Olegario Víctor Andrade – Poema La vuelta al hogar, a la casa de la infancia ausente
Olegario Víctor Andrade fue un escritor, político y poeta argentino nacido en Brasil, el 6 de marzo de 1839, y fallecido el 30 de octubre de 1882. En esta breve reseña pretendemos, de alguna forma homenajear su trabajo evocando una obra que despertó fuertes sentimientos algunos años atrás, el Poema La vuelta al hogar.
La infancia es quizá la única estación de la vida, a la que nadie se negaría a regresar. Porque la niñez es para cada uno, ese reino inolvidable lleno de escenarios mágicos, donde imperaba la inocencia sin concesiones, prejuicios ni egoísmos y donde la ternura se dibujaba espontáneamente en una sonrisa sincera; en tanto las virtudes, tenían una forma natural y auténtica que igualaba a la belleza silenciosa de las flores. Y en ese mundo siempre añorado, la hipocresía era apenas una palabra triste encerrada en una oscura cárcel del futuro.
«Todo está como era entonces,
la casa, la calle, el río.
¡Confidentes del secreto
de mis primeros suspiros!»
Este emblemático poema que rescatamos, relata con palabras de profundo sentimiento y emoción ese paraíso imaginado; pero desde la percepción subjetiva y doliente de alguien que retorna y recuerda después de larga ausencia, los inmaculados primeros sueños de su vida.
El poema se llama La vuelta al hogar y su autoría se debe a Olegario Víctor Andrade, un destacado poeta romántico, escritor, periodista y político argentino.
El excelente compositor e intérprete mendocino Reinaldo Daniel Altamirano musicalizó estos versos para convertirlos en una bellísima canción titulada La casa de la infancia ausente; que tuvo amplia aceptación popular y repercusión masiva en los festivales de la música tradicional argentina en las décadas de los años 1970 y 1980.
¡Todo está como era entonces…!
Para susurrar a media voz, con melancolía y cerrando los ojos:
Poema La vuelta al Hogar – Olegario Víctor Andrade
Todo está como era entonces,
la casa, la calle, el río.
Los árboles, con sus hojas
y las ramas con sus nidos.
Todo está, nada ha cambiado.
El horizonte es el mismo.
Lo que dicen esas brisas
ya otras veces me lo dicho.
Ondas, aves y murmullos
son mis viejos conocidos.
¡Confidentes del secreto
de mis primeros suspiros!
Bajo aquel sauce que moja
su cabellera en el río.
Largas horas he pasado,
a solas con mis delirios.
Las hojas de esas achiras
eran el tosco abanico,
que refrescaba mi frente
y humedecía mis rizos.
Un viejo tronco de ceibo,
me daba sombra y abrigo.
Un ceibo que desgajaron
los huracanes de estío.
Piadosa una enredadera
de perfumados racimos.
Lo adornaba con sus flores,
de pétalos amarillos.
El ceibo estaba orgulloso
con su brillante atavío.
Era un collar de topacios.
ceñido al cuello de un indio.
Todos aquí me confiaban
sus penas y sus delirios.
Con sus suspiros las hojas,
con sus murmullos el río.
Qué triste estaba la tarde
la última vez que nos vimos.
Tan sólo cantaba un ave
en el ramaje florido.
Era un zorzal que entonaba
sus más dulcísimos himnos.
Pobre zorzal que venía,
a despedir a un amigo.
Era el cantor de las selvas,
la imagen de mi destino.
Viajero de los espacios,
siempre amante y fugitivo
¡Adiós! parecían decirme
sus melancólicos trinos.
Adiós, hermano en los sueños.
Adiós, inocente niño.
Yo estaba triste, muy triste,
el cielo oscuro y sombrío.
Lo juncos y las achiras,
se quejaban al oírlo.
Han pasado muchos años
desde aquel día tristísimo.
Muchos sauces han tronchado,
los huracanes bravíos.
Hoy vuelve el niño hecho hombre,
no ya contento y tranquilo.
Con arrugas en la frente
y el cabello emblanquecido.
Aquella alma limpia y pura,
como un raudal cristalino.
Es una tumba que tiene,
la lobreguez del abismo.
Aquel corazón tan noble,
tan ardoroso y altivo.
Que hallaba el mundo pequeño,
a sus gigantes designios,
Es hoy un hueco poblado
de sombras que no hacen ruido.
Sombras de sueños dispersos,
como neblina de estío.
¡Ah! Todo está como entonces,
los sauces, el cielo, el río.
Las olas, hojas de plata,
del árbol del infinito.
El niño se ha vuelto hombre
y el hombre tanto ha sufrido.
¡Que apenas trae en el alma,
la soledad del abismo!
Coincidiría conceptualmente y en lo emotivo el escritor y filósofo español Miguel de Unamuno cuando escribió: «No sé cómo puede vivir, quien no lleve a flor de alma los recuerdos de su niñez».
Dejo a continuación la interpretación del grupo argentino, «Los Altamirano», que mencionaba un poco más arriba, con un toque tradicional pero con una letra que nos lleva de vuelta al hogar.
Olegario Andrade, quedó huérfano siendo un niño de muy corta edad. La muerte de sus padres lo obligó a una vida transitada por carriles difíciles y dramáticos. Abandonó el colegio secundario en 1857, antes de cumplir 17 años y sin más bagaje que sus incipientes estudios de filosofía, sus nociones generales de historia y algunos conocimientos muy elementales de literatura, comenzó a forjarse un futuro en los ámbitos del periodismo y de las letras. Todo con enorme esfuerzo, voluntad, sacrificio y llevado a cabo de manera desordenada y autodidacta.
Fue un ferviente admirador de Víctor Hugo, aunque sus textos tal vez carecieron de la elaboración necesaria para emular al genio literario francés. Sus conocimientos académicos y su rigor cultural le resultaban limitados. No obstante procuró compensar sus carencias formales y estéticas con una fuerza expresiva que relegó a un segundo plano ciertas imperfecciones de estilo.
Olegario Andrade fue, en opinión de algunos críticos un poeta intuitivo, con más pasión que norma, con más fiebre que sabiduría, con más ímpetu que preparación. Y un autor que nunca pretendió ser un artista glorioso.
Pero también fue un poeta de cariz lírico y épico, que demostró sus singulares aptitudes en dos tendencias expresivas perfectamente definidas: los poemas y cantos extensos, enfáticos, desmesurados, heroicos; y la poesía intimista, en la que disminuyendo su voz, procura lograr un tono confesional para manifestar afectos y emociones más personales.
Olegario Víctor Andrade, habría nacido el 6 de marzo de 1839 en Alegrete, Rio Grande del Sur – Brasil, donde se habían radicado sus padres, fugitivos de la dictadura rosista.
(Pero algunos documentos apuntan que su nacimiento se produjo en Gualeguaychú, provincia de Entre Ríos – Argentina, el 7 de marzo de 1841).
Transmitió a lo largo de su vida y obra, valores éticos y ciudadanos que actualmente, mantienen plena vigencia. Falleció en la capital de Argentina, hoy Ciudad Autónoma de Buenos Aires, el 30 de octubre de 1882. Sus restos descansan en el cementerio de la Recoleta de la misma ciudad.
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muy bueno el artículo y por supuesto la poesía
Conocí este hermoso y triste poema, allá por la década del 70, cuando la cantaban los Altamiranos y lo hacían de una manera tan emotiva que estrujaba el alma escucharla, hoy vuelvo a escuchar y e buscado quién es el autor y me e llevado una grata sorpresa, e leído todo el poema el cual es muy hermoso y extenso. muy bueno el artículo y ni que hablar de la poesía, todo muy bonito, creo que tendré que volver a leer poesía y puedo comenzar por leer a Olegario V. Andrade
Muchas gracias Orlando por seguir el blog y los aportes
Bellisimo poema y muy triste. Acompañado de la historia del autor entiendo el por que de su tristeza.
Hermosa poesía, leí esto en los libros de lectura de la primaria allá por lo fines de los 60 hoy volver a leerlo me trae gratos recuerdos y mucha nostalgia.
Muy lindo poema. No me acordaba que la oracion “ todo esta como era entonces” pertenecia a este poema, ni que su autor es Ollegario V. Andrade.
Gracias por seguir nuestro blog y aportar!
Soy e Gualeguaychú ciudad donde El poeta pasó parte de su niñez, hasta los 9 años aproximadamente, en la que se mantiene aún hoy la casa de Andrade a manera de homenaje, este poema evoca a esos años infantiles qué pasó junto a sus padres a orillas del hermoso río Gualeguaychú.
Muchas gracias Carolina por el aporte y por seguir el blog