Benito Pérez Galdós – Creador de un estilo narrativo singular y genial
La privilegiada historia literaria española tuvo en Benito Pérez Galdós, a uno de los más renombrados cultores de la novela realista de fines del siglo XIX y principios del siglo XX en la península ibérica y también uno de los más importantes escritores en esta lengua a nivel universal.
Benito María de los Dolores Pérez Galdós, prestigioso novelista, dramaturgo y cronista nació el 10 de mayo de 1843 en el seno de una familia de clase media de Las Palmas de Gran Canaria (España). Era el décimo hijo del coronel de ejército Sebastián Pérez y de Dolores Galdós, una dama de carácter fuerte, hija de un antiguo secretario de la Inquisición. Su padre le inculcó la pasión por las narraciones históricas contándole asiduamente historias de la Guerra de la Independencia, en la que había participado, circunstancia que desarrolló en el niño tímido y reservado, que amaba la música y la pintura, una imaginación desbordante y el interés por los libros.
Benito Pérez Galdós recibió una estricta educación religiosa; en 1852 ingresó en el Colegio de San Agustín, que aplicaba una pedagogía activa y bastante avanzada para la época, eran los años en que empezaban a difundirse por España las polémicas teorías darwinistas; cursó y obtuvo posteriormente el título de Bachiller en Artes siempre en su terruño para, en 1867, trasladarse a Madrid con la intención de estudiar derecho, carrera que abandonó al poco tiempo de iniciar, para dedicarse plenamente a la labor literaria. Desde muy joven, se identificó con las ideas del liberalismo, doctrina que guió sus primeros pasos en la política y se definió como un progresista anticlerical.
En Madrid entró en contacto con el krausismo de Francisco Giner de los Ríos, que fue su mentor. En esos años juveniles acudía con frecuencia a las tertulias literarias y al Ateneo madrileño.
En 1865 presencia los acontecimientos sucedidos en la llamada “Noche de San Daniel”, cuyos terrible sucesos lo impresionaron vivamente: «Presencié, confundido con la turba estudiantil, el escandaloso motín de la noche de San Daniel —10 de abril del 65—, y en la Puerta del Sol me alcanzaron algunos linternazos de la Guardia Veterana, y en el año siguiente, el 22 de junio, memorable por la sublevación de los sargentos en el cuartel de San Gil, desde la casa de huéspedes, calle del Olivo, en que yo moraba con otros amigos, pude apreciar los tremendos lances de aquella luctuosa jornada. Los cañonazos atronaban el aire… Madrid era un infierno». Solía comentar el gran escritor.
En 1868, un viaje a París, le permitió descubrir a los grandes novelistas franceses de su tiempo. De regreso en Madrid, comenzó a traducir a Charles Dickens además de escribir obras para teatro y trabajar para periódicos y revistas escribiendo artículos y colaboraciones basadas en poesías satíricas, ensayos y algunos cuentos. Continuó así hasta que, en 1870, se decidió a publicar con dinero prestado por un familiar, su primera novela: «La Fontana de oro». (En esa época, la publicación de un libro se hacía gracias a la ayuda de los periódicos y de las revistas o corría a cuenta del autor).
También comenzó a redactar y publicar la que, con los años, se convertiría en su obra cumbre: “Episodios nacionales”, donde cuenta la vida de los españoles del siglo XIX, inmersa en la problemática de los diferentes sucesos históricos que fueron aconteciendo y que marcaron el destino colectivo del país. El éxito inmediato de la primera serie lo indujo a seguir, hasta que finalmente formó la enorme colección completa de novelas enlazadas.
Para conocer bien a España, Benito Pérez Galdósrecorrió su territorio en vagones de ferrocarril de tercera clase, codeándose con gente de condición miserable y hospedándose en posadas y hostales de mala muerte. Acostumbraba levantarse temprano y escribir regularmente hasta las diez de la mañana, a lápiz, porque protestaba que la pluma le hacía perder el tiempo. Después salía a pasear por Madrid a espiar conversaciones ajenas (de ahí la cautivante frescura y variedad de sus diálogos) y para observar detalles que luego incorporaba a sus novelas. A primera tarde leía en español, inglés o francés; prefiriendo los clásicos ingleses, castellanos y griegos, en particular Shakespeare, Dickens, Cervantes, Lope de Vega y Eurípides, cuya obra conocía en detalle. En su madurez empezó a leer a León Tolstoi. Pérez Galdós adoraba la música y durante mucho tiempo también hizo crítica musical.
Fue siempre bien visto por sus coetáneos en el terreno profesional, siendo considerado un gran escritor y un novelista de éxito que participaba en interesantes tertulias frecuentadas por lo más granado de la cultura. Autor de citas y pensamientos de profundo contenido filosófico «La experiencia es una llama que no alumbra sino quemando» escribió alguna vez. Poseía una especial sensibilidad por el lenguaje popular; Pío Baroja decía de él que «sabía hacer hablar» al pueblo. Consciente de esta gran virtud, solía utilizar a menudo el diálogo en sus trabajos.
Prolífico autor de una inmensa obra narrativa: Escribió treinta y dos novelas, cuarenta y seis episodios nacionales, veinticuatro obras de teatro e infinidad de prólogos, artículos, cuentos y críticas literarias.
En ese legado destacan. Novelas: «La Fontana de Oro»; «La sombra»; «Doña Perfecta»; «Gloria»; «La familia de León Roch»; «Marianela»; «Tormento»; «Lo prohibido»; «Fortunata y Jacinta»; «Miau»; «Torquemada en la hoguera»; «Realidad»; «Tristana»: «Misericordia» y «El abuelo».
Episodios nacionales: «Trafalgar»; «La Corte de Carlos IV»; «Bailén»; «La Batalla de los Arapiles»; «Memorias de un cortesano»; «El Terror»; «Los Apostólicos»; «Un faccioso más y algunos frailes menos»; «La estafeta romántica»; «Bodas reales»; «Los duendes de la camarilla»; «La Revolución de Julio»; «La vuelta al mundo en la Numancia»; «Carlos VI en la Rápita»; «España sin Rey»; «España trágica»; «La Primera República» y «De Cartago a Sagunto».
Benito Pérez Galdós – Narrativa breve: «La novela en el tranvía» .
Teatro: «Realidad»; «La loca de la casa»; «La de San Quintín»; «Los condenados»; «Doña Perfecta»; «Electra»; «Casandra»; «Celia en los infiernos»; «El tacaño Salomón»; «Santa Juana de Castilla» y «Antón Caballero»(inacabada).
Los biógrafos e historiadores que analizaron la obra de Benito Pérez Galdós, se han basado sobre todo en el singular estilo narrativo que desplegaba en sus escritos. La primera clasificación completa corresponde a Joaquín Casalduero, que en su libro “Vida y obra de Galdós”, desmenuza el desarrollo interior de la obra galdosiana y la sensibilidad e ideas que regían su creación, señalando en su trayectoria la evolución de lo material hacia lo espiritual y psicológico y hacia los llamados valores humanos universales.» , Casalduero también opinaba que: “Galdós ya no se siente atraído por la cantidad de detalles, sino por la calidad. A medida que penetra más en el mundo espiritualista, siente más fuertemente la necesidad de una forma de expresión que le permita pasar de lo objetivo a lo subjetivo».
Influenciado por Honoré de Balzac, Charles Dickens y Émile Zola; describió con estudiado realismo ambientes y personajes, configurando retratos sociales admirables. Su estilo transparente, académico y castizo buscaba la naturalidad evitando cualquier artificio retórico, a fín de ofrecer, según los postulados estéticos realistas, la interpretación más acertada posible de lo que pretendía expresar. Tenía un dominio imperceptible y fino del humor y la ironía.
Había comenzado cultivando una novela de tesis, en que los personajes aparecían definidos por un patrón que los dividía entre reaccionarios y liberales, se interesó luego por los aspectos más costumbristas y por facetas más espirituales de los personaje intentando describir la burguesía española de su época y así buscar sus orígenes en la historia reciente a través de la novela histórica. También ensayó otras exitosas fórmulas de relato, como la novela dialogada.
El mérito de Benito Pérez Galdós fue el de haber transformado el panorama novelesco español de aquellos tiempos, dando vida al realismo y dotando de una gran expresividad a la narrativa.
En 1892 se dispuso a trabajar en procura de la reforma del teatro. El estreno de «Electra» (1901) constituyó un acontecimiento nacional: al terminar la representación los jóvenes modernistas acompañaron al autor hasta su casa en loor de multitud.
Poesia a un secreto de amor
Cultivó intensamente varios géneros literarios y entre ellos, su vena lírica no podía quedar marginada: dedicó este poema a un amor secreto que permaneció por siempre en el anonimato.
«A mi adorable Amor Secreto»
Mi amor es secreto, misterioso y oculto como las perlas,
que además de estar dentro de una concha,
están en el fondo del mar.
No tengo celos de nadie, porque su corazón es todo mío;
no tengo celos más que de la publicidad.
Odio de muerte a todo el que descubra y propale mi secreto.
Antes me arrancaré la lengua,
que pronunciar su nombre delante de otra persona.
Su nombre, su casa, su familia, todo es misterioso.
Yo me deslizo en la oscuridad, en oscuridad profunda
que no proyecte sombra alguna, y abro mis brazos para recibirla,
y los oscuros cuerpos se confunden en el negro espacio…
La vida privada y sentimental de Benito Pérez Galdós no ha sido muy estudiada, en parte por la discreción con que el mismo autor envolvió y mantuvo en reserva sus asuntos íntimos y de la que hizo gala incluso en sus «Memorias de un desmemoriado», intencionalmente anodinas. El mismo sostenía al respecto que «los escritores deben poner entre su persona y el público una pequeña Muralla China».
De rostro a veces extrañamente inexpresivo, callado, seco, usaba el pelo bien corto y para pasar inadvertido acostumbraba vestirse con tonos sombríos que daban a su figura un inverosímil aspecto de modestia. En invierno acostumbraba enrollarse al cuello una bufanda de lana blanca. No bebía, pero fumaba sin cesar cigarros de hoja y padecía atormentadoras migrañas.
La exagerada timidez que lo caracterizaba le hacía ser más que parco en palabras y siempre le costaba hablar en público. Pero por otra parte, estaba dotado de un proverbial poder de observación y una memoria visual asombrosa que sumada a una retentiva increíble, le permitían recordar capítulos enteros de libros que había leído y detalles insignificantes de paisajes que había visto solamente una vez, décadas atrás, atributos que fueron decisivos para jerarquizar su forma de escribir.
Solterón y monógamo por vocación, cliente frecuente de amores mercenarios y clandestinos. Nunca se casó, pero enamoradizo, poco fiel y muy inconstante en sus sentimientos, estuvo siempre acompañado de mujeres con las que mantuvo peculiares relaciones amorosas.
Poco trascendió de Teodosia Gandarias, como suele suceder en estas historias, más allá de que era una maestra muy culta. En 1907 quedó embarazada y posiblemente dio a luz a un hijo varón que murió. Cuando le comunicó su embarazo a Galdós, éste respondió: “¿será o no será? Estaremos con nuestros corazones a la expectativa. ¡Oh secreto de la naturaleza, oh milagro del tiempo, oh felicidad no por tardía menos soberana!”.
Prosiguiendo después: «Adorada Teo, vaporosa y preciosa: he recibido ayer tu bella carta. A lo que dices añado yo que si no existiera el amor, el mundo sería una sosería insoportable. Por él vivimos, y de las bestias nos diferenciamos por la espiritualidad del amor.»
Un año después continuaba escribiéndole: «Alma mía, todo mi ser es tuyo. Corazón y cerebro te pertenecen. Te quiero con pasión sosegada y segura, con inconmovible asiento».
Teodosia le escribió a Benito 239 cartas entre 1907 y 1915. Las cartas están en el archivo de la Casa-Museo Pérez Galdós.
Todo terminó sin explicaciones. Y ella fue su última historia de amor.
Actualmente también es conocida, una aventura que tuvo el gran escritor con la actriz española Concha Morell.
Las cartas olvidades del amor entre Benito Pérez Galdós y Emilia Pardo Bazán.
No obstante la prudente reserva de los protagonistas, el romance que más trascendió causando impacto y conmoción social, fue la relación de Péres Galdós con la condesa Emilia Pardo Bazán, una noble y aristócrata escritora, crítica literaria y catedrática española.
Él estaba en el apogeo de su carrera de escritor, iniciando su etapa naturalista, y Emilia acababa de publicar su libro «La cuestión palpitante», al mismo tiempo que iniciaba los trámites para una discreta separación conyugal de su marido. Benito y Emila iniciarían una relación amistosa de colegas que con el tiempo desembocó en una intensa y volcánica pasión sentimental y a la luz de las cartas publicadas en 1975 por Carmen Bravo Villasante, de subidos tintes eróticos.
Emilia Pardo Bazán (a quien se le atribuye haber introducido en España las ideas de Émile Zola acerca del naturalismo), era una de sus más sinceras confidentes y colaboradoras. Una mujer que frecuentemente desafiaba con palabras y actitudes, las costrumbres y principios moralistas establecidos por la rígida sociedad imperante en la época.
Benito tenía entonces 46 años y Emilia 38, cuando ella le escribió este apasionado y clarificador párrafo:“…Sí, yo me acuesto contigo y me acostaré siempre, y si es para algo execrable, bien, muy bien, sabe a gloria, y si no, también muy bien, siempre será una felicidad inmensa, que contigo y sólo contigo se pueda saborear, porque tienes la gracia del mundo y me gustas más que ningún libro”.
En otra oportunidad agregó: «Ven, no se me ocurre otra cosa. Ven a tomar posesión de estos aposentos escultóricos. Aquí está una buitra esperando por pájaro bobo, por su mochuelo. Yo no sé cómo es esto del amor; se me figura (sin ánimo de blasfemar) que en algo se parece a la eucaristía: non confractus, non divisus. Hay en mí una vida tal afectiva y física, que puedo decir sin mentir que soy tuya toda: toda, me has reconquistado de muchas maneras y más que nada te querré porque nunca me habías perdido; porque te quise ayer y te querré mañana; y quién sabe si mañana te querré de tal manera que no tengas queja alguna de mí, que ninguna espinita se te clave en el alma y ¿que pasemos juntos los últimos días de la vida amorosa? Ven, anda. Pon la cabecita aquí (ya sabes dónde) y yo te pasaré los labios suavemente por encima de la sien y de las mejillas. ¿Así? Otra vez».
Las cartas de amor de Pérez Galdós a la escritora no se conservaron, pero las de Pardo Bazán han sobrevivido (en parte) al paso del tiempo. Los esfuerzos detectivescos de los escritores Isabel Parreño y Juan Manuel Hernández, posibilitaron localizarlas y publicar el resultado con el título de “Miquiño mío”: Cartas a Galdós»
Estas cartas permiten seguir el proceso de acercamiento y separación entre los dos enamorados. Él era uno de los escritores favoritos de la familia de Emilia, así que las cartas de Galdós eran esperadas con interés en casa de la condesa. A medida que aumentaba la intimidad entre ambos, el escritor empezó a escribir dos cartas. Una era la que podían leer los familiares de Emilia Pardo Bazán y otra, secreta, la que sólo ella debía leer. El Sr. Don Benito Pérez Galdós de las cartas del principio acabó convirtiéndose en «Miquiño mío», «Miquiño del alma», “dulce vidiña”, “ratonciño del alma”, “amado roedor mío” y otros vocativos que Emilia utiliza para dirigirse a su amante en la correspondencia de respuesta, firmada con los apelativos de Porcia y Matilde, que empleaba para esos propósitos.
Estas cartas, fueron la muestra de la pasión irrefrenable que dominaba a la notable escritora y que a veces la llevaron a agredir los principios de la gramática, dedicando párrafos como este: “En cuantique te vea te como”.
A mediados de la década de 1890 la intimidad acabó, aunque el contacto epistolar continuó esporádicamente.
En 1886, a petición del presidente del partido liberal, Benito Pérez Galdós fue nombrado diputado por Puerto Rico, (un lugar que nunca conoció) desempeñando el cargo hasta 1890, a pesar de su poca predisposición para la actvidad pública. También fue éste el momento en que rompió definitivamente su relación secreta con Emilia Pardo Bazán, e inició una vida en común en Santander con Lorenza Cobián, una mujer analfabeta de condición humilde, que intelectual y culturalmente estaba muy lejos de Doña Emilia. Con Lorenza, tuvo una hija, lo que fue considerado una transgresión escandalosa y muy criticada por los referentes sociales de la época. Finalmente esta joven terminaría con su vida suicidándose.
Los años finales de Benito Pérez Galdós
Un laudo arbitral de 1897 independizó a Galdós de su primer editor, Miguel Honorio de la Cámara y dividió todo en dos partes, originándole un enorme perjuicio económico y deudas que debió afrontar con mucho sacrificio.
Después de haber sido rechazada su candidatura unos años antes, logra ingresar como miembro de la Real Academia Española en 1897. En 1912, el novelista canario era uno de los más firmes candidatos a ser reconocido con el Premio Nobel de Literatura, pero una durísima campaña de críticas opositoras generada por sus enemigos políticos, lo privó de ese reconocimiento disuadiendo a la Academia Sueca del propósito de galardonarlo.
Durante los últimos años de su vida, abandonó la escena política en la que había participado como diputado elegido por la coalición republicano-socialista, en la convocatoria electoral de 1907, como también dejó de lado sus incursiones literarias, aquejado de arteriosclerosis y por una ceguera progresiva severa.
El 20 de enero de 1919, se descubrió en el Parque del Retiro de Madrid una escultura erigida por suscripción pública. A causa de su ceguera, Pérez Galdós pidió ser alzado para palpar la escultura, al hacerlo lloró emocionado al comprobar la fidelidad de la obra que un joven y casi novel Victorio Macho, había esculpido sin cobrar por su trabajo. Espontáneamente fue ovacionado por todos los participantes del acto.
Un año más tarde, en la madrugada del 4 de enero de 1920, Benito Pérez Galdós cronista de España por designación del pueblo soberano, murió en su casa de la calle Hilarión Eslava de Madrid. En su entierro, una multitud acompañó su ataúd hasta el cementerio de la Almudena.
El lunes 5 de enero, después del paso de la gente por la capilla ardiente, partió el cortejo fúnebre con la Guardia Municipal, de gala, rodeando el féretro cubierto por incontables coronas de flores. Aunque en esa época no era costumbre que las mujeres acudieran a los entierros, todo cambió en aquella oportunidad iniciando, la excepción la actriz Catalina Bárcena, y en cuanto el duelo oficial se retiró, a la altura de la Puerta de Alcalá, progresivamente fueron acudiendo las otras mujeres de Madrid: las obreras, las humildes artesanas, las menestralas, las madres de familia de las clases populares.
Era un día triste, había muerto un personaje ilustre y eximio escritor; el abuelo que contaba historias sencillas, conmovedoras que ellas podían entender y sentir, el escritor que las había inmortalizado con muy diversos nombres, sentimientos y emociones, emprendía aquella fría tarde del invierno español, su último viaje a la eternidad.
Para conocer más:
Puerto Rico fue un territorio de ultramar, perteneciente a la corona española desde la llegada de Cristóbal Colón en 1493 hasta la promulgación de la Carta Autonómica de Puerto Rico en 1897, siendo provincia española de 1897 hasta la guerra hispano-estadounidense de 1898.
Cuatro siglos de administración española dieron lugar a una cultura hispanoamericana, siendo la lengua española y el catolicismo sus elementos más distinguibles.
En oportunidad de celebrase una las conferencia de Leopoldo Alas, a la que Galdós asistió, conoció y trabó amistad con este famoso crítico y novelista asturiano conocido popularmente con el seudónimo de «Clarín».
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