Pedro Salinas – El poeta del amor

Semblanza de la vida y obra de Pedro Salinas – El Poeta del amor

Pedro SalinasPedro Salinas Serrano fue un reconocido escritor español, destacado sobre todo en el ámbito de la poesía, y los ensayos. Nació en Madrid el 27 de noviembre de 1891 y falleció en Boston el 4 de diciembre de 1951. Importante miembro de la llamada «Generación del 27».

«…Cada beso perfecto aparta el tiempo, le echa hacia atrás, ensancha el mundo breve donde puede besarse todavía…»

Leer viejos libros de poemas produce en muchas personas, una sensación de éxtasis envolvente. Y esa sensación los sorprende y cautiva aún más, cuando descubren en sus páginas gastadas por los años, alguna candorosa poesía que retrotraiga la memoria a otros tiempos del amor.

Las palabras entonces, con magia encadenadas en versos, se transforman delicadamente en joyas intangibles, que durante algunos segundos adornarán su alma y su espíritu en una vivencia instantánea y fugaz.

El libro de Pedro Salinas «La voz a tí debida», publicado en el año 1933 sirve para ejemplificar lo expuesto y deleitarse leyendo algunos de sus poemas:

«¡Si me llamaras, sí»

¡Si me llamaras, sí;
si me llamaras!

Lo dejaría todo,
todo lo tiraría:
los precios, los catálogos,
el azul del océano en los mapas,
los días y sus noches,
los telegramas viejos
y un amor.
Tú, que no eres mi amor,
¡si me llamaras!

Y aún espero tu voz:
telescopios abajo,
desde la estrella,
por espejos, por túneles,
por los años bisiestos
puede venir. No sé por dónde.
Desde el prodigio, siempre.
Porque si tú me llamas
«¡si me llamaras, sí, si me llamaras!»
será desde un milagro,
incógnito, sin verlo.

Nunca desde los labios que te beso,
nunca
desde la voz que dice: «No te vayas».

«La voz a ti debida»

Tú vives siempre en tus actos.
Con la punta de tus dedos
pulsas el mundo, le arrancas
auroras, triunfos, colores,
alegrías: es tu música.
La vida es lo que tú tocas.

De tus ojos, sólo de ellos,
sale la luz que te guía
los pasos. Andas
por lo que ves. Nada más.

Y si una duda te hace
señas a diez mil kilómetros,
lo dejas todo, te arrojas
sobre proas, sobre alas,
estás ya allí; con los besos,
con los dientes la desgarras:
ya no es duda.
Tú nunca puedes dudar.

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Porque has vuelto los misterios
del revés. Y tus enigmas,
lo que nunca entenderás,
son esas cosas tan claras:
la arena donde te tiendes,
la marcha de tu reloj
y el tierno cuerpo rosado
que te encuentras en tu espejo
cada día al despertar,
y es el tuyo. Los prodigios
que están descifrados ya.

Y nunca te equivocaste,
más que una vez, una noche
que te encaprichó una sombra
-la única que te ha gustado-.
Una sombra parecía.
Y la quisiste abrazar.
Y era yo.

«Ayer te besé en los labios…»

Ayer te besé en los labios.
Te besé en los labios. Densos,
rojos. Fue un beso tan corto,
que duró más que un relámpago,
que un milagro, más. El tiempo
después de dártelo
no lo quise para nada ya,
para nada
lo había querido antes.
Se empezó, se acabó en él.

Hoy estoy besando un beso;
estoy solo con mis labios.
Los pongo
no en tu boca, no, ya no…
-¿Adónde se me ha escapado?-.
Los pongo
en el beso que te di
ayer, en las bocas juntas
del beso que se besaron.
Y dura este beso más
que el silencio, que la luz.
Porque ya no es una carne
ni una boca lo que beso,
que se escapa, que me huye.
No.
Te estoy besando más lejos.

«Ay!, cuántas cosas perdidas»

Ay!, cuántas cosas perdidas
que no se perdieron nunca.
Todas las guardabas tú.
Menudos granos de tiempo,
que un día se llevó el aire.
Alfabetos de la espuma,
que un día se llevó el mar.
Yo por perdidos los daba.
Y por perdidas las nubes
que yo quise sujetar
en el cielo
clavándolas con miradas.

Y las alegrías altas
del querer, y las angustias
de estar aún queriendo poco,
y las ansias
de querer, quererte, más.
Todo por perdido, todo
en el haber sido antes,
en el no ser nunca, ya.
Y entonces viniste tú
de lo oscuro, iluminada
de joven paciencia honda,
ligera, sin que pesara
sobre tu cintura fina,
sobre tus hombros desnudos,
el pasado que traías
tú, tan joven, para mí.

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Cuando te miré a los besos
vírgenes que tú me diste,
los tiempos y las espumas,
las nubes y los amores
que perdí estaban salvados.
Si de mí se me escaparon,
no fue para ir a morirse
en la nada.
En ti seguían viviendo.
Lo que yo llamaba olvido
eras tú.

El título de este poemario de Pedro Salinas, está tomado de un verso de Garcilaso de la Vega:

«Y aún no se me figura que me toca
aqueste oficio solamente en vida,
mas, con la lengua muerta y fría en la boca,
pienso mover la voz a ti debida.»
(«Égloga III», verso 12).

Concebido como un único poema continuo, relata y analiza el itinerario de una experiencia amorosa concreta, desde el deslumbramiento inicial que produce el amor, el descubrimiento de sus secretos y sus goces, los desvelos que ocasiona, hasta la separación final, la pérdida y el olvido. Desestimando en todo momento caer en la victimización y alejándose de cualquier interpretación de tragedia o desesperanza.

Pedro Salinas continúa en la línea tradicional amorosa española, que comenzara con el lirismo romántico de Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870), aunque transmite una percepción más cerebral y pensante que el poeta sevillano; también de Juan Ramón Jiménez (1881-1958), pero con una visión más optimista de la realidad: «Querer vivir es anhelar la carne donde se vive y por la que se muere».

Su poesía intenta priorizar el pensar y el vivir antes que el sentir, pero no en todos sus poemas lo logra y se advierte más un punto de armonía, estableciendo un equilibrio entre el sentir y el pensar.

Pedro Salinas Serrano, nacido en Madrid el 27 de noviembre de 1891, es considerado como una de las personalidades más representativa y relevante de la Generación del 27. En toda su obra brilló con luz intensísima su aura de poeta y por ello recibió el merecido sobrenombre de «poeta de amor».

Doctorado en Filosofía y Letras, fue uno más de los tantos intelectuales españoles que padecieron el exilio forzado que causó la guerra Civil Civil (1936-1939).

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Su obra lírica se dividió en tres períodos:

Inicial o de poesía pura, de plenitud o amorosa y del exilio.

En la primera etapa destacaron: «Presagios» (1924), «Seguro azar» (1928) y «Fábula y signo» (1931), donde se advierten nítidamente influencias del nicaragüense Rubén Darío, de los españoles Miguel Unamuno y Juan Ramón Jiménez y de otros autores pertenecientes a los movimientos vanguardistas de la época.

En la segunda etapa resaltan: «La voz a ti debida» (1933), «Razón de amor» (1936) y «Largo lamento» (1939), llega hasta 1939 y fue el ciclo de la poesía genuinamente amorosa, tal vez fruto de su apasionada relación con la profesora norteamericana Katherine Whitmore. En ella celebra el amor que da sentido al mundo.

Y finalmente su tercera etapa: que se extiende desde 1939 hasta su muerte. La poesía de estos años reflejó sus inquietudes filosóficas y una preocupación por la función del poeta en relación al arte.
Editó en ese tiempo,»El contemplado» (1946), «Todo más claro y otros poemas» (1949), y «Confianza», título póstumo y sugerido por su amigo Jorge Guillén, que enmarca el conjunto de sus poemas recogidos durante 1942-1944 y 1951.

Entre 1943 y 1946, Pedro Salinas enseñó en la Universidad de Río Piedras, de Puerto Rico, uno de los destinos de su exilio; por eso cuando murió en la ciudad de Boston en los Estados Unidos el 4 de diciembre de 1951, pidió ser enterrado junto al mar en el país caribeño.
Su último deseo fue cumplido y el traslado de sus restos se llevó a cabo tiempo después de su muerte.

El gran tema de la obra poética de Salinas fue el amor y este poemario invita a abrir el libro y sumergirse en sus páginas, donde el mundo exterior quedará reducido al papel de simple espectador y las palabras leídas en un tono de susurro confidencial, nos llevarán a un espacio pleno de sensaciones voluptuosas hecho poesía. Y coincidiremos con al autor cuando describiendo sensuales recuerdos expresa: «Ayer te besé en los labios, hoy estoy besando un beso».

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