En la nota Curiosidades de la Lengua citamos a Daniel Balmaceda, que en su libro «Historia de letras, palabras y frases», comienza diciendo:
«El lenguaje es una cualidad distintiva de nuestra inteligencia.
Ese rasgo tan peculiar, no nos llegó dentro de una caja con instrucciones para su instalación.
El largo proceso de asimilación del lenguaje, se inició con la imitación de ruidos y voces.
El hombre reproducía los sonidos que escuchaba en la naturaleza, incluidos los de otros
animales. Con ese caudal acotado se lanzó a expresar.
Fue el comienzo de la comunicación.
La misma ha evolucionado a través de los siglos y hoy nos permite establecer este contacto.»
Y describe en el libro, de manera muy amena e interesante, singulares historias relacionadas con el uso de palabras y frases de nuestro idioma y ese manantial de voces que nos acompañan todo el tiempo.
Una de sus narraciones:
«Con letra propia»
Los mecanismos de escritura han evolucionado mucho, aunque los grandes cambios corresponden a las últimas décadas.
Aún a fines del siglo XIX, era habitual el empleo de plumas para escribir.
Las había de todo tipo, pero las de ganso se contaban entre las más exquisitas.
¿Cómo resolvían el problema cuando se equivocaban?
Bueno, esto no era tan grave.
Más complicaciones se generarían en Egipto frente a los errores.
Siempre me pregunté si los egipcios no tendrían problemas de ortografía.
Lo consulté con mi amiga egiptóloga, Alejandra Folgarait, quien me explicó que sí se equivocaban y que en esos casos rayaban la piedra o el muro y enmendaban el error. Alejandra aclaró que la formación de los escribas era muy estricta, por lo tanto no cometerían tantas faltas como en los tiempos modernos.
Cuando se usaban la pluma y el tintero, no existía la goma de tinta, al menos en un principio.
¿Cómo corregían un error? Haciendo un manchón de tinta que al espesarse, tapaba lo que había que ocultar.
El líquido se convertía en borra, como la borra del vino.
Esa era la solución básica al problema. Además, nos permitió engendrar un verbo y un par de expresiones.
El verbo es “borrar”. Por lo tanto, el primer concepto de borrar no tenía que ver con la eliminación como nosotros la consideramos, sino que se trataba de estampar un manchón en la hoja.
En cuanto a las frases, nos referimos a “borrón y cuenta nueva”, que es la acción de anular lo ya escrito y reiniciar el cálculo; y a “borrar de un plumazo”, que se trata de lo mismo.
La goma de borrar fue patentada en 1845. El sacapuntas, en 1828.
Pero antes de este segundo invento, ya se les sacaba punta a las plumas.
Eso se hacía con el cortaplumas, cuya función original fue el mantenimiento de las plumas de los tinteros.
Señalamos un par de curiosidades respecto de las cartas.
Comenzaban indicando dónde se habían escrito y qué día.
Por ejemplo: “Fecha en Valencia, el 28 de septiembre de 1662”, que significaba: “Hecha en Valencia, tal día…”, ya que la F se usaba como H, de la misma manera que hierro-fierro, Fernando-Hernando y tantos otros vocablos similares.
De aquel hábito resultó la palabra “fecha”.
La otra curiosidad se refiere a “la firma” que llevaban todas las cartas.
La palabra, se relaciona con la marca que dejaban para que se entendiera que lo escrito quedaba firme, lo afirmaban.
Ahora decimos rúbrica como sinónimo de firma, pero en tiempos medievales eran dos
palabras diferenciadas.
Para eso, debemos explicar qué es la rúbrica.
La palabra se traduce como rojo, nos llegó del latín y podemos ver algunas más emparentadas con rúbrica, como rubor, rubí y rubio, que era más bien el pelirrojo.
Era costumbre colocar los títulos de los textos con este color en la Roma Antigua y esta idea se mantuvo en la Edad Media, cuando los copistas dejaban el espacio para que la primera letra de cada capítulo fuera una rúbrica, es decir, una letra grande, colorada.
Por extensión, se llamó rúbrica a ciertos agregados a los textos.
Es el caso del sello que acompañaba la firma, el sello personal.
Por lo general, los nobles llevaban un anillo que contenía el sello. Cuando la carta estaba lista, firmaban y ponían la rúbrica.
Era común contar con un secretario o amanuense, encargado de escribir (amanuense: a
mano) las cartas que le eran dictadas. Pero en algunos casos particulares, por motivos personales y secretos, algunos caballeros escribían su propio texto, lo firmaban y lo rubricaban.
De ahí viene la frase “De su puño y letra”.
Esperamos que les haya gustado la nota de curiosidades de la lengua y puedan completarla con sus comentarios personales.
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