Palabras, pensamientos, sentimientos y el último verso de Antonio Machado
Los días fríos y ventosos de aquel enero, transcurrían llevando mucho dolor y pena a la España convulsionada del año 1939. No era un invierno más. El gobierno de la Segunda República acababa de ser derrotado y el horror infame de la guerra civil, habiendo cobrado ya innumerables víctimas, comenzaba a arrastrar a miles de republicanos vencidos en la contienda, hacia un abismo infernal en la búsqueda desesperada de alguna vía de escape, que les evitara mayor sufrimiento o incluso la muerte.
«Estos días azules y este sol de la infancia»
Atrás quedaban las anónimas fosas comunes, los antiguos compañeros que compartieron lucha e ideales y millones de compatriotas desesperanzados y sumidos en la miseria. Hacia adelante se avizoraban, inexorablemente, un camino difícil y un viaje lastimoso que llevaba al destierro. El exilio y el desarraigo eran entonces, el destino obligado de quienes habían perdido todo en la vida.
Antonio Machado, aquel hombre, aquel genial poeta que abordó tantas veces en sus letras el concepto y la definición de una España muy distinta a la que la realidad mostraba; integraba en compañía de su madre anciana y de su hermano José, esa inmensa caravana fugitiva que, habiendo partido de Barcelona ante la inminente ocupación de la ciudad, buscaba pasar a tierra francesa bajo el hostigamiento permanente de la aviación alemana al servicio de Francisco Franco.
Por fortuna para él y los familiares que lo acompañaban, a fines de enero de ese caótico 1939, superando incontables adversidades, perdiendo los equipajes en el trayecto, durmiendo en un vagón de tren estacionado en una vía muerta; lograron finalmente llegar al pequeño pueblo costero de Collioure, al sur de Francia. El grupo encontró albergue el día 28 de enero en el Hotel Bougnol-Quintana, propiedad de gente amiga, quedando allí a la espera de una ayuda que nunca llegaría.
Hospedado en la habitación del hotel que sería su última morada, el eximio poeta a sus 63 años, se sentía cansado, debilitada su salud por afecciones pulmonares derivadas de su excesiva adicción al tabaco y acosado por los recuerdos y las noticias que recibía acerca de la crítica situación en su terruño. Tenía ante sí un panorama desolador que ensombrecía sus ojos y deterioraba día a día su espíritu, sentía que su alma fatigada no podría sobrevivir a la pérdida de la España de sus afectos invalorables, ni sobreponerse a la angustia del destierro. Presentía claramente que se aproximaba el final de su vida, y pensaba «Cuando ya no hay porvenir, por estar cerrado el horizonte a toda esperanza, es ya la muerte lo que llega».
Todavía no había transcurrido un mes de estadía en tierra francesa, cuando un día Antonio Machado abstraído, inmerso en una profunda tristeza, salió a caminar y se detuvo un largo rato observando el mar con resignada melancolía. Regresó al hotel pensativo y al día siguiente, a las tres y media de la tarde de un 22 de febrero de 1939, miércoles de ceniza; su corazón cansado exhaló un último suspiro y le sobrevino la muerte tan inevitable como piadosa. Todos los habitantes del pueblo se sintieron conmovidos y la mayoría participó respetuosamente del entierro. Seis milicianos, envolviendo el féretro con la bandera de la República española, lo llevaron en hombros hasta el cementerio.
Revisando sus pertenencias, su hermano José encontró en un bolsillo del viejo y desgastado abrigo del poeta, un papel arrugado y maltrecho con tres anotaciones escritas a lápiz: La primera reproducía en inglés las palabras con las que comienza la primera frase del soliloquio del personaje principal de Hamlet, “To be, or not to be, that is the question” («Ser o no ser, ésa es la cuestión”), la segunda anotación modificaba una de las cuartetas a Guiomar, su gran y secreto amor.
Y por último, resumiendo una vívida nostalgia en medio de tanta desazón e incertidumbre, el último verso que escribiera en su vida, expresando en un solo renglón pocas y conmovedoras palabras: “Estos días azules y este sol de la infancia…” quizá, como malogrado comienzo de un poema que quedaría definitiva e irremediablemente inconcluso.
En esa anotación, no pudo ser casual su referencia a la niñez tan frecuentemente rememorada en su obra literaria, en la que abundan bellísimos y enigmáticos poemas dedicados a la infancia.
¿Cómo no evocar el lirismo vigente eternamente en los versos de «Retrato»? …«Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla, y un huerto claro donde madura el limonero…»
Cómo no recordarlo además, a través de estos otros poemas inolvidables:
Sol de invierno
Es mediodía. Un parque.
Invierno. Blancas sendas;
simétricos montículos
y ramas esqueléticas.
Bajo el invernadero,
naranjos en maceta,
y en su tonel, pintado
de verde, la palmera.
Un viejecillo dice,
para su capa vieja:
«¡El sol, esta hermosura
de sol!…» Los niños juegan.
El agua de la fuente
resbala, corre y sueña
lamiendo, casi muda,
la verdinosa piedra.
Recuerdo infantil
Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de lluvia tras los cristales.
Es la clase. En un cartel
se representa a Caín
fugitivo, y muerto Abel,
junto a una mancha carmín.
Con timbre sonoro y hueco
truena el maestro, un anciano
mal vestido, enjuto y seco,
que lleva un libro en la mano.
Y todo el coro infantil
va cantando la lección:
«mil veces ciento, cien mil;
mil veces mil, un millón.»
Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de la lluvia en los cristales
Su nombre completo era Antonio Cipriano José María Machado Ruiz, admirador de Bécquer, al que llamó «poeta lírico, sin retórica». Fue un hombre íntegro, muchas veces imbuido por el escepticismo y el desengaño pero siempre persiguiendo una actitud de paz.
Sus fuentes de inspiración fueron el romanticismo, el amor, el dolor, la guerra, la paz, la miseria, la fugacidad de la existencia y su eterna preocupación por la querida España.
También se hermano José relataría tiempo después, que su madre, Ana Ruiz Hernández, saliendo por unos instantes del estado de inconsciencia producido por su enfermedad y las penurias del viaje, y al ver vacía la cama de su hijo junto a la suya, preguntó por Antonio con ansiedad. No creyó las compasivas mentiras que le dijeron como respuesta y comenzó a llorar sin consuelo. Tres días después, el 25 de febrero, fallecía cumpliendo involuntariamente la promesa que formulara en voz alta en Rocafort, en la casa que les sirviera de refugio durante la guerra fraticida, «Estoy dispuesta a vivir tanto como mi hijo Antonio».
Alguna vez, Antonio Machado escribió en una cita que desnudaba sus sentimientos más íntimos: «Hoy es siempre todavía, toda la vida es ahora. Y ahora, ahora es el momento de cumplir las promesas que nos hicimos. Porque ayer no lo hicimos, porque mañana es tarde. Ahora.»
Tal vez por eso, su entrañable amigo Miguel de Unamuno lo describió así: «Antonio Machado fue el hombre más descuidado de cuerpo y más limpio de alma de cuantos yo haya conocido».
Para conocer más:
La historia del matrimonio de Antonio Machado está descripta en todas sus biografías. En 1907, trabajando en Soria como catedrático de Francés conoció a Leonor Izquierdo adolescente y se casó con ella cuando la jovencita aún no cumplía sus 16 años; poco tiempo después, en 1912, ella enferma y muere de tuberculosis, tragedia esta, que acentuó la melancolía y la tendencia a la soledad del poeta. En ese mismo año publica «Campos de Castilla», donde manifiesta su inmenso dolor a través de versos conmovedores: «Señor ya me arrancaste lo que yo más quería… / Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar/A un olmo seco».
En su edad madura Machado conoció a Pilar de Valderrama Alday, una poetisa y dramaturga madrileña, 16 años menor, que arrastraba un matrimonio conflictivo. Pilar se convertiría en la «Guiomar» de sus versos y en el gran amor de su vida.
Cuando se publicaron de manera póstuma las memorias de la poetisa en el libro «Si, soy Guiomar», aparecieron incluidas muchas de las cartas, que dan por cierta la íntima y apasionada relación que había tenido con el extraordinario poeta sevillano.
Si te ha interesado la nota por favor valora la misma para los demás lectores:
Me trae a la memoria mis tiempos de estudiante secundario,y también por cierto, a un excelente profesor de castellano de aquel entonces.Grandes valores de la lengua española,Antonio Machado-Saludos.
Saludos a usted Mario, Gracias
Muy buena nota acerca de un gran poeta.
Gracias Hernan por leernos
Muy muy triste. Gracias.
Gracias por traerlo a nuestros recuerdos.
Gracias a usted por seguir el blog
increíble poeta. gracias
Gracias a usted por seguir el blog
Tan capaz,de decir tanto,en simples y escasas estrofas.-
es uno de los grandes poetas españoles, en el siglo pasado junto a lorca y hernández una trilogía de oro. sus poemas prácticamente no tienen desniveles son todos de una gran calidad.
Muy interesante esta historia. Me gusta «Hoy es siempre todavía y toda la vida es ahora…. Y sigue»
No pasado ni futuro, ahora..
Bonitodom
Muchas gracias por seguir el blog Domingo
Que hermoso comentario sobre este gran poeta , gracias ahora voy a leer sobre Guiomar
Gracias Eva por seguir el blog
¡Tremendo poeta! Sus versos siempre dan ganas de volver a leerlos, sintiendo que cada vez es mayor el disfrute… ¡Gracias por estas publicaciones!
Excelente nota sobre un poeta tan querido,cuyos versos me han acompañado desde la adolescencia.Gracias por publicarlo!