tienen noticias acerca de dos experiencias amorosas frustradas que lo decepcionaron. Su existencia quedó encerrada entre dos extremos que lo afligían: ser inventor y fabricante de artefactos de guerra y un pacifista a ultranza por convicciones. A través de la literatura buscó internamente una isla apartada, para alcanzar un poco de sosiego.

En 1876 Alfred Nobel, que buscaba una secretaria para su oficina en París, contrató a Bertha Kinsky. Una mujer austríaca de 35 años, muy conocida, descendiente de la alta nobleza de Bohemia; escritora políglota, periodista, ensayista y una activa militante en movimientos pacifistas. Nobel se sintió atraído por ella imaginando que sería la candidata ideal para esposa. Ella lo rechazó alegando estar comprometida.

Bertha sólo permaneció en el empleo 15 días y renunció regresando a Viena, para casarse con Arthur von Suttner, miembro de la nobleza austro-húngara. No obstante Alfred y Bertha von Suttner permanecieron en contacto y más adelante mantuvieron una relación platónica que duró hasta su muerte.

En sus relatos la condesa austríaca recordaba que desde que conoció a Alfred, éste siempre le había expresado su interés en producir una máquina o un material, con un efecto tan devastador, que la guerra, desde el momento en que fuera utilizado su invento sería algo imposible de seguir haciendo. «Quizás mis fábricas pondrán un fin a la guerra antes que tus congresos. El día en que dos ejércitos se aniquilen mutuamente en un segundo, todas las naciones civilizadas van a retorcerse del terror y desmantelar sus tropas». solía comentarle el célebre inventor.

Nobel no vivió lo suficiente para ser testigo del Apocalipsis y los terribles dramas desencadenados por las dos guerras mundiales y para darse cuenta de lo equivocado que estaba. Tal vez esta mirada tan subjetiva del problema de las guerras, sólo era una manera cómoda de defender sus actividades empresariales.

Biografía de Alfred Nobel – Reseña

Alfred Nobel, nació el 21 de octubre de 1833 en Estocolmo, capital de Suecia. Su familia descendía de Olof Rudbeck (Alfred era su chozno por rama paterna), reconocido científico y escritor sueco del siglo XVII. Su abuelo Immanuel Nobelius modificó el apellido simplificándolo a Nobel.

Su padre, Immanuel Nobel, un ingeniero e inventor, constructor de puentes y edificios en Estocolmo, así como experimentador de distintas técnicas explosivas con rocas, formalizó matrimonio con Andriette Ahlsell, burguesa de buena posición económica. Alfred y sus tres hermanos Robert, Ludvig Immanuel y Emil completaban la familia.

Dado que su padre, el mismo año en que nació Alfred, comenzó a tener problemas financieros en sus negocios que lo llevarían a la bancarrota, en 1837 el grupo familiar se vio obligado a emigrar a Finlandia y posteriormente a Rusia, para intentar rehacer su empresa. Para ayudar a la familia la madre, Andriette, abrió un almacén que generaba algunos modestos ingresos adicionales.

Alfred había ingresado a una escuela de Estocolmo a los 8 años de edad, pero solamente permaneció en ella tres meses. A partir de la mudanza de la familia a San Petersburgo y abrir el padre una empresa dedicada a la construcción mecánica, los cuatro hermanos Nobel, sólo tuvieron profesores particulares de excelencia que su padre podía pagar y que les dieron una esmerada educación. Su profesor de Matemáticas y Química Orgánica fue el renombrado profesor ruso Nikolai Nikolajewitsch Sinin, que había estudiado en Alemania con el famoso profesor Justus von Liebig. El profesor sueco Lars Santesson le impartió clases de Historia y lenguas. En 1850, el futuro inventor, viajó a París y Estados Unidos para perfeccionar sus conocimientos tecnológicos.

Paradójicamente Alfred Nobel, uno de los mayores descubridores de todos los tiempos, nunca rindió un examen, nunca ingresó en una universidad y nunca obtuvo un diploma. Fue un insaciable autodidacta que poseía una enorme aptitud para el aprendizaje. Sus conocimientos en el campo de la Literatura eran tan profundos como sus conocimientos en el campo de la Química y la Física.

Era un ávido lector de libros de ficción y desde niño demostró gran interés por la literatura inglesa que lo fascinaba, especialmente los poetas Lord Byron y Percy Bysshe Shelley. Esto provocó el disgusto de su padre, que quería ver a sus hijos estudiando ingeniería y trabajando con él en su empresa. Correspondencias de esta época describen a Alfred como un joven precoz, muy inteligente, pero a la vez melancólico y algo introvertido que prefería la soledad.

De hecho, en esa época adoptó una actitud hacia la vida imitando a Shelley: con un idealismo extravagante, un amor extremo por la humanidad, una postura pacifista absoluta y un ateísmo que rozaba el fanatismo fundamentalista. A los 18 años, durante su primera estadía en París, escribió un poema autobiográfico después de haber experimentado una desilusión amorosa. El poema que describe su vida adolescente, se titulaba «Dices que soy un acertijo» y habla de una chica «buena y hermosa, que me vio a mí, nada más que a mí, por amor. Pero tenía mayores demandas». Los versos escritos en un excelente inglés terminan haciendo referencia a su triste soledad en la vida.

Por causas desconocidas, Alfred destruyó la mayoría de sus poemas juveniles, aún así, en las poesías y obras literarias que escribió en sus últimos años se pueden encontrar muchas referencias a sus años de juventud. Por ejemplo, en su poema «Pensamientos Nocturnos», escrito aproximadamente en 1875, expresa su forma de pensar acerca de los enigmas de la vida, sobre Dios y la eternidad. En este poema también le dedica un espacio al físico y matemático inglés Sir Isaac Newton y a las ciencias naturales.

Se interesó también desde muy joven por la filosofía, Platón y Aristóteles fueron sus predilectos continuando con otras corrientes filosóficas en tiempos futuros. Mientras aún vivía en San Petersburgo, practicaba su francés, y entre los ejercicios que realizaba, traducía las obras de Voltaire del francés al sueco y luego de nuevo al francés, tras lo cual comparaba la última traducción con la versión original en francés. Tenía por costumbre memorizar diccionarios completos página por página.

En 1890 Nobel, por entonces de 57 años, se sentía extenuado. El recuerdo de su hermano menor Emil, fallecido en la trágica explosión que destruyó gran parte de la primera fábrica de su padre. Las muertes de su socio en París y de su su hermano Ludwig en Cannes. La campaña de la prensa francesa que lo acusaba de espionaje, fueron circunstancias que lo perturbaron y no pudo soportar. Optó en ese momento por vender su casa en París trasladando su residencia a San Remo en Italia. Por estos días escribió en sus memorias: «El comercio con explosivos me dejó enfermo. Constantemente oigo sobre accidentes, medidas restrictivas, burocracia, pedantería, vigas y otras maldades. Que no me es posible superar las incomodidades que me afligen diariamente. Quiero salir de esta vida de negocios, no hay motivo para que yo permanezca haciendo lo que ya no siento. No entiendo absolutamente nada de negocios y, para hablar la verdad, hasta los odio; no soporto más la lectura de asuntos comerciales de los que yo no entiendo más que el hombre de la luna …»
Este desahogo auténtico y sincero nos revela mucho acerca del carácter y las aflicciones de ese hombre solitario, que detestaba títulos y homenajes y que prefirió siempre mantener el anonimato en sus acciones.

Los Premios Nobel – Mentor, ideólogo y mecenas. – Ver nota relacionada – 

En sus últimos años Alfred Nobel, que conservaba aún el espíritu filosófico y humanista que profesara en su adolescencia, tomó una decisión trascendental y profundamente meditada. Resolvió donar casi la totalidad de la fortuna acumulada a lo largo de su vida (unos 33 millones de coronas, de los que apenas legó 100.000 a su familia), a una sociedad filantrópica –La Fundación Nobel–, creada en definitiva en el año 1900, con la misión de otorgar una serie de premios anuales a las personas que más hubieran hecho en beneficio de la Humanidad en las disciplinas de la física, la química, la medicina o fisiología y la literatura, (y a partir del año 1969 también se agregó la economía que entrega el Banco Central de Suecia). Y también premiar anualmente a los mejores exponentes de esfuerzos por promover la búsqueda de la paz mundial. El testamento fue firmado el 27 de noviembre de 1895 en el Club Sueco-Noruego de París.

Arrepentimiento, sentimientos y complejos de culpa por el daño y destrucción que sus inventos pudieran haber causado a la humanidad en los campos de batalla. ¿Una conciencia atormentada?. Su muerte sepultó en un secreto eterno, el motivo que pudo haber impulsado ese gran gesto del final de su vida y por el que ha quedado históricamente «redimido»: creador de los premios a la cultura, al conocimiento y humanismo de mayor prestigio a nivel universal y que llevan su nombre.

Un accidente cerebro vascular le causó la muerte a la edad de 63 años, cuando se encontraba descansando en su hogar de San Remo, el día 10 de diciembre de 1896. Pasados cuatro días la prensa divulgó el texto de su testamento. Se originó entonces una complicada situación legal, que dio inicio a una fuerte disputa jurídica internacional con la participación de varios países y que duró cinco años. También su familia se oponía a la creación de los Premios Nobel y los administradores nombrados por Alfred Nobel en su testamento para gestionar dichos premios, se negaban a cumplir su deseo.

Estas fueron las razones por las cuales la premiación sólo pudo iniciarse en 1901, año en el que se entregaron por primera vez las distinciones.

Alfred Nobel se veía a sí mismo con cierto escepticismo filosófico. Muchas veces se describía como un ermitaño solitario y melancólico o incluso un misántropo (persona que siente aversión a relacionarse con otras personas). Una vez escribió: «Soy un misántropo y a la vez totalmente bondadoso, tengo más de un tornillo suelto, pero a la vez soy alguien súper idealista que puede digerir con más eficiencia a la filosofía que a la comida».

En una de sus citas preferidas escribió: «La esperanza es el velo que usa la naturaleza para ocultar la verdad».

Para conocer más:

Alfred Nobel patentó el producto que había inventado con el nombre de dinamita, el 14 de octubre de 1863. En 1867 obtuvo la patente en Gran Bretaña y un año más tarde en los Estados Unidos.

En 1877 Nobel desarrolló otro producto que denominó «ballistid», un explosivo a base de pólvora, con menos humo, que sustituyó a la pólvora negra y que revolucionó la técnica de las armas de fuego, desde la más simple pistola hasta poderosos cañones.

Con 356 patentes registradas, Nobel se encuentra oficialmente en la lista de los mayores descubridores de la Humanidad.

Los primeros logros de Alfred Nobel encenderían algunos sentimientos de disgusto en su padre, ya que al tomar conocimiento de los experimentos de su hijo, lo acusó de haberle robado su descubrimiento. No obstante, es necesario aclarar que mientras Alfred era un químico científicamente entrenado, su padre era más bien un aficionado en la materia. Alfred no tardó en imponer su posición a través de una carta que le envió a Estocolmo, tras la cual, su padre admitió que se había equivocado.
A continuación, se muestra un extracto de la carta referida:

«Querido padre: …Cuando me escribiste por primera vez a Petersburgo, me diste a entender que el nuevo tipo de pólvora explosiva (pólvora clorotada) era un descubrimiento ya bien probado y con un poder explosivo veinte veces superior al de la pólvora ordinaria. Luego, cuando me llamaste y fui hasta Suecia, descubrí que tus declaraciones estaban basadas en un experimento inconcluso realizado con un tubo de plomo. El resultado fue un fiasco total….Mientras tanto, de acuerdo a un buen consejo de Ludvig, decidí no desacreditar ni a mi persona ni a ninguno de nosotros, recomendando pólvora de ácido clórico, y comencé a trabajar por mi cuenta con piroglicerina en Petersburgo. De hecho, logré producir resultados extraordinarios con experimentos de pequeña escala bajo el agua….He llegado a la conclusión de algo que ya sospechaba, y que es completamente diferente al principio que subyace en tu uso de la pólvora de glicerina. Mi conclusión es que si se utiliza una pequeña cantidad de piroglicerina y se la hace explotar rápidamente, el shock y el calor generados van a propagar la explosión a toda la masa (que lo contiene)».

Gracias a la forma sencilla y directa en que Alfred Nobel aclaró la situación, luego de un tiempo, su relación con su padre se recompuso.

Bertha Kinsky, baronesa de von Suttner, fue la segunda mujer galardonada con el Nobel después de la científica polaco-francesa Marie Curie. Pero fue la primera mujer en recibir el Premio Nobel de la Paz en 1905. Además de activista era una escritora consagrada y su novela «¡Abajo las armas!», se convirtió en un clásico y obra cumbre del movimiento pacifista internacional.

Testamento de Alfred Nobel (completo)

Yo, el firmante, Alfred Bernhard Nobel, por la presente, luego de deliberación madura, declaro que el siguiente será mi último deseo y testamento con respecto a cada propiedad que pudiera ser dejada por mí al momento de mi muerte:

A mis sobrinos, Hjalmar y Ludvig Nobel, los hijos de mi hermano Robert Nobel, les dejo la suma de Doscientas mil Koronas a cada uno;

A mi sobrino Emanuel Nobel, la suma de Trescientas Mil, y a mi sobrina Mina Nobel, Cien mil Koronas;

A las hijas de mi hermano Robert Nobel, Ingeborg y Tyra, la suma de Cien Mil Koronas a cada una;

La Señorita Olga Boettger, actualmente residiendo con la Señora Brand, en la calle St Florentin 10, de París, va a recibir Cien Mil Francos;

La Señorita Sofie Kapy von Kapivar, cuya dirección es conocida por el Banco Angloaustríaco en Viena, es por la presente titular de una anualidad de 6000 Florines, que serán pagados a ella por dicho banco, y para este fin he depositado en este banco el monto de 150.000 Florines en Bonos del Estado Húngaro.

El Señor Alarik Liedbeck, en la actualidad residiendo en la calle Sturegatan 26, Estocolmo, recibirá Cien Mil Koronas.

La Señorita Elise Antun, actualmente residiendo en la calle de Lubeck 32, París, es la titular de una anualidad de Dos Mil Quinientos Francos. Además, Cuarenta y Ocho Mil Francos de su propiedad actualmente se encuentran en mi custodia y le deberán ser devueltos;

El Señor Alfred Hammond de Waterford, Texas, Estados Unidos de América, recibirá Diez Mil Dólares;

Las Señoritas Emy y Marie Winkelmann, residentes de la calle Potsdamestrasse 51, Berlin, recibirán Cincuenta Mil Marcos cada una;

La Señorita Gaucher, residente en el Boulevard du Viaduc 2 bis, Nimes, Francia, recibirá Cien Mil Francos;

Mis sirvientes, Auguste Oswald y su espoca Alphonse Tournand, empleados en mi laboratorio en San Remo, recibirán una anualidad de Mil Francos;

Mi anterior sirviente, Joseph Girardot, residente en la calle Place St. Laurent 5, Châlons sur Saône, es titular de una anualidad de Quinientos Francos, y mi anterior jardinero, Jean Lecof, actualmente con la Señorita Desoutter, recibirá una anualidad de Trescientos Francos;

El Señor Georges Fehrenbach, residente de la calle Compiègne 2, Paris, es titular de una pensión anual de Cinco Mil Francos desde el 1 de enero de 1896 hasta el 1 de enero de 1899, cuando dicha pensión será descontinuada;

Una suma de Veinte Mil Koronas, que están bajo mi custodia, son de propiedad de los hijos de mi hermano, Hjalmar, Ludvig, Ingeborg y Tyra, y les serán retribuidas.

El resto de mi fortuna será gestionada de la siguiente manera: el capital, invertido en títulos financieros por mis ejecutores, constituirá un fondo económico, cuyos intereses serán distribuidos anualmente en la forma de premios a aquéllos quienes durante el año anterior hayan otorgado el mayor beneficio a la humanidad. Los intereses mencionados serán divididos en cinco partes iguales, que serán distribuidos de la siguiente manera: una parte a la persona que habrá realizado el descubrimiento o invento más importante en el campo de la física; una parte a la persona que habrá hecho el descubrimiento o mejora más importante en química; una parte a la persona que habrá realizado el descubrimiento más importante dentro del dominio de la fisiología o medicina; una parte a la persona que habrá escrito la obra más sobresaliente en el campo de la literatura en una dirección ideal; y una parte a la persona que habrá realizado la mayor cantidad o mejor obra por la fraternidad entre naciones, por la abolición o reducción de ejércitos y por la organización y promoción de congresos de paz.

Los premios de física y química serán entregados por la Academia Sueca de Ciencias; aquel de trabajos en fisiología o medicina por el Instituto Karolinska en Estocolmo; aquel de literatura por la Academia en Estocolmo, y aquel para campeones de la paz, por un comité de cinco personas elegidas por el Parlamento Noruego. Es mi expreso deseo que al entregarse los premios no se tendrá en cuenta la nacionalidad de los candidatos, serán los que más lo merezcan aquellos que recibirán el premio, sean de origen escandinavo o no.

Como ejecutores de mis disposiciones testamentarias, por la presente designo al Señor Ragnar Sohlman, residente en Bofors, Värmland; y al Señor Rudolf Lilljequist, residente en la calle Malmskillnadsgatan 31, Estocolmo, y en Bengtsfors cerca de Uddevalla. Para compensar sus molestias y atención, le entrego al Señor Ragnar Sohlman, quien posiblemente tendrá que dedicar mucho tiempo a este asunto, Cien Mil Koronas; y al Señor Rudolf Lilljequist, Cincuenta Mil Koronas;

Actualmente, mis bienes consisten en parte de propiedades en París y San Remo, y en parte en títulos financieros depositados de la siguiente manera: en el Union Bank of Scotland Ltd en Glasgow y Londres, Le Crédit Lyonnais, Comptoir National d’Escompte, y con Alphen Messin & Co. en París; con el corredor de bolsa M.V. Peter del Banque Transatlantique, también en Paris; con la Dirección del Disconto Gesellschaft y Joseph Goldschmidt & Cie, Berlin; en el Banco Central de Rusia, y con el Señor Emanuel Nobel en Petersburgo; en Skandinaviska Kredit Aktiebolaget en Gotemburgo y Estocolmo, y mi caja fuerte ubicada en la Avenida Malakoff 59, Paris; además hay cuentas por cobrar, patentes, honorarios de patentes o regalías, etc. sobre lo cual mis Ejecutores recibirán información completa en mis anotaciones y libros.

Este Deseo y Testamento es a partir de ahora el único con validez, y revoca todas mis disposiciones testamentarias previas en caso de que exista alguna luego de mi muerte.

Finalmente, es mi expreso deseo de que luego de mi muerte mis venas sean abiertas, y cuando esto haya sido realizado y Doctores competentes hayan confirmado claros signos de fallecimiento, mis restos serán cremados en un crematorio.

París 27 de noviembre de 1895

Alfred Bernhard Nobel

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Antonio Requeni – Último poema a un amor perdido

Antonio Requeni – Palabras de adiós que nacen del alma

Antonio RequeniLa creación de un poema con frecuencia es azarosa. A veces los versos nacen de recuerdos o experiencias que de repente surgen en la mente del poeta; otras veces, de vagas sensaciones que resuenan insistentes, como melodiosas rimas, en la fértil imaginación creativa del autor hasta que encuentran en palabras la forma de convertirse en realidad.

«Todo texto literario está hecho de íntimos fracasos y delicadas victorias», expresaba reiteradamente en sus pensamientos el inspirado Jorge Luis Borges.

Por su parte Rainer Rilke, uno de los poetas más importantes en lengua alemana y de la literatura universal, solía decir que «el primer verso siempre lo dictan los ángeles». Pero ese primer verso necesita además un motivo de inspiración y en el universo deslumbrante de la poesía, los temas preferidos son recurrentes: el tiempo, que resultará indefectiblemente efímero y fugaz, la soledad que muchas veces duele, el silencio y la distancia, las pasiones desbordadas, la amistad y así la lista podría extenderse largamente. También existen dos temas, a los que casi todos los poetas se han aproximado buscando desentrañar los gozos, los misterios y las melancolías de la aventura de vivir que misteriosamente nos guía; ellos son: la magia del primer amor y el final frustrado de ese sentimiento tan caro a nuestra condición humana.

Compartimos un bellísimo poema de Antonio Requeni, describiendo con cierto descreimiento, resignación y transparencia expresiva, toda la nostalgia de un gran amor perdido.

Último poema – Antonio Requeni

Quise amarte y te amé. Junto a mi voz te quise
para nombrar contigo la defunción del sueño.
Tú eras verdad. Estabas. Y un sutil poderío
me arrastraba a tus formas de alabastro magnético.

Tus ojos navegables, tus cabellos de lluvia,
tus pechos que rotaron impunemente míos;
todo lo que tus labios, sin hablar, descifraban:
la identidad del goce, la embriaguez del olvido.

Pero también, y acaso talismán más seguro,
los gestos, las llamadas, los minúsculos hábitos;
el hombro en que se acoge la fatiga del día,
las manos que se juntan en un parque con pájaros.

Así te amé y me amaste; lo sé, fuimos felices
como escolares que huyen en tranvías celestes.
Y las noches nos vieron entrelazados, puros,
nupciales, orgullosos, rendidos, inocentes.

Todo ha pasado. Todo. Ya nunca estaremos juntos.
Una rosa marchita son tu nombre y mi nombre.
Sin embargo te amé como un niño, lo juro;
igual que el niño que ama su juguete y lo rompe.

Antonio Requeni, es un poeta y periodista argentino nacido en la ciudad de Buenos Aires el 8 de septiembre de 1930. Pasó los primeros años de su infancia en Valencia, España, para posteriormente retornar a la capital argentina, donde cursaría sus estudios.

En su dilatada trayectoria colaboró en importantes diarios y revistas del país y del exterior, fue corresponsal cultural para la cadena latinoamericana de radio «La Voz de las Américas», de los Estados Unidos; además, realizó numerosos viajes en los que entrevistó a destacadas personalidades internacionales de la literatura y el arte. Desde 1998 es Miembro de número de la Academia Argentina de Letras y correspondiente, de la Real Academia Española.

En su obra poética destacada figuran «Luz de sueño» (1951), «Camino de canciones» (1953), «El alba en las manos» (1954), «La soledad y el canto» (1956), «Umbral del horizonte» (1960), «Manifestación de bienes» (1965), «Inventario» (1974), «Línea de sombra» (1986), «Poemas» (1951-1992), «Antología poética» (edición del Fondo Nacional de las Artes -1996), «El vaso de agua» (1997) y «Antonio Requeni, antología de su obra poética» (1977).

No podrían faltar en esta nómina otras de sus obras; su crónica de viaje publicada en 1960 con el título de «Los viajes y los días» y su cuento para niños «El pirata Malapata» editado en 1974.

Antonio Requeni, al escribir el prólogo de uno de sus libros reflexionaba “Aspiro a escribir de manera transparente, no para una élite de iniciados o especialistas sino para esa ‘inmensa minoría’ integrada por personas normalmente cultas y sensibles que buscan en los versos del poeta una experiencia de humanidad afectuosa, una forma de belleza que los conmueva. Después de más de sesenta años de dedicación a la poesía continúo intentándolo”.

Para conocer más:

Rainer Rilke, nacido el 4 de diciembre de 1875, en Praga, República Checa y fallecido el 29 de diciembre de 1926, en Montreux (Suiza), es considerado uno de los poetas más importantes en lengua alemana y de la literatura universal. Sus obras fundamentales son las Elegías de Duino y los Sonetos a Orfeo.

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Semblanza de Evaristo Carriego

Evaristo Carriego – Poemas de amor en clave de nostalgia

Evaristo CarriegoUna vida breve, apenas 29 años, vivió Evaristo Carriego y ese lapso de corta trayectoria en el tiempo pero de profunda intensidad intelectual, le fue suficiente para plasmar en una producción poética desbordante de generosos impulsos, muchas ilusiones, ansiedades y ensueños de enorme de belleza lírica.

Evaristo Francisco Estanislao Carriego, es el nombre completo con que este poeta argentino, nacido el el 7 de mayo de 1883, fue registrado en su ciudad natal, Paraná (Entre Ríos). Sus padres, Nicanor Evaristo Carriego Ramírez y María de los Ángeles Giorello, a pesar de ser descendientes de familias con antiguo arraigo en la zona, siendo Evaristo todavía un niño pequeño, decidieron mudarse buscando nuevos horizontes para su futuro. En ese contexto, luego de un fugaz paso por la ciudad de La Plata, en 1889, los Carriego adquirieron y se radicaron definitivamente en una casa de la calle Honduras, en el barrio porteño de Palermo en la capital argentina.

En sus años de escuela, Evaristo demostró inteligencia, facilidad para aprender y aptitudes especiales de su memoria, que le permitieron atraer la simpatía de varios de sus maestros. Llegada su primera juventud y ante la imposibilidad de ingresar al Colegio Militar por su miopía, optó por una vida bohemia comenzando a transitar en ese mundo tan particular, íntimo y misterioso de barrio, donde aprendió a conocer en profundidad el alma de sus habitantes, interpretando sus sentimientos y desmenuzando sus emociones.

Participó del ambiente literario de su época, donde gravitaba la corriente poética impulsada por Rubén Darío y destacaba la obra de Almafuerte, frecuentó los cafés más famosos, se desveló hasta la madrugada en las reuniones de escritores, pero paradójicamente se fue apagando a paso lento, como volviendo obsesivamente hacia un centro único de interés. «Carriego vivió en este Buenos Aires con la seguridad de ser poeta y la urgencia del reconocimiento: Imponía sus versos en el café» – escribió Jorge Luis Borges refiriéndose al poeta entrerriano.

Su vida se convirtió entonces, al menos en apariencia, en una existencia lineal, apacible, sin hitos memorables, matizada por ciertos cariños íntimos de algunos amores y la compañía incondicional de los amigos seguros. No necesitó ganarse la vida trabajando, salvo en lo único que le importaba: la literatura, la poesía y una adhesión casi mística, al socialismo.

Comenzó siendo muy joven sus actividades periodísticas y el acceso a las redacciones de diarios y revistas le permitió profundizar también, los contactos con periodistas y gente del ambiente. En 1904 aparecieron sus primeras poesías en la revista “Caras y Caretas”, al mismo tiempo que divulgaba sus propuestas ideológicas en otra revista «La Protesta» de tendencia anarquista. Fueron años de difíciles discusiones sobre las ideas importadas y la literatura que se estaba escribiendo.

Cerca de la casa de los Carriego residía la familia de Jorge Luis Borges y ambas familias se frecuentaban. Jorge Luis era 16 años menor que Evaristo, pero logró entender y en cierto modo admirar a ese poeta, fallecido en la edad dorada, que le dejó recuerdos imborrables, volcados posteriormente por el excelso escritor en su obra «Evaristo Carriego” editada en 1930.

Evaristo Carriego es actualmente una personalidad poco recordada, no obstante haber sido una figura relevante de los círculos intelectuales de principios del siglo XX.

Fue un poeta intuitivo y escribió versos de singular belleza. Nunca tuvo la exquisita rima de otros escritores célebres ni podía hacer gala de un lenguaje erudito y distinguido en sus poemas; pero la simpleza y autenticidad de su arte, constituían la fortaleza de su estilo. Evocador por naturaleza, describió con una vaga y extraña solemnidad, la vida de esos modestísimos personajes que habitaban las grandes ciudades, y a quienes aplastaba el dolor oculto de la realidad.

Escribió abarcando un amplio espectro de motivaciones, pero una de sus facetas más destacadas fue su poesía de tinte romántico.

Compartimos algunas de sus más inspiradas creaciones que hablan de distintas instancias del amor, de la desesperanza, del olvido, con versos de rara sencillez. Más de cien años han transcurrido desde la publicación de estos poemas pero todavía continúan conmoviendo con inocente ternura y candoroso eco, haciendo latir más fuerte el corazón distraído de aquellos que nunca abandonaron el amor romántico, ni dejaron de creer en él como orientador de su vida.

Tu secreto

¡De todo te olvidas! Anoche dejaste,
aquí sobre el piano que ya jamás tocas,
un poco de tu alma de muchacha enferma:
un libro vedado de tiernas memorias.

Íntimas memorias. Yo lo abrí al descuido,
y supe, sonriendo, tu pena más honda,
el dulce secreto que no diré a nadie;
a nadie interesa saber que me nombras.

Ven…, llévate el libro, distraída, llena
de luz y de ensueño. Romántica loca.
¡Dejar tus amores ahí sobre el piano!
De todo te olvidas… ¡cabeza de novia!

En silencio

Que este verso que has pedido,
vaya hacia ti, como enviado
de algún recuerdo volcado
en una tierra de olvido,
para insinuarte al oído
su agonía más secreta,
cuando en tus noches, inquieta,
por las memorias tal vez,
leas siquiera una vez,
las estrofas del poeta.

¿Yo?… Vivo con la pasión
de aquel ensueño remoto,
que he guardado como un voto,
ya viejo, del corazón.
¡Y sé, en mi amarga obsesión,
que mi cabeza cansada,
de la prisión de ese ensueño
caerá, recién libertada,
¡cuando duerma el postrer sueño
sobre la postrer almohada!

Después del olvido

Porque hoy has venido, lo mismo que antes,
con tus adorables gracias exquisitas,
alguien ha llenado de rosas mi cuarto
como en los instantes de pasadas citas.

¿Te acuerdas…? Recuerdo de noches lejanas,
aún guardo, entre otras, aquella novela
con la que soñabas imitar, a ratos,
no sé si a Lucía no sé si a Grazziela.

Y aquel abanico que sentir parece
la inquieta, la tibia presión de tu mano;
aquel abanico ¿te acuerdas? trasunto
de aquel apacible, distante verano.

Y aquellas memorias que escribiste un día
-un libro risueño de celos y quejas-.
¡Rincón asoleado! Rincón pensativo
de cosas tan vagas, de cosas tan viejas!

Pero no hay versos: ¡Qué quieres! ¡Te fuiste!
¡Visión de saudades, ya buenas, ya malas!
La nieve incesante del bárbaro hastío
¿no ves? ha quemado mis líricas alas.

¿Para qué añoranzas? Son filtros amargos
como las ausencias sus hoscos asedios.
Prefiero las rosas, prefiero tu risa,
que pone un rayito de sol en mis tedios.

Y porque al fin vuelves después del olvido,
en hora de angustias, en hora oportuna,
alegre como antes es hoy mi cabeza
¡una pobre loca borracha de luna!

A la antigua

¡Oh, señora: gentil dama de mis noches,
¡oh, señora, mi señora, yo le ruego
que abandone esa romántica novela:
orgullosa favorita de sus dedos.

Que abandone sus historias de aventuras,
donde hay citas, donde hay dueñas y escuderos
callejuelas y sombríos embozados
y tizonas y amorosos devaneos;

acechanzas del camino y estocadas
de cadetes o gallardos mosqueteros,
y, amador noble y rendido de su reina,
algún Buckingham lujoso y altanero.

Que abandone, le repito, su romance,
su romance mentiroso, pues confieso
que me enoja la atención que le dispensa,
con agravio de mis quejas y mis celos.

De mis celos, sí, lo digo, tal me tienen
las hazañas del cuidado caballero,
a quien sueña usted señora, contemplando
sus balcones, con la escala de Romeo.

¡Oh, señora, mi señora! son las doce…
¿Hasta cuándo piensa usted seguir leyendo?
¡Hay valor en su tenaz indiferencia
que no teme los peligros del silencio!.

Son las doce: ya se aprontan los aleves,
los galantes forajidos de los besos,
a cruzar la callejuela de unos labios
donde anoche asesinaron al Ensueño.

¡Ay, entonces, de las bocas asaltadas
por los rojos embozados del Deseo!
¡Ay de usted señora mía si la encuentran.
¡…Que la salve su hazañoso caballero!

En su libro sobre la vida y obra de Evaristo Carriego, Marcela Ciruzzi, escribe: “La comunión con el hombre de Buenos Aires, con el habitante de la calle, del barrio, se produce cuando Carriego comienza a manejar el mismo código con que este se manifiesta, cuando se siente llamado a ser el portavoz de sus quejas, de sus angustias; cuando lo saca del anonimato y lo convierte en protagonista de sus poemas”.

y añade después: “Carriego descubrió a su ciudad para la poesía, escribió sobre ella en el momento preciso y con una cuota de sensibilidad ausente en otros poetas hasta entonces. Fue a la vez testigo y protagonista de su tiempo, de su ámbito de arrabal con sabor a calle, a seres de carne y hueso con su propio lenguaje y marcados por la ternura y por la miseria”.

Su vida toda se constituyó así como su poesía, con elementos primarios, simples y de versos melodiosos, sentidos, humildes, rescatando del fango y del olvido las pequeñas historias cotidianas de personajes, relatadas con palabras gastadas por el uso y fatigando los ojos de imágenes repetidas en la rutina del vivir. Evaristo Carriego inauguró para la poesía argentina un espacio nuevo.

Publicó en 1908 su primer y único libro de poemas en vida, titulado «Misas herejes», con inconfundibles influencias que se advierten ya desde el título: ecos del satanismo de moda que tenía su raíz en Charles Baudelaire. Hay mucho de herencia y retórica de escuela en este libro, dividido en 5 secciones, de clara tendencia modernista: «Viejos sermones», «Envíos», «Ofertorios galantes», «El alma del suburbio» y «Ritos en la sombra».

Luego vendrían «El alma del suburbio» y «La canción del barrio» en la cual aparecen todos los arquetipos que constituirían su mitología personal y porteña tanguera, donde de destacan los guapos, los cafés, el aroma de barrio. Estos poemarios fueron publicados de forma póstuma al año de fallecer el poeta.

El 13 de octubre de 1912, en Buenos Aires, murió Evaristo Carriego, el poeta sencillo, víctima de la tuberculosis, una enfermedad que causaba estragos en aquellos tiempos; tenía 29 años de edad. En la actualidad, una calle de la ciudad de Buenos Aires en el barrio que tanto amó, lleva su nombre homenajeando el recuerdo de aquel sensible narrador de las costumbres de su época.

Con el transcurrir del tiempo, la leyenda del poeta de barrio que repetía un dicho habitual en él: «…me basta con el corazón de una muchacha que sufre»; se fue afianzando. La sencilla musa inspiradora de Carriego, trascendió logrando gran repercusion a nivel popular y quedó íntima e indisolublemente ligada al espíritu del tango argentino que, a casi treinta después de su muerte, cultivarían y utilizarían como referencia obligada, Homero Manzi, Pascual Contursi, Celedonio Flores, Enrique Cadícamo y otros eximios autores de la canción símbolo de Buenos Aires.

Para conocer más:

El palacio de Buckingham, es la residencia oficial de la reina en Londres. También se utiliza para ceremonias oficiales, visitas de Estado y visitas turísticas

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Semblanza de María Elena Walsh

María Elena Walsh, un recuerdo guardado para siempre en una cajita de fósforos

María Elena WalshLos juegos infantiles no son tales juegos, sino sus más serias actividades, escribió el filósofo francés Michel de Montaigne (1533-1592) y a ese pensamiento pareció aferrarse María Elena Walsh, cuando decidió dedicar gran parte de su tiempo literario a crear obras que tuvieron como propósito acunar los sueños de la niñez.

Como una juglaresa de la Edad Media pero en nuestro tiempo, llenó su imaginación de ingeniosos absurdos e inició un camino creativo que le permitió lograr un enorme reconocimiento artístico-profesional y consecuentemente el prestigio intelectual que transformó su obra en un clásico.

María Elena Walsh, fue una escritora, cantautora y compositora argentina que, blandiendo las banderas de la libertad y de la fantasía, renovó los estándares de la literatura infantil despojándola de esa finalidad esencialmente didáctica que hasta entonces había tenido. Utilizó para ello un vocabulario ameno y variado, versos y rimas, metáforas hermosas, juegos de palabras, sensibilidad y ternura, disparates, tarareos, ritmos melódicos, y sobre todo, su inagotable talento.

El 10 de enero de 2011, en un caluroso día de verano en Buenos Aires, una larga enfermedad apagó la luz de su vida. Se extinguió físicamente pero su estela luminosa continuó y todos aquellos que aprendieron con ella a abrir las ventanas de la imaginación y disfrutar el mundo irreal y mágico de la niñez, guardaron su recuerdo imborrable en una cajita de fósforos, como ella misma lo anticipara en su poema titulado con ese nombre tan simple:

En una cajita de fósforos – María Elena Walsh

En una cajita de fósforos
se pueden guardar muchas cosas.
Un rayo de sol, por ejemplo
(pero hay que encerrarlo muy rápido,
si no, se lo come la sombra)
Un poco de copo de nieve,
quizá una moneda de luna,
botones del traje del viento,
y mucho, muchísimo más.

Les voy a contar un secreto.
En una cajita de fósforos
yo tengo guardada una lágrima,
y nadie, por suerte la ve.
Es claro que ya no me sirve.
Es cierto que está muy gastada.

Lo sé, pero que voy a hacer
tirarla me da mucha lástima.

Tal vez las personas mayores
no entiendan jamás de tesoros.
Basura, dirán, cachivaches
no se porque juntan todo esto.
No importa, que ustedes y yo
igual seguiremos guardando
palitos, pelusas, botones,
tachuelas, virutas de lápiz,
carozos, tapitas, papeles,
piolín, carreteles, trapitos,
hilachas, cascotes y bichos.

En una cajita de fósforos
se pueden guardar muchas cosas.
Las cosas no tienen mamá.

Manuelita al conocer la triste noticia, aún con arrugas y sin peluquita, regresó urgente de París; había muerto la persona que más significado había tenido en su existencia.

Manuelita la tortuga – María Elena Walsh

Manuelita vivía en Pehuajó
pero un día se marchó.

Nadie supo bien por qué
a París ella se fue,
un poquito caminando
y otro poquitito a pie.

Manuelita, Manuelita,
Manuelita dónde vas,
con tu traje de malaquita
y tu paso tan audaz.

Manuelita una vez se enamoró
de un tortugo que pasó.
Dijo: ¿Qué podré yo hacer?
Vieja no me va a querer,
en Europa y con paciencia
me podrán embellecer.

En la tintorería de París,
la pintaron con barniz.
La plancharon en francés
del derecho y del revés.
Le pusieron peluquita
y botines en los pies.

Tantos años tardó en cruzar el mar,
que allí se volvió a arrugar
y por eso regresó
vieja como se marchó,
a buscar a su tortugo
que la espera en Pehuajó.

En el reino del revés, el desconcierto era total:

El Reino del Revés – María Elena Walsh

Vamos a ver cómo es
el Reino del Revés.

Me dijeron que en el Reino del Revés
nada el pájaro y vuela el pez,
que los gatos no hacen miau y dicen “yes”,
porque estudian mucho inglés.

Me dijeron que en el Reino del Revés
nadie baila con los pies,
que un ladrón es vigilante y otro es juez,
y que dos y dos son tres.

Me dijeron que en el Reino del Revés
cabe un oso en una nuez,
que usan barbas y bigotes los bebés,
y que un año dura un mes.

Me dijeron que en el Reino del Revés
hay un perro pequinés,
que se cae para arriba y una vez
no pudo bajar después.

Me dijeron que en el Reino del Revés
un señor llamado Andrés,
tiene 1.530 chimpancés
que si miras no los ves.

Me dijeron que en el Reino del Revés
una araña y un ciempiés,
van montados al palacio del Marqués
en caballos de ajedrez.

Vamos a ver cómo es
el Reino del Revés.

Esta vez en el reino del revés, paradójicamente, se había cumplido la dolorosa lógica de la vida real. Y la muerte, era muerte definitiva e irreversible.

María Elena Walsh, hija de padre descendiente de ingleses e irlandeses y de madre argentina, con ascendencia española, había nacido el 1 de febrero de 1930 en Ramos Mejía, una de las localidades más importantes del conurbano bonaerense al oeste del Gran Buenos Aires. Las herencias étnicas e ideológicas forjaron en ella una singular personalidad que cimentó su trayectoria como artista.

De carácter introvertido y rebelde, mostró desde la adolescencia su rechazo a estereotipos sociales y culturales impuestos; gustaba del diálogo permanente dentro de un contexto, con sentido de pertenencia y postura crítica a la vez. Estas cualidades le sirvieron de base y fundamento en la conformación de un estilo propio diferente y auténtico, que conquistó a niños, padres y abuelos y que ha perdurado por generaciones.

Fue además, acérrima defensora de los derechos que involucraran a la mujer en cualquiera de sus dimensiones.

Luchó incansablemente en apoyo de las causas en las que creía. Son recordados sus escritos haciendo defensa pública de la letra eñe: “¡No nos dejemos arrebatar la eñe! Ya nos han birlado los signos de apertura de interrogación y admiración. Ya nos redujeron hasta el apócope… Sigamos siendo dueños de algo que nos pertenece, esa letra con caperuza, algo muy pequeño, pero menos ñoño de lo que parece (…) La supervivencia de esta letra nos atañe, sin distinción de sexos, credos ni programas de software” (Diario La Nación de Buenos Aires – 1996).

En aquel fatídico día de su fallecimiento, la Vaca estudiosa, la Tortuga Manuelita, el Mono Liso, el Coronel que había estado preso por pinchar a la mermelada con un alfiler y la Pájara Pinta, lloraban sumidos en una profunda melancolía y no podían explicarse los misterios inentendibles de la muerte. María Elena ya no volvería nunca, a invitarlos a tomar el té en vajilla de porcelana.

También ese día los ojos de muchísimos niños sin edad, se llenaron de silencio apenas interrumpido por alguna lágrima emocionada por la pérdida, pero agradeciendo todo lo que María Elena había dejado a la posteridad. Como consuelo, quedaba la frase de Ana María Matute: «…a veces la infancia es mucho más larga que la vida».

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Semblanza de Gertrudis Gómez de Avellaneda

Gertrudis Gómez de Avellaneda – Poemas que también cuentan historias

Gertrudis Gómez de Avellaneda

Gertrudis Gómez de Avellaneda, 1857, Federico Madrazo, Museo de la Fundación Lázaro Galdiano.

Nos hemos acostumbrado a leer las más cautivantes poesías de la literatura universal, analizando y percibiendo de ellas la secuencia perfecta de los versos, la complejidad de su métrica y la cadencia y sonoridad de la rima. Terminamos admirando profundamente la imaginación creativa de los respectivos autores y eventualmente, perturbados por el contenido y significado de las palabras; pero muy pocas veces nos percatamos de las historias verdaderas que subyacen bajo esos versos magistrales: Amores trágicos y frustrados, sucesos desgarradores, circunstancias de vida estremecedoras, actitudes ejemplares y semblanzas dignas de elogio, tales como las narradas en los poemas de Gertrudis Gómez de Avellaneda.

Compartimos para ilustrar esta apreciación, dos de los innumerables poemas célebres que reuniendo esas características, podríamos seleccionar. Cuentan historias verídicas que no han trascendido a su época y se perdieron en el olvido y que son casi desconocidas para el lector actual, se trata de: «A él» y «Amor y orgullo» compuestos por la excepcional poetisa y escritora cubana Gertrudis Gómez de Avellaneda.

Son aleccionadoras experiencias vividas por la autora y que, en poesías, se convirtieron en la más transparente imagen de esa etapa dolorosa y crucial de su vida.

A él – Gertrudis Gómez de Avellaneda

No existe lazo ya, todo está roto;
plúgole al cielo así, ¡bendito sea!
Amargo cáliz con placer agoto,
mi alma reposa al fin, nada desea.

Te amé, no te amo ya: piénsolo al menos.
¡Nunca, si fuere error, la verdad mire!,
que tantos años de amargura llenos
trague el olvido, el corazón respire.

Lo has destrozado sin piedad; mi orgullo
una vez y otra vez pisaste insano,
más nunca el labio exhalará un murmullo
para acusar tu proceder tirano.

De graves faltas vengador terrible,
dócil llenaste tu misión, ¿lo ignoras?
No era tuyo el poder que irresistible,
postró ante ti mis fuerzas vencedoras.

Quísolo Dios y fue: ¡gloria a su nombre!
Todo se terminó, recobro aliento.
¡Ángel de las venganzas! Ya eres hombre,
ni amor ni miedo al contemplarte siento.

Cayó tu cetro, se embotó tu espada.
Mas ¡ay! ¡Cuán triste libertad respiro!
Hice un mundo de ti que hoy se anonada,
y en honda y vasta soledad me miro.

¡Vive dichoso tú! Si en algún día
ves este adiós que te dirijo eterno;
sabe que aún tienes en el alma mía
generoso perdón, cariño tierno.

Amor y orgullo – Gertrudis Gómez de Avellaneda

Un tiempo hollaba por alfombras rosas;
y nobles vates, de mentidas diosas
prodigábanme nombres;
mas yo, altanera, con orgullo vano,
cual águila real a vil gusano,
contemplaba a los hombres.

Mi pensamiento -en temerario vuelo-
ardiente osaba demandar al cielo
objeto a mis amores,
y si a la tierra con desdén volvía
triste mirada, mi soberbia impía
marchitaba sus flores.

Tal vez por un momento caprichosa
entre ellas revolé, cual mariposa,
sin fijarme en ninguna;
pues de místico bien siempre anhelante,
clamaba en vano, como tierno infante
quiere abrazar la luna.

Hoy, despeñada de la excelsa cumbre
do osé mirar del sol la ardiente lumbre
que fascinó mis ojos,
cual hoja seca al raudo torbellino,
cedo al poder del áspero destino…
¡Me entrego a sus antojos!

Cobarde corazón, que el nudo estrecho
gimiendo sufres, dime: ¿qué se ha hecho
tu presunción altiva?
¿Qué mágico poder, en tal bajeza
trocando ya tu indómita fiereza,
de libertad te priva?

¡Mísero esclavo de tirano dueño,
tu gloria fue cual mentiroso sueño,
que con las sombras huye!
Di, ¿qué se hicieron ilusiones tantas
de necia vanidad, débiles plantas
que el aquilón destruye?

En hora infausta a mi feliz reposo,
¿no dijiste, soberbio y orgulloso:
-¿Quién domará mi brío?
¡Con mi solo poder haré, si quiero,
mudar de rumbo al céfiro ligero
y arder al mármol frío!

¡Funesta ceguedad! ¡Delirio insano!
Te gritó la razón… Mas… ¡cuán en vano
te advirtió tu locura!…
¡Tú mismo te forjaste la cadena,
que a servidumbre eterna te condena,
y a duelo y amargura!

Los lazos caprichosos que otros días
-por pasatiempo- a tu placer tejías,
fueron de seda y oro;
los que ahora rinden tu valor primero,
son eslabones de pesado acero,
templados con tu lloro.

¿Qué esperaste, ¡ay de ti!, de un pecho helado
de inmenso orgullo y presunción hinchado,
de víboras nutrido?
Tú, -que anhelabas tan sublime objeto-
¿cómo al capricho de un mortal sujeto
te arrastras abatido?

¿Con qué velo tu amor cubrió mis ojos,
que por flores tomé duros abrojos,
y por oro la arcilla?…
¡Del torpe engaño mis rivales ríen,
y mis amantes, ay, tal vez se engríen
del yugo que me humilla!

¿Y tú lo sufres, corazón cobarde?
¿Y de tu servidumbre haciendo alarde
quieres ver en mi frente
el sello del amor que te devora?…
¡Ah!, Velo, pues, y búrlese en buen hora
de mi baldón la gente.

¡Salga del pecho -requemando el labio-
el caro nombre de mi orgullo agravio,
de mi dolor sustento!…
¿Escrito no le ves en las estrellas
y en la luna apacible que con ellas
alumbra el firmamento?

¿No le oyes, de las auras al murmullo?
¿No le pronuncia -en gemidor arrullo-
la tórtola amorosa?
¿No resuena en los árboles, que el viento
halaga con pausado movimiento
en esa selva hojosa?
De aquella fuente entre las claras linfas,
¿no le articulan invisibles ninfas
con eco lisonjero…?
¿Por qué callar el nombre que te inflama,
si aún el silencio tiene voz, que aclama
ese nombre que quiero…?

Nombre que un alma lleva por despojo;
nombre que excita con placer enojo,
y con ira ternura;
nombre más dulce que el primer cariño
de joven madre al inocente niño,
copia de su hermosura;

y más amargo que el adiós postrero
que al suelo damos, donde el sol primero
alumbró nuestra vida,
nombre que halaga y halagando mata;
nombre que hiere -como sierpe ingrata-
al pecho que le anida.

¡No, no lo envíes, corazón, al labio!
¡Guarda tu mengua con silencio sabio!
¡Guarda, guarda tu mengua!
¡Callad también vosotras, auras, fuente,
trémulas hojas, tórtola doliente,
como calla mi lengua!

Gertrudis Gómez de Avellaneda nació el 23 de marzo de 1814 en la antigua ciudad de Santa María de Puerto Príncipe, hoy Camagüey (Cuba), aunque en su autobiografía figura 1816. Tula, como la llamaban cariñosamente en familia demostró su carácter fuerte y rebelde ya a los 17 años, cuando se negó a contraer un matrimonio que su madre había concertado.

En abril de 1836, una joven mujer de 22 años, inteligente, culta, segura de si misma, independiente y hermosa, se traslada desde su Cuba natal hacia Burdeos y de allí a La Coruña en busca de un destino diferente en el ámbito de las letras.
En España, transcurría el año 1844 cuando esta joven de nostálgico y exótico origen caribeño, ya famosa en los círculos literarios, conoció al poeta Gabriel García Tassara, el hombre que casi terminó destruyéndola como poetisa y como mujer. Desde el inicio fue estableciéndose entre ellos una tormentosa relación impregnada de amor, celos, orgullo y pasión desenfrenada. Tassara quiso conquistarla para él y mostrarla como un trofeo ante muchos otros hombres que admiraban su belleza y la asediaban; pero en realidad no buscaba ni deseaba casarse con ella, quizá molesto por la arrogancia, la soberbia y la coquetería de Tula que muchos criticaban.

La poetisa, muy enamorada al fín, no supo resistir y se rindió a su ególatra y frívolo amante. Quedó embarazada, soltera viviendo en la sociedad prejuiciosa e intolerante Madrid de mediados del siglo XIX. Casi sin amigos, en amarga soledad y pesimismo pensó en abandonar la poesía y escribió a modo de despedida, uno de sus mejores poemas, «Adiós a la lira».

En abril de 1845 nació su hija María, o Brenhilde como ella pretendía llamarla, pero la precaria salud de la pequeña, la llevó a la muerte cuando recién había cumplido siete meses de edad. Durante ese tiempo de desesperanza y buscando desahogo, escribe nuevamente a otro de sus viejos amores, Ignacio de Cepeda y Alcalde: «Envejecida a los treinta años, siento que me cabrá la suerte de sobrevivirme a mí propia, si en un momento de absoluto fastidio no salgo de súbito de este mundo tan pequeño, tan insignificante para dar felicidad, y tan grande y tan fecundo para llenarse y verter amarguras.»

Son impactantes y conmovedoras las cartas escritas por Gertrudis a Tassara para pedirle infructuosamente que viera y abrazara a su hija brindándole el calor de padre, antes que la pequeña cerrara los ojos para siempre. Las súplicas fueron vanas y Brenhilde murió sin que su padre aceptara conocerla.

En las bellísimas estrofas de estos dos poemas no hay olvido para el hombre amado, pero en el vacío resignado que deja el amor devastado por la ruptura, emerge el recuerdo de un cariño tierno y el perdón que con dignidad y exactitud, utilizó para pulir cada uno de sus versos.

El paso del tiempo fue cicatrizando las heridas y Tula pudo superar las dramáticas instancias de ese pasado estigmatizante y doloroso. Continuó escribiendo, como refugio y también como medio de vida, logró reafirmar sus convicciones artísticas y líricas y llegó a transformarse en una de las escritoras y poetisas de mayor predicamento y renombre del romanticismo español de la época.

Considerada además, una ferviente y combativa precursora y defensora de los postulados del feminismo moderno, tanto por su actitud vital, como por la fuerza que imprimió a sus personajes literarios femeninos.

El 1 de febrero de 1873, a los 58 años, murió en la ciudad de Madrid. Cumpliendo su voluntad sus restos fueron trasladados a Sevilla, donde descansan el sueño eterno en el cementerio de San Fernando, junto a los de su segundo esposo y de su hermano.

Para conocer más:

El término placer como verbo, está cada vez más en desuso y tiende a ser reemplazado por los verbos gustar o preferir. Actualmente, es más frecuente utilizarlo como sustantivo: «Oír música clásica es para mí el mayor placer».

Significado de plúgole: resulta difícil hallar esta palabra en el diccionario, porque se trata de una forma del verbo placer, plugo, que además tiene una variante pronominal enclítica (le).
Placer se conjuga como agradecer, pero posee algunas irregularidades especiales empleadas generalmente en literatura. Estas son: plugo, que equivale a plació, plegue o plega, a plazca, y pluguiera, a placiera o placiese. No es defectivo, es decir, se conjuga en todos los modos, tiempos, números y personas. Igual que placer se conjugan sus compuestos complacer y desplacer. Se aconseja que las formas que comienzan con pleg, plug, grupo procedente del griego, se empleen en oraciones impersonales.

Como se lee en el Diccionario Panhispánico de Dudas (2005), junto a las formas plació, placiera o placiese y placiere, perviven en el uso literario, con intención arcaizante, las formas plugo, pluguiera o pluguiese y pluguiere, muy utilizados en el español medieval y clásico: Aquello no me plació = Aquello no me plugo.

Se advierten también como arcaizantes, las formas plega y plegue para la tercera persona del singular del presente de subjuntivo, pues actualmente se prefiere el uso de plazca: «Hazlo aunque no te plazca».

Significado de enclítica: Que se une a la palabra anterior y forma un todo con ella.

Ignacio de Cepeda y Alcalde, abogado y escritor oriundo de la localidad sevillana de Osuna. Sería el gran amor en la vida de Gertrudis y una persona con quien la poetisa vivió también una atormentada relación amorosa, nunca correspondida de la manera apasionada que ella exigía, dejándole en el alma una huella indeleble.

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Semblanza de Emilio Salgari y el héroe Sandokán

Emilio Salgari y la batalla más triste perdida por Sandokán – Reseña literaria

Emilio Salgari

Sandokán, fue protagonista admirado y héroe invencible de una serie de novelas de aventuras creadas por Emilio Salgari que poblaron la imaginación de millones de niños, adolescentes y jóvenes de occidente a lo largo de varias generaciones, desde su primera publicación en los albores del siglo XX hasta avanzada la década de 1970.

Los relatos de sus proezas despertaron el espíritu aventurero y el afán de viajar y conocer mundos diferentes, en infinidad de lectores que compartieron gustosamente con él, a través de sus gestas literarias, algunos de los mejores años de su existencia.

Era un adalid, un legendario príncipe de Borneo que había jurado vengarse del colonialismo británico. ¿Las razones? Consideraba a ese imperio responsable de haber asesinado a su familia despojándolo además de su trono. Por ello dedicó su vida y esfuerzos a la piratería para combatirlo, adjudicándose un sobrenombre llamativo y bravío, «Tigre de la Malasia», como emblema de esa lucha. Contaba con la fidelidad incondicional de una tripulación compuesta tanto por malayos, como de dayakos naturales de Borneo.

Las andanzas, peripecias y vicisitudes se desarrollaron a mediados del siglo XIX, en un ambiente singular de sugestivas atmósferas de fábula ubicadas en el sudeste asiático, principalmente Malasia, la India y Borneo.

Los principales compañeros de Sandokán eran el portugués Yáñez, el bengalí Tremal-Naik y el maharato Kammammuri y la base de operaciones del Tigre de la Malasia se encontraba en la isla ficticia de Mompracem; hasta que fue expulsado de ella junto a sus hombres, por una escuadra británica en la novela «El Rey del Mar».

Pero no fue esa la peor batalla que libró Sandokán, sino aquella otra en la que falló y no pudo evitar el suicidio de su padre intelectual y creador: Emilio Salgari; quien acosado por la ruina económica y la desgracia familiar, tomó la decisión fatal de practicarse el harakiri.

Emilio Salgari, el capitán frustrado

“Escribir es viajar sin la molestia del equipaje”, era la frase predilecta de Emilio Salgari, escritor y periodista italiano, nacido en Verona, Italia, el 21 de agosto de 1862 en el seno de una familia de modestos comerciantes. Acérrimo aficionado a la navegación y la escritura, cursó sus estudios en el «Real Instituto Técnico Naval Paolo Sarpi», en Venecia, pero no llegó a obtener el título que tanto anhelaba: capitán de navío de gran cabotaje. No obstante, se refería a sí mismo como “capitán”, e incluso firmó con ese cargo algunas de sus obras y aseguraba que los lugares extraños y exóticos que aparecían en sus libros, se basaban en sitios que había visitado personalmente.

Entre 1881 y comienzos de 1883 no hay registros biográficos de él, pero ese lapso del que se desconoce su actividad, probablemente le haya servido para escribir alguna de sus innumerables novelas a las que quería imprimir un tono casi autobiográfico. Al regresar a Verona inició su labor como periodista. En 1883, publicó por primera vez uno de sus trabajos. Era un relato breve titulado “I Selvaggi della Papuasia” y apareció editado en cuatro entregas en el periódico de Milán “La Valigia”. Simultáneamente, comenzó a publicar en el diario veronés la Nuova Arena, su novela «La rosa del Dong-Giang» (en entregas) y posteriormente El tigre de la Malasia. Su primera novela publicada en forma independiente fue «La favorita del Mahdi», en 1887.

En enero de 1892 Emilio Salgari contrajo matrimonio con la actriz de teatro Ida Peruzzi. Ese mismo año nació la primera hija del matrimonio, Fátima, a la que siguieron tres varones, Nadir (1894), Romero (1898) y Omar (1900). Todos fueron bautizados con nombres de sus personajes novelescos.

También en 1892, trasladó su lugar de residencia a Turín donde trabajó para la editorial Speirani, especializada en novelas juveniles. En esa época, ofendido por haber sido llamado «mozo» por el periodista Giuseppe Biasioli, lo desafió a duelo. Como consecuencia del hecho, Biasioli tuvo que ser hospitalizado y Salgari pasó seis meses en la cárcel.

En 1898, el editor Donath lo convenció para que se mudase a Génova, en esa ciudad norteña de la península itálica conoció a quien sería el más destacado ilustrador de su obra, Giuseppe Gamba. En 1900 Salgari regresó a Turín, y a partir de esos días, la situación económica de la familia empezó a deteriorarse al rescindir el contrato que lo ligaba con la editorial para la cual estaba escribiendo.

En su prolífica carrera como escritor, según su biógrafo Felice Pozzo, Emilio Salgari escribió, ochenta y cuatro novelas y un número de relatos cortos imposible de determinar y pese a su éxito de ventas, la vida del escritor estuvo signada permanentemente por circunstancias difíciles que que lo llevaron a padecer serios desequilibrios psíquicos.

Sandokán

Algunas de las novelas están relacionadas entre sí y constituyen extensos ciclos narrativos protagonizados por los mismos personajes. El Corsario Negro, probablemente la más lograda de las novelas de Salgari, es una de ellas, pero en su vasto legado destacaron muchos otros títulos: «Los tigres de Mompracem», «Los misterios de la jungla negra», «Los piratas de la Malasia», «Los dos tigres», «El rey del mar», «A la conquista de un imperio», «La venganza de Sandokan», «La reconquista de Mompracem», «El falso brahmán», «La caída de un imperio» y «El desquite de Yáñez».

Entre las novelas independientes resaltan: «La favorita del Mahdi», «La cimitarra de Buda», «Los pescadores de ballenas», «El rey de la montaña», «Los dramas de la esclavitud», «La ciudad de oro», «Invierno en el Polo Norte«, «La montaña de luz», «Los bandidos del Sahara», «Las panteras de Argel», «La ciudad del rey leproso», «El hombre de fuego», «Las hijas de los faraones» y «La estrella de la Araucania«.
Después de su muerte, proliferaron novelas que le fueron falsamente atribuidas.

La muerte trágica, destino común de muchos escritores célebres (Ver nota)

En 1889 se suicidó el padre de Salgari, siendo el primer eslabón de una dolorosa e inexplicable cadena de muertes y suicidios familiares, que incluyó el del propio escritor (1911) después de un intento fallido en 1909. La esposa falleció pocos días después del suicidio y seguiría en el futuro un destino de fatalidad para sus cuatro hijos: Nadir, el mayor, muere en un accidente de tráfico cuando se estrella su motocicleta contra un tranvía. Fátima, la única hija, muere muy joven víctima de la tuberculosis en un hospital; Romero, dispara contra su propia esposa en un ataque de celos y después se suicida (1931) y Omar, el menor, quien escribió más de 40 obras inspiradas en escenarios y personajes de su padre, se suicida arrojándose desde la ventana de su departamento en un edificio de Turín (1963).

Una vez más el destino de personalidades que en un momento de su existencia se embriagan con la fama y el éxito efímeros, se vio truncado por la ruina inesperada, que deja tras de sí una triste herencia de dolor y miseria para sus hijos, y muchas veces éstos, son inexorablemente arrastrados por el mismo aciago destino.

Hay quien describe a Emilio Salgari como un fallido «capitán de gran cabotaje” mentiroso, despilfarrador, un alcohólico hosco, perverso y quizás sifilitico (Di Carlo R. La Jornada semanal, octubre 2002).

Rosa Montero la afamada periodista y escritora española en su libro «La loca de la casa», intenta un recorrido por los laberintos de la fantasía, de los recuerdos más ocultos y la creación artística en biografías noveladas, y en él hace referencia a la tortuosa vida del escritor italiano relatando: «Emilio Salgari, escribió decenas de novelas llenas de trepidantes aventuras exóticas, de mares indómitos y singladuras épicas, pero fue un pobre hombre que quiso ser marino y no pudo, porque lo suspendieron en la academia; que sólo se subió un par de veces a un barco en toda su vida, y que apenas si se movió de Italia. Tuvo una existencia tristísima: estaba comido por las deudas, su mujer enloqueció y él era un depresivo. Terminó suicidándose, pero lo más terrible es que su mitomanía le llevó a imitar a los héroes orientales que tanto admiraba: se abrió el vientre en canal con un mísero estilete y luego se rajó la garganta, en una atroz escenificación de la muerte por harakiri de los samurais». Durísima crítica.

Pero lo cierto es que casi desde sus comienzos como cronista y novelista, Emilio Salgari obtuvo una enorme popularidad. En sus últimos años, era el escritor con mejores ventas de Europa: algunas de sus ochenta y cuatro novelas superaron la tirada hasta entonces desconocida e impensada de los cien mil ejemplares y tuvo multitud de imitadores, como Luigi Motta o sus propios hijos Omar y Nadir.
Sin embargo, Salgari vivía acosado por penurias económicas, trabajando a destajo para editores que lo estafaban constantemente y sin contemplaciones.

En la víspera del suicidio, deprimido y en lamentable estado anímico, transcribió su angustia, en el libro de memorias, relatando el tormento psicológico en el que había quedado sumido después de la internación de su esposa seis días antes, en una clínica psiquiátrica. Por otra parte, quizás haya influido en su decisión, el carácter soñador, apasionado y vital que tenía y la sensación claustrofóbica de hallarse prisionero de las penosas circunstancias que le rodeaban y la imposibilidad de volver a vivir con la intensidad de años anteriores.

En la madrugada del 25 de abril de 1911, cansado hasta el hartazgo de esa explotación infame, resolvió abandonar definitivamente la pluma. Escribió tres cartas dirigidas respectivamente a sus hijos, a sus editores y a los directores de los periódicos de Turín, luego tomó uno de los yataganes que coleccionaba, similares a los que Sandokán blandía con tanta maestría en sus combates (otra versión indica que era un gran cortaplumas, o, lo que es peor aún, un miserable estilete). Una hora después, en un claro en el Colle del Lauro en las afueras de Turín que conocía muy bien, se hizo el harakiri abriéndose el vientre, posteriormente se cortó el cuello y se dejó desangrar hasta morir. Tenía cuarenta y nueve años.

La carta a sus editores, a quienes consideraba sus verdugos, era por demás elocuente y describía el motivo que le había llevado a tomar tan terrible determinación: «Vencido por mis desdichas, reducido a la miseria a pesar del enorme volumen de mi trabajo, con mi esposa loca en el hospital, sin poder pagar su pensión, me suprimo. Creo que con mi nombre me merecía otra fortuna y otra muerte» y agregaba: «A vosotros, que os habéis enriquecido con mi piel, manteniéndome a mí y a mi familia en una continua semimiseria o aún peor, sólo les pido que en compensación de las ganancias que os he proporcionado, os preocupéis, al menos un poco, por mis hijos y os ocupéis de los gastos de mis funerales. Os saludo rompiendo la pluma».

En la nota a sus hijos les pedía que solicitaran un entierro de caridad por estar completamente arruinado. La herencia que les dejaba, no sólo era la completa ruina económica y una soledad desamparada, sino el mal ejemplo de su propia muerte.

Emilio Salgari tenía un sueño y una obsesión, navegar por todos los mares, y aunque no lo pudo concretar en su vida real, como tampoco alcanzar el rango del que presumía, lo consiguió holgadamente con cada uno de sus personajes navegando incansablemente en el universo mágico de sus aventuras, en fragatas, bergantínes, galeones, canoas o juncos y deslizándose por aguas y océanos coloreados de azules intensos descriptos en palabras que imitaban a la perfección los mapas e ilustraciones de los mejores atlas. Su talento creativo y su constante e intensa labor de estudio en bibliotecas, hicieron factible esas magníficas narraciones.

Para una inmensa legión de seguidores, nunca importó ni importará que Emilio Salgari realmente haya sido o no un capitán de ultramar como él sostenía, tampoco si había conocido verdaderamente al personaje que le inspiró a Sandokán; para ellos será siempre el capitán Salgari que con pericia e imaginación inigualable los condujo por rutas fantásticas nunca antes exploradas, hacia aventuras donde sólo los valientes se atrevían a llegar. Los educó en el riesgo, en el peligro, en la experiencia, en los principios justos del lado de los buenos. Y será eternamente, el capitán valiente que encontraba una y otra vez y más allá de todo límite, una nueva causa noble por la cual valía la pena luchar.

Para conocer más:

El seppuku o hara-kiri, es un término japonés utilizado para denominar el suicidio ritual por desentrañamiento.
En Japonés ‘hara-kiri’ no se usa comúnmente, ya que tal término es considerado vulgar y grotesco. Era una práctica común entre los samuráis, que consideraban su vida como una entrega al honor de morir gloriosamente, rechazando cualquier tipo de muerte natural. Por eso, antes de ver su vida deshonrada por un delito o falta, recurrían con este acto a darse muerte (tal y como significan esas palabras, Hara-kiri: «cortadura de vientre»).
La práctica de obligar a la muerte por medio del Seppuku por orden de un amo, es conocida como oibara o junshi; el ritual es similar.

El yatagán es una especie de sable o alfanje usado en oriente. Está provisto de doble curvatura, lo que facilita su uso indistinto de corte o punta.

Singladura: en términos náuticos se denomina así, al camino o distancia recorrida por una embarcación durante la navegación.

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Semblanza de Juan Crisóstomo Lafinur

Juan Crisóstomo Lafinur, tío bisabuelo de Jorge Luis Borges – Un Poeta auténtico más allá de los tiempos

Juan Crisóstomo LafinurLos hechos y acontecimientos que jalonaron la vida del poeta, filósofo y educador argentino Juan Crisóstomo Lafinur, lo sitúan por mérito propio, en una posición encumbrada que excede con creces la mera circunstancia de compartir el árbol genealógico con su sobrino bisnieto Jorge Luis Borges, ese autor de excelencia y figura descollante de la literatura argentina y universal.

Juan Crisóstomo Lafinur nació en La Carolina (Provincia de San Luis, Argentina) el 27 de enero de 1797. Era hijo del español don Luis Lafinur y de la criolla Bibiana Pinedo de Montenegro, quienes para dedicarse a la minería del oro, se radicaron en esa localidad puntana convertida en una aldea progresista por la fama que las arenas y los cerros dorados le habían dado.

Años más tarde la familia Lafinur se trasladaría a Córdoba y Juan Crisóstomo pudo ingresar en el Colegio Monserrat. En 1810 se inscribió como alumno de la Universidad alcanzando a cursar tres grados: bachiller, licenciado y maestro de Artes (Filosofía). Fue expulsado de la casa de altos estudios en 1814 por razones políticas e intolerancia ideológica, sin haber podido cursar los tres grados siguientes de Teología.

En ese mismo año se incorporó en Tucumán, como ferviente patriota y revolucionario que era, al ejército del Norte que libraba las guerras emancipadoras contra las fuerzas realistas de la corona de España. Abandonada su carrera militar al obtener la baja del servicio en 1817, se estableció en Buenos Aires en 1818, comenzaba allí a cobrar forma la etapa intelectual de su vida con una prédica levantada siempre a favor de la organización democrática y liberal del país. Lector apasionado, la Revolución de Mayo de 1810 había permitido la difusión de libros y autores prohibidos hasta entonces: Voltaire, Rousseau, Montesquieu, Diderot, entre otros y Lafinur supo sacar invalorable provecho de esas lecturas.

Su actividad es intensa en la Capital argentina, escribe poesía, escritos periodísticos, se vincula a la Sociedad para el fomento del Buen Gusto en el Teatro, elabora composiciones musicales y termina ganando por concurso de oposición, una cátedra para dictar Filosofía en el Colegio de la Unión del  Sud. Ocupó esa cátedra entre 1819 y 1820 pero debió abandonarla ante la decidida oposición que contra ella se generó. Seguidamente, Lafinur se refugió en la Sociedad Secreta Valeper, desde donde siguió bregando por la transformación docente en el país y por la secularización de sus estudios.

Se alejó después de Buenos Aires con destino a Mendoza, transcurría ya el año 1821. En el Colegio de la Santísima Trinidad de la ciudad cuyana, se dedicó a enseñar filosofía, literatura, música y francés, basándose en los mismos principios de la filosofía moderna que había utilizado en Buenos Aires. Pudo defender al comienzo esos principios que impartía en las aulas, pero una vez más, la airada oposición clerical a sus métodos derivó en su expulsión del colegio. Debió entonces emigrar al destierro en Chile, pagando con el exilio su convicción filosófica y sus luchas por lograr la reforma de la enseñanza.

Establecido en Chile en 1822, se relacionó al ámbito del periodismo, iniciando además estudios que le permitieron graduarse en derecho civil en la Universidad de San Felipe.

Al año siguiente en julio de 1823, se casó con Eulogia Nieto, una dama de la sociedad de Santiago de Chile. Pocos y fugaces habrían de ser los momentos de felicidad matrimonial en aquellos días de vida agitada; como consecuencia de las graves heridas sufridas al caerse accidentalmente de su caballo, falleció el 13 de agosto de 1824.

Juan Crisóstomo Lafinur, hombre de noble carácter y espíritu selecto, está considerado como uno de los primeros poetas argentinos, también uno de los forjadores de la educación nacional. Combatió el fanatismo, la intolerancia, la rutina ociosa y la ignorancia. Fue el primero en enseñar filosofía sin recurrir a la religión como guía censora, procurando despertar en sus interlocutores la necesidad de pensar en libertad. El escritor e historiador Juan María Gutiérrez lo bautizó como “el poeta romántico de nuestra época clásica”.

A pesar de haber muerto muy joven, a los 27 años, su obra lírica muestra un estilo de sobria madurez y solvencia inusuales, características que se advierten nítidamente en los poemas aquí transcriptos:

A una rosa
Señora de la selva, augusta rosa,
orgullo de septiembre, honor del prado,
que no te despedace el cierzo osado
ni marchite la helada rigurosa.

Goza más; a las manos de mi hermosa
pasa tu tronco; y luego el agraciado
cabello adorna, y el color rosado,
al ver su rostro, aumenta vergonzosa.

Recógeme estas lágrimas que lloro
en tu nevado seno, y si te toca
a los labios llegar de la que adoro,
también mi llanto hacia su dulce boca
correrá, probáralo, y dirá luego:
esta rosa está abierta a puro fuego.

La amistad
Amistad es amor; pero su llama
arde sin consumirse. Esta luz pura,
soplo de la virtud, mientras más dura
más el alma sostiene, más la inflama.

En el llagado corazón derrama
el bálsamo dichoso con que cura,
de un amor insensato y sin ventura
cuando en su auxilio la razón le llama.

Es fina, pero libre de ansias crueles,
celosa sin rivales, está exenta
del desamor probar las duras hieles,
la virtud ha tomado por su cuenta,
perpetuar la fe, las ansias caras
que dos almas juraron en sus aras.

El amor
Es llorar y es gozar, rabia y ternura,
delirio que a prudencia se parece;
una hoguera encendida que más crece
mientras más se resiste a la bravura.

Un amante es enfermo que no cura,
pero con sus mismas llagas se envanece;
la soledad le agrada y le entristece,
el tiempo es corto y largo, tarda y dura.

Se halla solo en la estancia concurrida,
si se le habla responde fastidiado;
no hay cosa que no vea parecida,
al objeto que causa su cuidado.
¿qué es el amor, se pregunta? yo concluyo:
Vivir un alma en un cuerpo que no es suyo.

Juan Crisóstomo Lafinur también es el autor de un poema sentido, en el que advierte y describe un flagelo que azota al mundo desde tiempos inmemoriales, el terrorismo fanático. Escrito a comienzos del siglo XIX, sus versos parecen hoy más vigentes que nunca:

El fanatismo
¿Cuál es ese monstruo fiero
que ha devastado la tierra,
declarando al justo guerra,
y ensalzando al embustero?
¿Quién al que al hombre sincero
Le calumnia de ateísmo?
El fanatismo.

¿Cuál es la causa fatal
de la falta de instrucción,
de haber tanto motilón
y de propagarse el mal?
¿Quién el de que un animal
nos elogie el servilismo?
El fanatismo.

¿Cuál el que a los tiranos
protege en sus agresiones,
y fomenta disensiones
entre amigos y entre hermanos?
¿Quién el que a los ciudadanos
les extingue el patriotismo?
el fanatismo.

¿Cuál ha sido el instrumento
para oprimir al virtuoso
y para que el poderoso
le cause al débil tormento?
¿Quién formó tanto convento,
escuela de barbarismo?
El fanatismo.

¿Cuál hace que las  esposas
abandonen a sus hijuelos,
y los dejen por los suelos
por ser devotas ociosas?
¿quién patrañas horrorosas
forjó para el terrorismo?
El fanatismo.

¿Cuál tiene el país desierto,
destruye la agricultura,
hace triunfar la impostura,
y negar aún lo más cierto?
¿Quién a tanto brazo muerto
da vida y al egoísmo?
El fanatismo.

¿Cuál es el que a los chilenos
sus glorias quiere eclipsar,
y pretende fascinar
para arruinar a los buenos?
¿Quién amortigua en sus senos
el odio al cruel despotismo?
El fanatismo.

Y ¿quién a ese fanatismo
Le da tal preponderancia?
la malicia de los unos,
de los otros la ignorancia.

Jorge Luis Borges y Juan Crisóstomo Lafinur, su primer antepasado en la literatura.

Jorge Luis Borges, como muestra de admiración por su antepasado le dedicó su ensayo “Nueva refutación del tiempo” escrito entre 1944 y 1946 y luego recopilado en su libro «Otras inquisiciones».

En la obra citada Borges escribe a modo de reflexión: «…el tiempo no sólo existe para divertimento de los filósofos sino que, además, rige la vida cotidiana. Su demolición no es tarea fácil». » (…) A lo largo de la Nueva refutación del tiempo, Borges reelabora su argumentación de que el tiempo no existe de diversas maneras.

«…Negar la sucesión temporal, negar el yo, negar el universo astronómico, son desesperaciones aparentes y consuelos secretos. Nuestro destino (a diferencia del infierno de Swedenborg y del infierno de la mitología tibetana) no es espantoso por irreal; es espantoso porque es irreversible y de hierro. El tiempo es la sustancia de que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego.

El mundo, desgraciadamente, es real; yo, desgraciadamente, soy Borges.» (…)

Y en una nota preliminar a modo de prólogo, el célebre escritor expresa:

«…Una palabra sobre el título. No se me oculta que éste es un ejemplo del monstruo que los lógicos han denominado contra­dictio in adjecto, porque decir que es nueva (o antigua) una refutación del tiempo es atribuirle un predicado de índole temporal, que instaura la noción que el sujeto quiere destruir. Lo dejo, sin embargo, para que su ligerísima burla pruebe que no exagero is importancia de estos juegos verbales. Por lo demás, tan saturado y animado de tiempo está nuestro lenguaje que es muy posible que no haya en estas hojas una sentencia que de algún modo no lo exija o lo invoque.» (…)

«Dedico estos ejercicios a mi ascendiente Juan Crisóstomo Lafinur, que ha dejado a las letras argentinas algún endecasílabo memorable y que trató de reformar la enseñanza de la filosofía, purificándola de sombras teológicas y exponiendo en la cátedra los principios de Locke y de Condillac. Murió en el destierro; le tocaron, como a todos los hombres, malos tiempos en que vivir.»

Cuando en 1976 Borges publicó su libro «La Moneda de Hierro», también incluyó un soneto en su honor titulado con el nombre del prócer puntano:

Juan Crisóstomo Lafinur
El volumen de Locke, los anaqueles,
la luz del patio ajedrezado y terso,
y la mano trazando, lenta, el verso:
La pálida azucena a los laureles.

Cuando en la tarde evoco la azarosa
procesión de mis sombras, veo espadas
públicas y batallas desgarradas;
con Usted, Lafinur, es otra cosa.

Lo veo discutiendo largamente
con mi padre sobre filosofía
y conjurando esa falaz teoría
de unas eternas formas en la mente.
Lo veo corrigiendo este bosquejo,
del otro lado del incierto espejo.

Por otra parte, María Kodama viuda del afamado autor, en un acto celebratorio del décimo aniversario de la repatriación de los restos de Lafinur a su terruño, manifestó: “Borges admiraba a Lafinur porque era una persona que se adelantaba a su tiempo y tenía ideas muy claras sobre la formación de la juventud y el país”, agregando luego, que el autor de «El Aleph» consideraba además dignos de profundo respeto, la rebeldía y las convicciones que enmarcaron y dieron un sello distintivo a la vida de su tío bisabuelo.

Los restos de Juan Crisóstomo Lafinur fueron repatriados por el gobierno de la provincia de San Luis en el año 2007 y descansan actualmente en su pueblo natal, depositados en un Mausoleo construido con un diseño muy original en relación al ajedrez, en granito rosado y blanco, y es un sitio de recordación permanente.
También en el lugar, al pie del cerro Tomolasta a 2000 mts de altura sobre el nivel del mar, fue erigido en honor al poeta el Museo de la Poesía Manuscrita, inaugurado el 8 de agosto de 2007.

Para conocer más:

John Locke FRS (Wrington, Somerset, 1632 – Oaks, Essex, 1704) fue un filósofo y médico inglés, considerado como uno de los más influyentes pensadores del Siglo de las Luces y conocido como el «Padre del Liberalismo Clásico».

FRS la sigla en inglés significa Miembro de la Royal Society. Es un honor concedido para distinguir científicos y una categoría de afiliación de la Royal Society. Los miembros tienen derecho a poner las letras FRS después de su nombre. Son elegidos hasta 44 miembros cada año mediante votación de los miembros existentes. Los candidatos deben ser nacionales o residentes en Reino Unido, la República de Irlanda o en países de la Commonwealth. Científicos destacados de otros lugares pueden pertenecer como miembros extranjeros.

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Edith Södergran en el país que no existe

Semblanza de Edith Södergran – Vida y obra de la escritora y poetisa, creadora de la obra El país que no es. 

Edith Södergran - El país que no esEl último libro de Edith Södergran fue publicado de manera póstuma en el año 1925 con el título El país que no es, gracias al gran trabajo de recopilación del poeta y compositor finlandés Elmer Rafael Diktoniusy. Sugieren sus versos al leerlos, la existencia de un sitio idealizado, de un espacio indefinible o un lugar de encuentro nuevo e incomprobable creado por la febril imaginación de una autora consciente que, como toda utopía, su logro era casi irrealizable.

Buscabas una flor y hallaste un fruto.
Buscabas una fuente y hallaste un mar.
Buscabas una mujer y hallaste un alma:
estás decepcionado.
(Al atardecer refresca el día…- fragmento-)

Sus poemas denotan la agobiante tristeza causada por una realidad insuficiente o incompleta, también un profundo malestar existencial en constante búsqueda de la identidad inalcanzable. Son poesías de palabras resignadas que intentan encontrar en el país que no existe, esas puertas que una vez abiertas permitirían retratar y plasmar su verdadero horizonte, quizás ofrecido como una salida parcial o compensatoria o un reflejo del camino de preparación hacia su propio destino, que había elegido la escritora.

Edith Irene Södergran, poetisa de ascendencia finlandesa pionera de la poesía en idioma sueco en Finlandia, nació en la ciudad rusa de San Petersburgo (en esos años perteneciente al imperio zarista) el 4 de abril de 1892, en el seno de una acomodada familia burguesa. Su padre, Matts Södergran, trabajador en una compañía de Alfred Nobel, se casó en 1890 con Helena Lovisa Holmroos, heredera de exitosos negocios en la fundición de metales.

Estudió en la prestigiosa Petri-Schule alemana de su ciudad natal, institución donde aprendió inglés, francés, ruso y alemán. Sus primeras incursiones en el mundo de las letras tuvieron lugar en 1902 con escritos en idioma alemán de corte crítico y analista; le siguieron poemas en alemán y sueco con marcada influencia de los poetas germanos Heinrich Heine y Johann Wolfgang von Goethe; con el transcurso del tiempo, la escritora adoptaría definitivamente para su producción literaria la lengua materna, el sueco. No obstante, los germanismos se convirtieron en una constante en su lenguaje.

Contrajo la misma enfermedad que tenía su padre, tuberculosis, dolencia que la afectó desde sus 17 años; aprovechó su estancia en varios hospitales, suecos, de Suiza y otros países de Europa, para estudiar las corrientes expresionistas y futuristas, también para interiorizarse acerca de las letras e historia de Italia y comenzar a leer a Dante. En ese contexto, se enamoró de su médico (un hombre casado y mucho mayor que ella), y descubrió el legado de Charles Dickens, William Shakespeare y Walt Whitman.

Los temas relacionados con la muerte, muy populares entre los decadentes, empezaron a aparecer en su poesía.

En 1914 regresó a Finlandia, llena de esperanzas con respecto a su futuro. Al año siguiente, conoció en Helsinki al escritor Arvid Mörne (1876-1946), que la animó a seguir escribiendo. Se cree que un encuentro casual con el filólogo Hugo Bergroth (1866-1937) fue el motivo por el que dejó de escribir en alemán, optando por la lengua sueca.

Poco antes del comienzo de la Primera Guerra Mundial se instaló con su madre en la casa de verano en Raivola. Tiempo después, en 1916, publicó su primer libro que tituló «Poemas». Este poemario no tuvo la aceptación de la crítica ni de los lectores que ella esperaba y Edith hasta fue ridiculizada por ser la autora de sus versos.

Sin embargo no se rindió y en 1918 editó «Lira de septiembre», libro que, generó dispares interpretaciones dando lugar a frecuentes debates acerca del estado de su salud mental; pero que, en realidad, la autora utilizaba reflejando fuertes visiones inspiradas en el pensamiento de Friedrich Nietzsche y en una euforia sensual dionisíaca, para demostrar al mundo que ni la Guerra Civil finlandesa, ni la sangrienta Revolución rusa, ni la tuberculosis, mucho menos las críticas negativas, la harían dejar de escribir poesía.

Conoció además en el devenir de su vida a numerosos escritores: Hans Ruin, Jarl Hemmer, Runar Schildt y Eino Leino. Pero la personalidad más importante para ella fue la crítica y escritora Hagar Olsson, quien fue a Raivola a visitarla; manteniendo ambas con posterioridad, una cálida amistad a través de la correspondencia.

De su excelente producción lírica sobresalen algunos poemas memorables:

La noche estrellada
Inútil dolor,
inútil espera,
el mundo está vacío como tu risa.
Caen las estrellas,
noche fría y espléndida.
El amor sonríe en el sueño,
el amor sueña la eternidad…
Inútil temor, inútil pena,
el amor es menos que la nada,
de la mano del amor al abismo se desliza
el anillo de la eternidad.

La última flor del otoño
Yo soy la última flor del otoño.
Fui mecida en la cuna del verano,
fui puesta en guardia contra el viento del norte,
rojas llamas florecieron
en mis albas mejillas.
Yo soy la última flor del otoño.
Soy la simiente más joven de la primavera difunta,
es tan fácil ser la última en morir:
he visto el lago tan mágico y azul,
he oído latir el corazón del verano difunto,
mi cáliz sólo contiene la semilla de la muerte.
Yo soy la última flor del otoño.
He visto sus profundidades estelares,
he contemplado la luz de cálidos hogares lejanos,
es tan fácil seguir la misma senda,
cerraré las puertas de la muerte.
Yo soy la última flor del otoño.

El ansia de los colores
Porque soy pálida amo el rojo, el amarillo y el azul,
la gran blancura es melancólica como el crepúsculo en la nieve,
como cuando la madre de Blancanieves a la ventana se sentaba
anhelando también para sí el rojo y el negro.
El ansia de los colores es el de la sangre. Si tienes sed de belleza
cerrar debes los ojos y mirar en tu propio corazón.
Pero la belleza teme al día y a las miradas excesivas.
Pero la belleza no soporta el ruido ni los movimientos excesivos –
no debes llevar tu corazón hasta los labios,
perturbar no debemos los nobles anillos de la soledad y del silencio, –
¿se puede hallar algo más grande que un enigma sin resolver
y con extraños rasgos?
Taciturna seré toda mi vida,
una habladora es como el gárrulo arroyo que a sí mismo se traiciona,
un árbol solitario seré yo en la llanura,
los árboles del bosque perecen de ansia después de la tormenta,
debo estar sana de pies a cabeza y tener dorados rayos en la sangre,
debo ser inocente y pura como una llama de húmedos labios.

Virgen moderna
No soy mujer. Soy un neutro.
Soy un niño, un paje y una osada decisión,
soy un rayo risueño de un sol escarlata…
Soy una red para todos los peces golosos,
soy un brindis en honor a todas las mujeres.
soy un paso hacia el azar y la ruina,
soy un salto en la libertad y en el yo…
Soy el murmullo de la sangre en el oído del hombre,
soy un escalofrío del alma, el ansia y la negación de la carne,
soy el anuncio de nuevos paraísos.
Soy una llama inquisitiva e intrépida,
soy agua, honda mas audaz hasta las rodillas,
soy fuego y agua sinceramente unidos por libre decisión.

La suya es un poesía profunda, sentida, lírica e intimista, devela angustia, dolor oculto y cierto abatimiento, sin dejar de lado una veta romántica y una sutil dosis de erotismo. Edith Södergran fue la iniciadora de la poesía modernista en su país y en esa ámbito solamente se le puede comparar Katri Vala, otra notable poetisa que resaltó en las letras finesas de la primera mitad del siglo XX

Su obra literaria más destacada incluye: «Dikter» (Poemas – 1916), «Septemberlyran» (Lira de septiembre – 1918), «Rosenaltaret» (El altar de las rosas – 1919), «Framtidens skugga» (La sombra del futuro – 1920) y «Landet som icke är» (La tierra que no es – edición póstuma 1925).

Como se describe frecuentemente en la historia biográfica de la mayoría de los poetas de ese tiempo, mientras vivió, su obra no fue comprendida ni plenamente reconocida en su dimensión.

Edith escribió en una de sus páginas una frase contundente «Primero vemos lo más crudo de la verdad, es decir, la verdad misma. Lo más importante: la persona que la dice, sólo es vista mucho más tarde».

La vida
Yo, mi propia prisionera, he aquí lo que digo:
la vida no es la primavera vestida de terciopelo verde claro
ni una caricia raramente recibida,
la vida no es una decisión de partir,
ni dos brazos blancos que nos retienen.
La vida es el círculo estrecho que nos tiene prisioneros,
el círculo invisible que no franquearemos jamás
la vida es la felicidad próxima que nos huye
y mil pasos que no nos decidimos a dar.
La vida es despreciarse a sí mismo
y estar inmóvil en el fondo de un pozo
y saber que el sol brilla allá arriba
y que pájaros de oro atraviesan el cielo
y que los días vuelan rápidos como flechas.
La vida es hacer un breve gesto de adiós,
volver a casa… y dormir.
La vida es un ser extraño para uno mismo
y una máscara para todos los que vienen.
La vida es maltratar su propia felicidad
y rechazar el instante único,
la vida es creerse débil y no atreverse.

(traducción de Javier Sologuren)

Como consecuencia de la expropiación de todos los bienes de la familia durante la Revolución Rusa de 1917, quedaron desprotegidos y en la ruina económica; obligada entonces a vivir bajo condiciones durísimas, humillantes y de extrema pobreza, Edith Södergran comenzó a sufrir ataques depresivos de intensidad creciente. Perdida en ensoñaciones de crepúsculos violáceos y entre las pálidas flores de jardines melancólicos, continuaba escribiendo a pesar de todo.

Pero la terrible depresión continuó afectando a Edith Södergran cada vez más agravando su otra enfermedad. Entre el anochecer del 23 de junio de 1923 y el amanecer del 24, en la noche de San Juan y día de celebración en Finlandia como en otros países nórdicos, en medio del silencio desolado del bosque blanco, Edith expiró acompañada en el momento final sólo por su madre. La escritora del tono dulcemente melancólico y espiritual para quien la poesía era mucho más que un fín en si mismo, había dejado debajo de la almohada dos poemas, resumiendo esa mezcla de naturaleza ardiente y postración obligada que la atormentaba. No olvidó en esos instantes un irónico saludo a manera de último desafío: «Muerte, ¿por qué te quedas en silencio?».

Raivola se convertiría pocos años después, en un lugar de peregrinación para los muchos lectores admiradores de su legado literario.

Para conocer más:

La noche de San juan, también llamada víspera de San Juan, es una festividad de origen pagano (Litha) celebrada el 23 de junio, víspera del día de San Juan Bautista, en la que se suelen encender hogueras o fuegos.

El origen de esta costumbre se asocia con las celebraciones en las que se festejaba la llegada del solsticio de verano, el 21 de junio en el hemisferio norte, cuyo rito principal consiste en encender una hoguera. La finalidad de este rito era «dar más fuerza al sol», que a partir de esos días iba haciéndose más «débil». Los días se van haciendo más cortos hasta el solsticio de invierno. Simbólicamente, el fuego también tiene una función «purificadora» en las personas que lo contemplaban.
Se celebra en muchos países de Europa, aunque está especialmente arraigada en España, Portugal, Noruega, Dinamarca, Suecia y Finlandia.

Raivola (localidad ubicada en territorio de Finlandia en esa época. Desde finales de la Segunda Guerra Mundial pasó a llamarse Roshchino y forma parte de Rusia)

La versión traducida de los cuatro poemas que figuran en primer término, corresponde a la autoría de Renato Sandoval e Irma Sítanen.

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