Semblanza de René François Armand Prudhomme – Un humilde homenaje
El 10 de diciembre de 1901, René François Armand Prudhomme fue galardonado, en una decisión que generó polémica, con el Primer Premio Nobel de Literatura de la historia, que adjudicaba la Academia Sueca. El premio le fue otorgado en mérito a «un especial reconocimiento a su composición poética, que daba evidencia de gran idealismo, perfección artística y la rara combinación de las virtudes del corazón, del espíritu y las del intelecto». Por ello es que elaboramos esta Semblanza de René François Armand Prudhomme,
Prudhomme había nacido el 16 de marzo 1839 en París (Francia) y cuando tenía apenas dos años de edad, perdió a su padre al que solían llamar por el apodo de «Sully». En su recuerdo adoptó el mismo seudónimo ‘Sully Prudhomme».
En su etapa formativa, inició estudios de ingeniería y leyes, que luego cambió por los de Filosofía y Literatura. Sería precisamente esta última, la que trazaría su camino en la vida, cuando decidió consagrarse plenamente a la poesía.
Sus primeros versos, aparecidos en el libro «Estancias y poemas», son de carácter lírico y melancólico. Entre ellos destaca «El jarrón roto» (Le Vase brisé), su poema más conocido y celebrado.
Su intención era crear una lírica científica e impersonal para los tiempos modernos: cantar las emociones y los sentimientos, pero sin personalizarlos jamás.
Desbordaba arte y pesimismo y compuso estructuras de grandes pretensiones, aunque un poco frías en consideración de sus críticos.
Prudhomme tenía ideas claras sobre el papel de la poesía y los poetas: era contrario a la exaltación del romanticismo, entendía el arte como la expresión pura de la belleza, libre de cualquier influencia exterior, tan impersonal y no contaminada por el compromiso social o político.
Esta visión de «paneles de la perfección» lo llevó a formar parte del movimiento del Parnaso, aunque su estilo propenso a la filosofía y la ciencia, era notoriamente personal.
El Parnaso no fue una escuela literaria, sino un grupo de escritores interesados principalmente en la belleza formal. Y dentro de esta corriente, Sully Prudhomme fue el autor que se abrió más a las emociones íntimas, a los impulsos de la conciencia.
Publicó «Les Vaines tendresses», y «Les Solitudes» que constituyen dentro de su obra, lo más representativo dentro de ese estilo Parnasiano.
Era un autor de palabra precisa, de rima sólida y verso bien hecho.
Los poemas sentimentales son los más numerosos de esta primera parte de su vida.
Luego de esa etapa del Parnaso, Sully Prudhomme se vio atraído por temáticas más científicas y filosóficas y se manifestaba con conceptos tan abstractos, que necesitaban numerosas citas de pie de página para ser interpretados y entendidos.
Estas circunstancias, terminarían alejándolo de sus contemporáneos y de los lectores.
La guerra Franco-Prusiana, que vio a París asediada por los alemanes en 1870, lo llevó a alistarse y participar activamente en la contienda, hecho que le ocasionó graves problemas para su salud.
Escribió acerca de este evento bélico, en «Impresiones de la guerra», en 1872, y «La France», en 1874.
En ese mismo año mueren su madre, su tío y su tía y él mismo sufrió un derrame cerebral que casi le paralizó la parte inferior del cuerpo, condición ésta, contra la que tendría que lidiar por el resto de su vida.
En 1881 fue designado miembro de la Academia Francesa.
Dos obras: «La justicia» (1878) donde comulga con las ideas positivistas y en la que expresó en verso su pensamiento filosófico y «La dicha» (1888) editadas en esa época, se consideran obras maestras de sutileza analítica, pero son difíciles de entender y de árida lectura para no iniciados.
Entre 1883 y 1908 se publicaron ocho volúmenes de sus obras, bajo el título «Oeuvres».
El dinero obtenido por el premio Nobel, lo donó a la Asociación de Escritores Franceses (más tarde Poetas), para ayudar a los poetas noveles con la publicación de su primer libro.
Ya seriamente afectado por la parálisis, debió dejar de lado toda actividad en sus últimos años y murió en su villa en Chatenay-Malabry, cerca de París, el 6 de septiembre de 1907.
Sully Prudhomme, buscó con afán durante toda su vida, lograr una expresión directa y simple. Notablemente influenciado por Lucrecio, se involucró profundamente en la obra de este poeta y filósofo romano (99-55 a.C.), de quien publicó una traducción de su primer volumen «Sobre la naturaleza de las cosas» (Rerum Natura), junto con el prefacio.
Lucrecio defendía en su poema didáctico, las doctrinas epicúreas y afirmaba, entre otras cosas, que se debía guiar la vida por los principios de la verdad.
Para las generaciones de hoy, Prudhomme es un perfecto extraño. Su obra ha caído completamente en el olvido y su nombre figura tan solo en los círculos literarios más restringidos y selectos o en las instituciones dedicadas al estudio de la poesía francesa.
A pesar del trasfondo melancólico de su poemas y la mirada epicúrea del mundo, fue considerado el poeta de la vida, de la alegría, de la belleza, la energía y la novedad.
Levantó la poesía de la penumbra en que la había sumido el pesimismo durante toda una generación y le insufló la creencia, de que el camino hacia la felicidad pasa por el dolor, el autosacrificio y el amor fraternal.
Tras sufrir un desengaño amoroso en su juventud (hecho quizá por el que se mantuvo soltero toda su vida) se concentró en sus estudios de filosofía y en escribir poesía.
Los «pensamientos» sobre el significado y conceptos que él tenía del amor, pueden interpretarse a través de la lectura de frases reflejadas en su obra:
«El hombre es dueño de arraigar el amor en su corazón; sólo hace falta que no lo corrompa dividiendo su naturaleza.
El amor es, al mismo tiempo, sensación y pensamiento, como la belleza misma es forma y expresión.
El amor está incompleto sin el beso, y también sin la ternura y la estimación.
El arte de amar consiste en saber mezclar esas dos fuentes de felicidad en proporciones iguales y no secarlas nunca.
Cuando se ha pretendido apurar de un solo trago el agua de la voluptuosidad se ha encontrado que es bien poca cosa.
El amor es esencialmente indivisible en sus placeres, y sólo es bueno cuando se paladea. La razón de esto es muy sencilla: el placer sensual, por grande que sea, es limitado y definido, pero la imagen que de él nos hacemos no tiene más límites que los que pueda tener la imaginación.
Por otra parte, el amor moral, es decir, el sentimiento, no tiene medida en el corazón, supera siempre la intensidad de la crisis física; de ahí nace la penosa sensación de una
desproporción entre el amor del corazón y el amor de los sentidos, que es expresión de aquél; como ambos amores son inseparables, la saciedad se comunica de uno a otro.
Así, pues, nada es más fácil ni tampoco más funesto que la relajación; el que quiere alcanzar los extremos de la voluptuosidad, pronto lo consigue.
En cambio, el hombre sensato se dosifica y reserva el placer; no consume de una vez su tesoro, sabe hacer infinito el amor físico, inagotable como el amor moral.
Los hombres sensuales, debieran comprender que del trato con la mujer obtenemos más placeres tanto más delicados y encantadores cuanto más la respetemos.
A la misma voluptuosidad le interesa el pudor.»
Esperamos hayan disfrutado esta pequeña semblanza de René François Armand Prudhomme y puedan visitar el resto de la página para encontrar otras notas de interés.
GECD – junio de 2016
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