Semblanza de Gertrudis Gómez de Avellaneda

Gertrudis Gómez de Avellaneda – Poemas que también cuentan historias

Gertrudis Gómez de Avellaneda

Gertrudis Gómez de Avellaneda, 1857, Federico Madrazo, Museo de la Fundación Lázaro Galdiano.

Nos hemos acostumbrado a leer las más cautivantes poesías de la literatura universal, analizando y percibiendo de ellas la secuencia perfecta de los versos, la complejidad de su métrica y la cadencia y sonoridad de la rima. Terminamos admirando profundamente la imaginación creativa de los respectivos autores y eventualmente, perturbados por el contenido y significado de las palabras; pero muy pocas veces nos percatamos de las historias verdaderas que subyacen bajo esos versos magistrales: Amores trágicos y frustrados, sucesos desgarradores, circunstancias de vida estremecedoras, actitudes ejemplares y semblanzas dignas de elogio, tales como las narradas en los poemas de Gertrudis Gómez de Avellaneda.

Compartimos para ilustrar esta apreciación, dos de los innumerables poemas célebres que reuniendo esas características, podríamos seleccionar. Cuentan historias verídicas que no han trascendido a su época y se perdieron en el olvido y que son casi desconocidas para el lector actual, se trata de: «A él» y «Amor y orgullo» compuestos por la excepcional poetisa y escritora cubana Gertrudis Gómez de Avellaneda.

Son aleccionadoras experiencias vividas por la autora y que, en poesías, se convirtieron en la más transparente imagen de esa etapa dolorosa y crucial de su vida.

A él – Gertrudis Gómez de Avellaneda

No existe lazo ya, todo está roto;
plúgole al cielo así, ¡bendito sea!
Amargo cáliz con placer agoto,
mi alma reposa al fin, nada desea.

Te amé, no te amo ya: piénsolo al menos.
¡Nunca, si fuere error, la verdad mire!,
que tantos años de amargura llenos
trague el olvido, el corazón respire.

Lo has destrozado sin piedad; mi orgullo
una vez y otra vez pisaste insano,
más nunca el labio exhalará un murmullo
para acusar tu proceder tirano.

De graves faltas vengador terrible,
dócil llenaste tu misión, ¿lo ignoras?
No era tuyo el poder que irresistible,
postró ante ti mis fuerzas vencedoras.

Quísolo Dios y fue: ¡gloria a su nombre!
Todo se terminó, recobro aliento.
¡Ángel de las venganzas! Ya eres hombre,
ni amor ni miedo al contemplarte siento.

Cayó tu cetro, se embotó tu espada.
Mas ¡ay! ¡Cuán triste libertad respiro!
Hice un mundo de ti que hoy se anonada,
y en honda y vasta soledad me miro.

¡Vive dichoso tú! Si en algún día
ves este adiós que te dirijo eterno;
sabe que aún tienes en el alma mía
generoso perdón, cariño tierno.

Amor y orgullo – Gertrudis Gómez de Avellaneda

Un tiempo hollaba por alfombras rosas;
y nobles vates, de mentidas diosas
prodigábanme nombres;
mas yo, altanera, con orgullo vano,
cual águila real a vil gusano,
contemplaba a los hombres.

Mi pensamiento -en temerario vuelo-
ardiente osaba demandar al cielo
objeto a mis amores,
y si a la tierra con desdén volvía
triste mirada, mi soberbia impía
marchitaba sus flores.

Tal vez por un momento caprichosa
entre ellas revolé, cual mariposa,
sin fijarme en ninguna;
pues de místico bien siempre anhelante,
clamaba en vano, como tierno infante
quiere abrazar la luna.

Hoy, despeñada de la excelsa cumbre
do osé mirar del sol la ardiente lumbre
que fascinó mis ojos,
cual hoja seca al raudo torbellino,
cedo al poder del áspero destino…
¡Me entrego a sus antojos!

Cobarde corazón, que el nudo estrecho
gimiendo sufres, dime: ¿qué se ha hecho
tu presunción altiva?
¿Qué mágico poder, en tal bajeza
trocando ya tu indómita fiereza,
de libertad te priva?

¡Mísero esclavo de tirano dueño,
tu gloria fue cual mentiroso sueño,
que con las sombras huye!
Di, ¿qué se hicieron ilusiones tantas
de necia vanidad, débiles plantas
que el aquilón destruye?

En hora infausta a mi feliz reposo,
¿no dijiste, soberbio y orgulloso:
-¿Quién domará mi brío?
¡Con mi solo poder haré, si quiero,
mudar de rumbo al céfiro ligero
y arder al mármol frío!

¡Funesta ceguedad! ¡Delirio insano!
Te gritó la razón… Mas… ¡cuán en vano
te advirtió tu locura!…
¡Tú mismo te forjaste la cadena,
que a servidumbre eterna te condena,
y a duelo y amargura!

Los lazos caprichosos que otros días
-por pasatiempo- a tu placer tejías,
fueron de seda y oro;
los que ahora rinden tu valor primero,
son eslabones de pesado acero,
templados con tu lloro.

¿Qué esperaste, ¡ay de ti!, de un pecho helado
de inmenso orgullo y presunción hinchado,
de víboras nutrido?
Tú, -que anhelabas tan sublime objeto-
¿cómo al capricho de un mortal sujeto
te arrastras abatido?

¿Con qué velo tu amor cubrió mis ojos,
que por flores tomé duros abrojos,
y por oro la arcilla?…
¡Del torpe engaño mis rivales ríen,
y mis amantes, ay, tal vez se engríen
del yugo que me humilla!

¿Y tú lo sufres, corazón cobarde?
¿Y de tu servidumbre haciendo alarde
quieres ver en mi frente
el sello del amor que te devora?…
¡Ah!, Velo, pues, y búrlese en buen hora
de mi baldón la gente.

¡Salga del pecho -requemando el labio-
el caro nombre de mi orgullo agravio,
de mi dolor sustento!…
¿Escrito no le ves en las estrellas
y en la luna apacible que con ellas
alumbra el firmamento?

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¿No le oyes, de las auras al murmullo?
¿No le pronuncia -en gemidor arrullo-
la tórtola amorosa?
¿No resuena en los árboles, que el viento
halaga con pausado movimiento
en esa selva hojosa?
De aquella fuente entre las claras linfas,
¿no le articulan invisibles ninfas
con eco lisonjero…?
¿Por qué callar el nombre que te inflama,
si aún el silencio tiene voz, que aclama
ese nombre que quiero…?

Nombre que un alma lleva por despojo;
nombre que excita con placer enojo,
y con ira ternura;
nombre más dulce que el primer cariño
de joven madre al inocente niño,
copia de su hermosura;

y más amargo que el adiós postrero
que al suelo damos, donde el sol primero
alumbró nuestra vida,
nombre que halaga y halagando mata;
nombre que hiere -como sierpe ingrata-
al pecho que le anida.

¡No, no lo envíes, corazón, al labio!
¡Guarda tu mengua con silencio sabio!
¡Guarda, guarda tu mengua!
¡Callad también vosotras, auras, fuente,
trémulas hojas, tórtola doliente,
como calla mi lengua!

Gertrudis Gómez de Avellaneda nació el 23 de marzo de 1814 en la antigua ciudad de Santa María de Puerto Príncipe, hoy Camagüey (Cuba), aunque en su autobiografía figura 1816. Tula, como la llamaban cariñosamente en familia demostró su carácter fuerte y rebelde ya a los 17 años, cuando se negó a contraer un matrimonio que su madre había concertado.

En abril de 1836, una joven mujer de 22 años, inteligente, culta, segura de si misma, independiente y hermosa, se traslada desde su Cuba natal hacia Burdeos y de allí a La Coruña en busca de un destino diferente en el ámbito de las letras.
En España, transcurría el año 1844 cuando esta joven de nostálgico y exótico origen caribeño, ya famosa en los círculos literarios, conoció al poeta Gabriel García Tassara, el hombre que casi terminó destruyéndola como poetisa y como mujer. Desde el inicio fue estableciéndose entre ellos una tormentosa relación impregnada de amor, celos, orgullo y pasión desenfrenada. Tassara quiso conquistarla para él y mostrarla como un trofeo ante muchos otros hombres que admiraban su belleza y la asediaban; pero en realidad no buscaba ni deseaba casarse con ella, quizá molesto por la arrogancia, la soberbia y la coquetería de Tula que muchos criticaban.

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La poetisa, muy enamorada al fín, no supo resistir y se rindió a su ególatra y frívolo amante. Quedó embarazada, soltera viviendo en la sociedad prejuiciosa e intolerante Madrid de mediados del siglo XIX. Casi sin amigos, en amarga soledad y pesimismo pensó en abandonar la poesía y escribió a modo de despedida, uno de sus mejores poemas, «Adiós a la lira».

En abril de 1845 nació su hija María, o Brenhilde como ella pretendía llamarla, pero la precaria salud de la pequeña, la llevó a la muerte cuando recién había cumplido siete meses de edad. Durante ese tiempo de desesperanza y buscando desahogo, escribe nuevamente a otro de sus viejos amores, Ignacio de Cepeda y Alcalde: «Envejecida a los treinta años, siento que me cabrá la suerte de sobrevivirme a mí propia, si en un momento de absoluto fastidio no salgo de súbito de este mundo tan pequeño, tan insignificante para dar felicidad, y tan grande y tan fecundo para llenarse y verter amarguras.»

Son impactantes y conmovedoras las cartas escritas por Gertrudis a Tassara para pedirle infructuosamente que viera y abrazara a su hija brindándole el calor de padre, antes que la pequeña cerrara los ojos para siempre. Las súplicas fueron vanas y Brenhilde murió sin que su padre aceptara conocerla.

En las bellísimas estrofas de estos dos poemas no hay olvido para el hombre amado, pero en el vacío resignado que deja el amor devastado por la ruptura, emerge el recuerdo de un cariño tierno y el perdón que con dignidad y exactitud, utilizó para pulir cada uno de sus versos.

El paso del tiempo fue cicatrizando las heridas y Tula pudo superar las dramáticas instancias de ese pasado estigmatizante y doloroso. Continuó escribiendo, como refugio y también como medio de vida, logró reafirmar sus convicciones artísticas y líricas y llegó a transformarse en una de las escritoras y poetisas de mayor predicamento y renombre del romanticismo español de la época.

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Considerada además, una ferviente y combativa precursora y defensora de los postulados del feminismo moderno, tanto por su actitud vital, como por la fuerza que imprimió a sus personajes literarios femeninos.

El 1 de febrero de 1873, a los 58 años, murió en la ciudad de Madrid. Cumpliendo su voluntad sus restos fueron trasladados a Sevilla, donde descansan el sueño eterno en el cementerio de San Fernando, junto a los de su segundo esposo y de su hermano.

Para conocer más:

El término placer como verbo, está cada vez más en desuso y tiende a ser reemplazado por los verbos gustar o preferir. Actualmente, es más frecuente utilizarlo como sustantivo: «Oír música clásica es para mí el mayor placer».

Significado de plúgole: resulta difícil hallar esta palabra en el diccionario, porque se trata de una forma del verbo placer, plugo, que además tiene una variante pronominal enclítica (le).
Placer se conjuga como agradecer, pero posee algunas irregularidades especiales empleadas generalmente en literatura. Estas son: plugo, que equivale a plació, plegue o plega, a plazca, y pluguiera, a placiera o placiese. No es defectivo, es decir, se conjuga en todos los modos, tiempos, números y personas. Igual que placer se conjugan sus compuestos complacer y desplacer. Se aconseja que las formas que comienzan con pleg, plug, grupo procedente del griego, se empleen en oraciones impersonales.

Como se lee en el Diccionario Panhispánico de Dudas (2005), junto a las formas plació, placiera o placiese y placiere, perviven en el uso literario, con intención arcaizante, las formas plugo, pluguiera o pluguiese y pluguiere, muy utilizados en el español medieval y clásico: Aquello no me plació = Aquello no me plugo.

Se advierten también como arcaizantes, las formas plega y plegue para la tercera persona del singular del presente de subjuntivo, pues actualmente se prefiere el uso de plazca: «Hazlo aunque no te plazca».

Significado de enclítica: Que se une a la palabra anterior y forma un todo con ella.

Ignacio de Cepeda y Alcalde, abogado y escritor oriundo de la localidad sevillana de Osuna. Sería el gran amor en la vida de Gertrudis y una persona con quien la poetisa vivió también una atormentada relación amorosa, nunca correspondida de la manera apasionada que ella exigía, dejándole en el alma una huella indeleble.

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